Es decir, lo que de pronto el lector podía interpretar como un joven que en un ataque de furia (enajenado), apuñala a alguien en Israel. Un crimen como cualquier otro. Una discusión en un bar que termina con una puñalada. Exabruptos violentos. Un automóvil que se sale de control y atropella a alguien. Accidentes. No deliberados. Lo que entra dentro de las estadísticas.
Pero de pronto, comenzaron los apuñalamientos y atropellos en Europa. ¡Terrorismo! Y en ese grito que unánimemente conceptualizaba, iba incluido otro: doble moral. En esta calificación, Israel está en lo más bajo del baremo moral europeo. Tan abajo que se sale de la escala: así pues, Israel acaso se merece esos ataques, está diciendo la distinción trazada.
Distinción que organismos gubernamentales europeos e internacionales, y medios de comunicación, parecen concebir de la siguiente manera:
Si no ocurre en Europa. No ocurre (salvo que lo que ocurra pueda achacar a Israel; entonces, sobre-ocurre).
Si no le ocurre a un Europeo. No ocurre.
Si le ocurre a un judío. No ocurre.
Así, como indicaba la agencia de noticias Associated Press, el apuñalamiento – en el cuello – de un adolescente israelí, en Jerusalén, por parte de un palestino, con un destornillador, el 11 de agosto de 2016, no forma parte del material noticiable.