El Diccionario Oxford ha nombrado palabra del año 2016 al término post-truth. En español, traducido como posverdad, y que se refiere a lo relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal. Es decir, que la realidad percibida se crearía en base a un estado emocional, y no a unos hechos concretos.
El término, a pesar de no ser nuevo, ha saltado la palestra en 2016 debido especialmente a los fenómenos Trump o Brexit.
Y los medios los denuncian. Tanto en sus artículos como a través de las redes sociales. La posverdad sería un modo de mentir, y los periodistas, que quieren ser garantes de la verdad, ponen el grito en el cielo ante las trampas y mentiras que van ocupando el espacio político y mediático.
Pero lo cierto es que esos mismos medios que se horrorizan ante las futuribles mentiras del presidente electo norteamericano, llevan años modelando su cobertura acerca de Israel a base de posverdades que no parecen indignarles tanto.
Como muestra un botón: el diario de mayor tirada en lengua hispana, El País, insiste en tildar los territorios que tanto israelíes como palestinos reivindican, como territorios palestinos. Es decir, que contrariamente al hecho objetivo de que existe una disputa territorial no solucionada, El País apuesta incluso en artículos de información (no sólo en los deopinión) por su creencia personal, en detrimento de lo factual, y decide que esos territorios son palestinos. De este modo, el lector, privado de una información completa, construye una realidad alternativa emocional en la que la razón objetiva ha sido eliminada.
Recordemos que todos los acuerdos firmados hasta el momento y todas la resoluciones vinculantes de la ONU hablan de que las partes deberán decidir en negociaciones las fronteras definitivas. No especifican cuales son, pero sí dejan claro que la Línea Verde no es más que una línea de armisticio, que en ningún momento debe ser considerada una frontera.
Pero eso no importa en el mundo de la posverdad, que ha decidido que el público debe creer que esos territorios son palestinos, y que no aporta ni una sola voz que pueda explicar cuál es la otra versión de los hechos (de hecho, en general, rara vez incluyen fuentes israelíes más allá de algún comunicado oficial).
Y con el fin ahondar en esa emocionalidad que pinta un cuadro maniqueo de poderosos sin ley contra víctimas indefensas, El País escribe acerca de las 566 viviendas en la parte de la ciudad anexionada. Pero lo cierto, el hecho, es que no fueron 566 sino 671 las viviendas aprobadas por el ayuntamiento de Jerusalén. ¿Y por qué no se ofrece la cifra completa al lector de El País? Porque entonces habría que explicar que 106 de esos permisos estaban destinados para viviendas en barrios árabes. Y, en una narrativa de israelíes desconsiderados, ultraderechistas (nótese que el diario sólo define así a los políticos israelíes; en tanto que los líderes palestinos nunca son ultra nada, aunque nombren mártires a terroristas suicidas, aunque masacren a su pueblo, aunque llamen a matar judíos…)
Si no hubiera detrás un terrible coste humano, casi sería enternecedora, por lo ingenua y absurda, la afirmación que hace el medio, en el sentido de que:
trasladar la sede de la Embajada de EE UU desde Tel Aviv a Jerusalén una medida que implicaría el reconocimiento de la anexión del este de la ciudad y que amenaza con desatar la violencia en todo el mundo islámico.
En primer lugar, no implica reconocer ninguna anexión. Una vez más, la creencia personal, unida al afán de cargar las tintas en contra del sospechoso habitual, desvirtúan los hechos. Hace años que el congreso de los Estados Unidos ha llamado a mover la embajada a Jerusalén, sin por ello haber reconocido la anexión del este de Jerusalén.
En segundo lugar, ¿de verdad podría desatarse la violencia en ese paraíso de paz y armonía que es el mundo islámico? ¿Se redesataría la violencia en Siria? ¿O en Libia? ¿O en Irak? Tal vez no le gustaría a Hezbollah, o a ISIS o a Al Qaeda ni a sus respectivos países fundadores y financiadores.
¿Hechos? ¿Para qué? Si ya tenemos opiniones.
Eso sí, griten todos contra la posverdad… la de los demás.