A las pocas horas del mortal ataque contra una escuela judía en Toulouse, y a la espera de que se vayan esclareciendo más detalles sobre el autor de la matanza, aparentemente responsable también del asesinato de tres militares franceses de origen magrebí, ya asoman en los medios los primeros textos responsabilizando a los propios judíos y a Israel del antisemitismo.
En la página Teinteresa.es, Jesús M. Tapias escribe un artículo titulado El inevitable plus de ser judío que es un buen ejemplo de cómo, a pesar de condenar lo sucedido, pequeñas acusaciones veladas a lo largo del texto, confunden y desvirtúan lo sucedido, de manera a relativizar los hechos.
Tapias denuncia que:
el hecho de que fuesen judíos amplía el eco de la noticia hasta límites insospechados. Y hay quien trata de aprovechar la circunstancia.
Es decir que para el autor, los judíos recibirían un trato privilegiado por la prensa y por la sociedad que se preocuparían más de ellos que de lo sucedido, por ejemplo, a los tres militares. De hecho, el párrafo final del artículo asegura que:
El inmenso eco del asesinato de cuatro judíos, tres niños y un rabino, ha hecho olvidar que al autor de la masacre se le atribuye también la muerte de tres militares ocurrida unos días antes en la misma zona.
Otra afirmación del artículo de Teinteresa.es que pisa terrenos peligroso tiene que ver con la cuestión económica. Tapias considera relevante destacar cuánto dinero se ha gastado el gobierno francés en seguridad para la comunidad judía:
Lo ocurrido en Toulouse destapa la noticia de que el estado francés gastó tres millones de euros desde 2005 en dotar de seguridad extra a cerca de 500 edificios relacionados con la comunidad judía. La causa, una ola de actos antisemitas perpetrados a principios de siglo.
Para empezar, lo sucedido en Toulouse no destapa ninguna noticia respecto al dinero empleado por el estado francés en la seguridad de sus ciudadanos judíos. Es sabido que como minoría en todas partes del mundo, menos en Israel, los judíos requieren más protección que el resto de sus compatriotas. Francia, Argentina, España o Estados Unidos son ejemplo de ello. Y ante lo sucedido en Toulouse, da la sensación de que la cantidad empleada a este fin no ha sido suficiente.
En segundo lugar, el autor habla de una ola de actos antisemitas perpetrados a principios de siglo, lo que minimiza el peligro al que se enfrentan las comunidades judías, ya que no fue algo tan específico, sino que la amenaza llega hasta nuestros días. La Agencia Associated Press lo resumía así:
La línea de ayuda gratuita es sostenida por el Servicio de Protección para la Comunidad Judía, un grupo cuya única misión es ayudar a proporcionar seguridad a sinagogas y en grandes celebraciones judías.”
“El Servicio de Protección, el cual contabiliza cada año reportes de actos antisemitas, dijo que aunque la cifra en 2011 cayó a 389, se está incrementando la agresividad de los ataques. En 2010 se reportaron 466 actos, los cuales incluyen todo, desde violencia a vandalismo.
Es decir que ni las ayudas son un secreto recientemente destapado, ni la amenaza es algo puntual de principios de siglo.
Pero lo más interesante del artículo es sin duda cuando el autor achaca a los judíos una especie de manía persecutoria y los acusa de ser de alguna manera los mismos responsables del antisemitismo por acusar de judeófobos a quienes no lo denuncian y por permitir que el estado de Israel se defina como judío.
Escribe Tapias:
los propios judíos deberían intentar normalizar el rol que les toca desempeñar en el mundo. Es cierto que una parte de la sociedad israelí lleva años intentando desvincular la religión del estado, pero otra aún mayor insiste en mantener el nexo dotándolo incluso de un carácter existencial.
Son estos los que cada vez que se produce un ataque contra intereses judíos miran a su alrededor de manera enfermiza para ver quién no lo repudia inmediatamente y colgarle el cartel de antisemita.
Es decir que Israel, que resurgió como el estado destinado a que en él los judíos no fueran una minoría, debería según Tapias, evitar su identificación con el judaísmo. Más allá de eso, ante cuatro niños y un adulto acribillados a sangre fría, resulta curioso que el autor se plantee como esencia de su reflexión, el vínculo del estado de Israel y la religión.
Al margen de confundir judío con israelí el artículo apunta a acusar a la víctima de su propia agresión y reprocha al primer ministro Netanyahu que:
con el ánimo de aprovechar la situación, destaca que el mismo día del atentado antijudío el Comité de Derechos Humanos de ese organismo recibió a un representante de Hamás, la organización que, según él, se dedica al asesinato de judíos todo el año.
Tal vez Tapias no sepa que Hamás es una asociación considerada terrorista por los Estados Unidos y la Unión Europea, que se vanagloria de haber asesinado a 1365 israelíes en 1117 atentados en Israel y del lanzamiento de 11.039 misiles y cohetes Qassam contra población civil en el sur de Israel, según datos difundidos por el propio Hamás en su 24 aniversario, y que en su carta fundamental aboga por la destrucción de Israel y de los judíos en general. Si Jesús M. Tapias lo supiera, es probable que comprendiera los recelos del primer ministro ante la invitación al Comité de Derechos Humanos al líder de dicho grupo.
Sin embargo, el autor considera que los reproches de Netanyahu no ayudan a establecer la paz con los palestinos, algo que según él:
contribuiría sin duda a enterrar cualquier tipo de antisemitismo que pueda quedar en el mundo, fruto quizá en buena parte del continuo maltrato a los palestinos.
Como si el antisemitismo fuera una invención reciente, o como si Occidente no se bastara a sí mismo para su odio a los judíos…
Pero para terminar, hay que destacar la esclarecedora explicación que hace Tapias del porqué de las resonancias de la noticia (como si la matanza en sí no las justificara). El autor responsabiliza al sentimiento de culpa francés por cierta tolerancia con los excesos nazis durante la Segunda Guerra Mundial
Esta frase revela el baremo por el que el autor ha medido la noticia. Para él cierta tolerancia es la manera de describir un régimen colaboracionista, responsable activo de la deportación de unos 77.000 judíos, mientras que seis millones de asesinados en un plan industrializado para hacer desaparecer de la faz de la tierra a todos los judíos, son tan sólo excesos nazis. Cabría preguntarle al autor hasta qué número de asesinados no se consideraría excesivo. Pero teniendo en cuenta esta visión de lo que fue el nazismo, no extraña que para él la noticia de los niños y el maestro asesinados haya tenido demasiada relevancia.