En periodismo, el engaño, la falsificación, la mentira, están hechos sobre todo de lo que calla, de lo que se le esconde a la audiencia; al punto de que Robert M. Entman (Framing: Toward Clarification of a Fractured Paradigm) decía que “la mayoría de los marcos se definen por lo que omiten, así como por lo que incluyen, … para guiar a la audiencia”.
Con la noticia sobre la deportación de Israel del franco palestino Salah Hamouri, ha sucedido precisamente esto. Esto que, por otra parte, es lo que ocurre a menudo: una buena parte de los hechos – centrales, por demás, para comprender el evento – son censurados por aquellos que, en el mismo acto, están informando. El resultado es un retrato que, por reiterado, sistemático y maniqueo, no deja de ser menos fraudulento: la obcecada aplicación de un retrato simplista y adulterado que representa el enfrentamiento del “bien” frente al “mal”, de la “inocencia” frente a la “arbitrariedad” del “opresor”.
El 18 de diciembre de 2022, la Deutsche Welle en español, con información de las agencias de noticias AFP y AP, dedicaba 15 párrafos al suceso. En ellos hablaba del “abogado franco palestino Salah Hamouri”, mencionaba su edad, en qué compañía aérea viajaba a Francia, las nacionalidades de sus padres, y decía, además, que:
“Israel dice que el letrado -nacido y criado en Jerusalén- es un “agente” del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), grupo que considera terrorista, mientras que la defensa y Hamouri lo niegan y aseguran que no hay pruebas que demuestren tal acusación”.
Dimes y diretes, según DW. Una discusión de vecinos, sin pruebas; meros dichos y acusaciones cruzadas.
En esos 15 párrafos, DW no tenía espacio para la realidad.
La agencia española de noticias Efe andaba (18/12/2022) en las mismas, esquivándole el bulto a los hechos para presentarle a sus lectores otro producto, distinto del que se le supone al periodismo. También enmarcaba el asunto en la manida moldura maniquea. Y, para ello, debía recurrir obligadamente al ocultamiento.
En 10 párrafos, la agencia hacía menciones al “abogado franco-palestino Salah Hamouri”, a que “la defensa de Hamouri … niega [que pertenezca al grupo terrorista palestino FPLP] y asegura que no hay pruebas que demuestren tal acusación”.
Ni esta agencia ni el medio alemán señalaban que en 2005, explicaba el analista de CAMERA Sean Durns, Hamouri fue arrestado por participar en un plan del grupo terrorista palestino Frente Popular para la Liberación de Palestina para asesinar al entonces Rabino Jefe Ovadia Yosef; y, como señalaba el Jerusalem Post (18/12/2022), fue excarcelado en 2011 como parte del acuerdo para que el grupo terrorista palestino Hamás liberara al soldado Israelí secuestrado Gilad Shalit. Desde entonces, añadía el medio, ha sido arrestado en varias ocasiones “por diversos motivos”.
Una minucia de olvido.
A todo esto, de acuerdo con lo que publica en su página la organización NGO Monitor, un comunicado del grupo terrorista FPLP de octubre de 2011 se refiere a Hamouri como un “camarada”; así como en un video de 2009 apoyando a Hamouri incluye imágenes de mítines del FPLP y una foto de él junto Ahmed Saadat, secretario general de dicho grupo; Samir Kuntar, alto mando del grupo terrorista Hizbulá y responsable del asesinato en 1979 de una familia israelí – incluida una niña de 4 años -; Marwan Barghouti, líder del grupo terrorista Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, de Fatah, condenado a cinco cadenas perpetuas por asesinato.
Pero no es todo. La página del grupo terrorista en el Líbano (que en la parte inferior muestra un descargo de responsabilidad diciendo que “los artículos publicados en el sitio web no expresan necesariamente las opiniones del FPLP”) muestra fotos algunos de sus miembros, entre ellos, una de Hamouri (cuarta fila, columna de la derecha).
Omisión tras omisión, tras incumplimiento de profesión: ocultar y dejar de buscar, de verificar. Lo que queda es un producto voceado sobre una página, en una pantalla: la ilusión, parafraseando a Jean Baudrillard (Simulacra and Simulations), de lo real prescindiendo de la realidad; es decir, un simulacro que “amenaza la diferencia en ‘verdad’ y ‘falsedad’, entre ‘real’ e ‘imaginario’. La cobertura, así, se presenta como una simulación del periodismo, de la información. Y como la simulación produce “verdaderas” noticias, el público consume sin cuestionar el producto fraudulento.