Escribió Aldous Huxley (Brave New World Revisited) que “en su propaganda, los dictadores de hoy confían principalmente en la repetición, la supresión y la racionalización: la repetición de las consignas que desean que sean aceptadas como verdades, la supresión de hechos que desean que sean ignorados y el fomento y la racionalización de las pasiones que puedan ser utilizadas en interés del Partido o del Estado”.
La fórmula no parece ya exclusiva de dictadores.
El País sometía al lector (“Las universidades palestinas como símbolo de la luz al final del túnel”) al castigo de unas veleidades literarias que eran, en realidad, un abigarramiento y repetición de lugares comunes, valoraciones y adjetivos que se sostenían en el aire, como lo hacen las marionetas; así como a la supresión de aquello que hacía peligrar la escenificación. Todo lo cual servía para racionalizar la violencia promoviendo esa figura que nadie fuera de la región se cree: “resistencia pacífica”; cínico eufemismo, si los hay.
Los seis primeros párrafos eran dedicados a la exaltación del Yo de la autora, a la reiteración de las definiciones avanzadas por la propaganda palestina, al ejercicio de demonizar a los israelíes. Por tanto, los ahorraremos e iremos directamente al conspicuo silenciamiento.
Esos, pues, eran los párrafos que había que atravesar para llegar a la universidad que anunciaba el titular. Y en el octavo parágrafo, decía:
“Aunque hoy la universidad de Birzeit cuenta con más de 15.000 estudiantes (de los cuales el 62% son mujeres), que el campus se mantenga en pie es toda una hazaña. Durante más de un siglo, … se ha convertido en un gran centro de formación, transformando la educación superior palestina a través de su impacto en la conciencia, la cultura y la resistencia de la comunidad. Una espina en el costado de la ocupación, insistiendo en desempeñar su papel de ilustración y originando una sociedad multicultural en el campus”.
Para más adelante afirmar:
“Las universidades son un ejemplo de resistencia no violenta a la ocupación militar”.
El 24 de mayo de 2022, el Middle East Media Research Institute (MEMRI) informaba que en las elecciones de la Unión de Estudiantes del 18 de mayo de 2022 en la Universidad de Birzeit, en Ramala, Hamás obtuvo una victoria abrumadora, por primera vez en años. Hamás está considerado un grupo terrorista por la Unión Europea y Estados Unidos, entre otros.
Y citaba al comentarista político palestino Akram Attallah, que en un artículo escribió a propósito de los comicios universitarios:
“Hamás, que está celebrando los resultados [electorales] en Bir Zeit, impide que se celebren elecciones municipales en la Franja [de Gaza], y en su lugar convoca a un puñado de sus partidarios y elige a uno como alcalde. […] En cuanto a Fatah, que está celebrando su victoria en las elecciones en el [Colegio de Abogados] y en la Universidad de Belén, anuló las elecciones generales al Consejo Legislativo. Y este parece ser el caso de las [otras] facciones también: Hay un profundo abismo entre el discurso [de las facciones] y sus acciones, que deja al descubierto su enfoque para gobernar el Estado y el pueblo”.
Las organizaciones palestinas y sus fines. Las organizaciones palestinas y lo que les cuestan a los ciudadanos palestinos. Esto no estaba en el artículo que publicaba el diario español.
Mas, prosigamos. El mismo instituto daba a conocer el 16 de diciembre de 2021 que “en los últimos días se celebraron dos desfiles en el campus de la Universidad de Birzeit, en Cisjordania, en los que los participantes, que llevaban imitaciones de cinturones explosivos y cohetes, llamaron a continuar la lucha contra Israel”.
No parecía muy pacífica la “resistencia” a la que llamaban esos jóvenes universitarios.
Y es que, esa forma de mencionar – ya no sólo como método de evitar mencionar -, no es otra cosa que la pretensión de transformar lo terrible en una suerte de épica romántica.
La constitución de Fatah llama (artículo 12) a la “completa liberación de Palestina, y a la erradicación de la existencia económica, política, militar y cultural sionista”, puesto que (artículo 8) la “existencia israelí en Palestina es una invasión sionista”.
¿Y qué es “Palestina” para Fatah, organización mayoritaria de la OLP?
Pues la carta de la OLP establece en su primer y segundo artículos que:
“Palestina es la patria del pueblo árabe palestino; es una parte indivisible de la patria árabe, y el pueblo palestino es una parte integral de la nación árabe.
Palestina, con las fronteras que tenía durante el mandato británico, es una unidad territorial indivisible”.
Y qué decir de Hamás, que publicó en 2017 un documento político, pero no revisó su carta fundacional, que en su preámbulo deja su objetivo más que claro: “Israel existirá, y continuara existiendo, hasta que el Islam lo destruya, de la misma manera que destruyó a otros en el pasado”.
La facción afiliada a Fatah ganó las elecciones universitarias en Birzeit… Y a la autora se le olvidó mencionarlo. Ocurre que la idealización de una “causa” requiere de absolutos maniqueos, de caricaturas morales: un burdo y peligroso relato divorciado de la realidad.