Un círculo viscoso: Repetir tópico y publicarlo; ergo, legitimarlo

Durante los estados de conciencia, nuestro cerebro realiza diversos cómputos. Entre estos, figura uno que se traduce en el interrogante “¿el preciso esforzarme más para realizar esta tarea?”. O, puesto de otra manera, “¿existe facilidad cognitiva?”.

La experiencia repetida es procesada fácilmente. Por ejemplo, el ya lugar común “Israel es malo”, en sus diversas manifestaciones. Así lo explicaba, mejor y más extensamente, Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio; que, acaso, debería haber añadido: pero, por favor, pensar.

Esta facilidad conduce a estimar el asunto del que se trate, sin suspicacia, como verídico, y a sentirlo como algo familiar. En este esquema, el “ruido” mediático, que entre otros involucra la reiterada adjetivación, la carga emocional resumida a eslogan y la censura selectiva, contribuye a hacer más visibles, o más fáciles de “recordar”, las palabras e ideas ya vistas. Es decir, ayuda a esa sensación de familiaridad. Que, en definitiva, se parece mucho a una forma de señalar no ya una dirección de pensamiento, sino de aceptación acrítica, y a enturbiar todo aquello que conspire contra este propósito.

Después de todo, Kahneman explicaba que “una manera segura de hacer que la gente se crea falsedades es la repetición frecuente, porque la familiaridad no es fácilmente distinguible de la verdad”. Para que esto funcione de manera óptima, en lo que a la información respecta, hay que agregar el empleo de otros procedimientos: el establecimiento de una agenda, el framing (el encuadre de la información, y las omisiones necesarias) y el priming (el efecto de primacía).

Y ahí anda buena parte de los medios en español, reiterando los mismos tópicos, que, de tan emparentados, cada vez resultan menos diferenciables de los antecesores tan trillados e igual de falsos y peligrosos. Y a esa mala ficción, a esa propaganda evidente, se la presenta ya no como periodismo, sino como “periodismo comprometido”. Comprometido, sí, con sus propios intereses, con aquellos a los que responde.

En breve, esto es lo que realizan los “profesionales de la información” que han secuestrado al periodismo para beneficio de la propaganda antiisraelí y/o pro islamista, y de la animosidad anti occidental:

Repiten ruidosamente.

Censuran.

Fabrican/Mienten.

Señalan.

En medio de todo eso:

Se tragaron la realidad – y confundieron verdad con mentira.

Rebajaron la profesión.

Se colaron influencers pro-teocracias y totalitarismos iraní, catarí, turco.

Invisibilizaron los conflictos en África, los campos de concentración para los uigures en China, entre tantos otros asuntos.

Corroen los valores occidentales con una falsa moralina que no se aplica a ninguno de los mencionados, ni a otros totalitarismos.

Fomentan el antisemitismo.

Es decir:

No informan, operan.

No trabajan con la realidad, sino con la fabricación favorable al producto que trafican.

Lo que presentan como moral es un arma más contra Israel y los países occidentales – puesto que alaban dictaduras y movimientos fanáticos, oscurantistas y genocidas.

No son expertos en Medio Oriente. A lo sumo, tienen pericia (si tal cosa es necesaria) en funcionar como difundidores de una “narrativa” ponzoñosa, mentida.

Mientras el desconocimiento y la negligencia se han erigido en las herramientas favoritas de quienes pretenden hacer de la mentira un consenso; en un recurso que habla dos veces mal de quien lo emplea, por festejar e incrementar la estupidez, y por manipular al público, cabe inquirir: ¿por qué tantos medios internacionales legitiman esa conocida labor tan ajena a la profesión en sus páginas, en sus espacios?

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