Ni rastro de labor periodística alguna – ni documentación, verificación, multiplicidad de fuentes. Nada. Ningún valor añadido a la mera repetición de acusaciones; a la mera difusión de los “talking points” de Hamás
Como el Barón Münchhausen montado en una bola de cañón, así parece ir buena parte de la atención mediática, sobre la propaganda de Hamás amparada por una ONU reconvertida en amplificador relaciones públicas.
La estupidez ha sido elevada al rango de comportamiento ilustre en occidente. Especialmente en los templos del saber a los que concurren los descendientes de las élites y los esforzados de la clase media. Pero también en la esfera de la dirigencia política y empresarial, donde la mediocridad ha encontrado un nido ameno. Es en estos espacios donde se festeja a sí misma, como si de un logro, una inteligencia portentosa se tratara; señalándose como proba e infalible sociedad, cuando en realidad es una señal bien distinta la que emite al mundo: aquí estoy, indefensa, predispuesta a ser utilizada, infiltrada, debilitada, asaltada
Podría presumirse inexperiencia profesional, o una torpeza nunca subsanada; mas, el error o la negligencia siempre inclinan la balanza del retrato que surge de las crónicas hacia un mismo lado, hacia una misma sugerencia. Lo que lleva a sospechar de la centralidad de otro elemento en la en la confección sistemática de la “pifia”
“Desde el río [Jordán] hasta el mar [Mediterráneo]” no es una compadreada de multitud, un envalentonamiento de anonimato, un pecado sin consecuencias mayores de juventud. Ni siquiera es un mero eslogan que se apaga en cuanto la marcha se acaba. Prescribe la “solución” al problema que les plantea la existencia de un estado judío al liderazgo palestino
Decía Jean-François Revel que es en la etapa de investigación, de recopilación de hechos, donde negarse a conocer deviene en censura. Mas El País parece preferir una versión más orwelliana: prescinde de los hechos; elige la supresión, la suplantación, la fabricación y la omisión
Dicen que Oscar Wilde dijo que el hombre es “menos él mismo cuando habla por sí mismo, pero que, con una máscara, dirá la verdad”. Claro que, qué verdad será esa; es difícil saberlo: ¿será la de la máscara o la del rostro que pretende ocultar? Es más, ¿hay verdad posible cuando es preciso tal procedimiento de suplantación o encubrimiento para emplazarla? No parece factible que, de una censura, de un disimulo pueda surgir la veracidad
Aparte del leve lavado a la retórica delatora de la agencia oficial de la Autoridad Palestina, poco más agregaba la agencia española. En realidad, teniendo en cuenta el obvio posicionamiento de la agencia palestina, la española ampliaba la unicidad de la voz (palestina, parte interesada) presentada por la primera
En términos generales, las buenas intenciones de ahondar en el conflicto se veían eclipsadas por una serie de falsos lugares comunes, omisiones trascendentes, por el empleo de cifras sin contrastar, la repetición de mantras anti israelíes y los delirios antisemitas.
¿Cómo se desinforma – o, puesto de otra manera, cómo se borra el límite entre la realidad, los hechos, y los intereses ideológicos de quien relata – pareciendo que se informa? El diario español ofrecía un ejemplo