“… la noticia de que Trump estaría dispuesto a abandonar la postura oficial de Estados Unidos de que la clave de la paz en el Medio Oriente es la existencia de dos Estados, Israel y Palestina proviene de una fuente no identificada. Estamos hablando de un alto cargo del gobierno en la Casa Blanca.
Si se confirma dicha noticia, y puede ser factible, esto sería un cambio importante en la política estadounidense en Oriente Medio y eliminaría un consenso bipartidista de décadas”.
A partir de lo cual, opinaba el articulista:
“… la idea de los dos Estados no ha brillado por su éxito. Ese concepto, acogido por casi toda la comunidad internacional, fue concebido en 1967 como clave para lograr la paz en el Medio Oriente. Si hubiera tenido éxito, no estaríamos hablando 40 años de cómo poner en práctica ese plan, que en su día fue considerado el mejor método para desatar el nudo gordiano del conflicto palestino-israelí”.
Un análisis que comienza de esta manera, no puede, sino, conducir a una conclusión que es, como mínimo, inválida. Y es que el argumento se funda en una proposición que es falsa y en otra que menoscaba en muchola realidad.
- En 1967 se aprobaba la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU – que no hablaba de la creación de ningún estado palestino -, luego de la segunda agresión (la primera en 1948) de estados árabes contra Israel. Esta resolución sí ha servido como piedra angular para los acuerdos de paz posteriores – que continuaba la idea de la resolución 181 de la Asamblea General de la ONU.
- Quería ser, tal vez, una manera de desatar el nudo del conflicto árabe-israelí. No palestino-israelí. No se hablaba entonces de “Palestina” o “Estado palestino”. Acaso uno de los grandes problemas, el nudo gordiano, del conflicto, es precisamente que aquellos estados que participaron del conflicto tanto en 1948 como 1967 (volverían a repetir en 1973) como partes agresoras, no pagaron precio alguno y se mantuvieron en su posición (los tres no de Jartum, por ejemplo) contraria a la paz con Israel: tarde o temprano, columbraban, terminarían por derrotar y eliminar al Estado judío.
- La idea de dos estados, uno judío y otro árabe, en la parte restante de Mandato Británico posterior a la creación de Jordania, se plasmó en la resolución 181 – de partición – de la Asamblea General de la ONU. Dicha resolución fue aceptada por la parte judía y rechazada tajantemente por los países árabes que, como se indicara, lanzaron un ataque (una “guerra de exterminio y una masacre trascendental”, según Azzam Pasha, Secretario General de la Liga Árabe) contra el recién creado Estado de Israel.
Es decir, la opinión borra la Historia entre 1948 y 1967: “el conflicto es la ocupación” (y no ésta, una consecuencia del conflicto).
El articulista concluía con un trozo de un hecho y dos o tres lugares comunes:
“…no quiere decir que la solución de dos Estados haya sido un éxito. Pero la conducta del gobierno de Trump no ha generado, hasta ahora, la confianza necesaria para jugar con temas tan sensibles como la paz en Oriente Medio. No sin un plan claro que ofrezca una oportunidad realista de mejorar la situación actual”.
Es difícil, sino imposible, derivar esta conclusión de las premisas – o porciones de elementos, de hechos, de conceptos equivocados–presentadas.
Y es que la conducta de muchos gobernantes occidentales (el ex presidente Jimmy Carter, por ejemplo, ha sido muy activo en este conflicto, señalando como responsable exclusivo del mismo a Israel y realizando interpretaciones alejadas del mencionado consenso) no ha generado no sólo confianza, sino que ha usufructuado dicho conflicto para su propio beneficio político.
Por otra parte, sería interesante analizar hasta qué punto la injerencia internacional (con las Naciones Unidas y su miríadas de agencias y comités creados ad hoc, al frente (o como foro principal) – la UNRWA, el ejemplo más destacado de cómo se ha desviado (creando excepciones y privilegios para los árabes palestinos) la comunidad internacional, en el caso del conflicto árabe-israelí, de lo que era y es consuetudinario – ; y con el sobredimensionamiento del mismo, y borrando y sobrescribiendo la Historia) ha sido un obstáculo para la paz (y hasta un elemento perpetuador del mismo; nuevamente, el caso de la UNRWA es un ejemplo más ilustrativo). ¿Qué tendrá más peso pues, lo que lleva sucediendo desde hace décadas, o lo que podría desprenderse de “la conducta del gobierno de Trump hasta ahora”? ¿Han generado “confianza” las Naciones Unidas? ¿Lo hizo Obama? Y, ¿no tienen los medios de comunicación una cuota de responsabilidad, al ofrecer una cobertura desproporcionada, al ser laxos con los hechos, con la obligación de verificación y de ofrecer fuentes variadas, cuando se trata de este conflicto? ¿No tienen un grado de responsabilidad cuando designan a corresponsales que son, en realidad, activistas o que tienen un marcado y evidente sesgo anti-israelí?
Además de que los líderes palestinos (dos, en realidad, desde 1967 hasta el presente: Yasser Arafat y Mahmoud Abbas) han evitado su resolución en cada vez que la oportunidad estuvo (o así parecía) cerca.
A esto, cabe añadir, sin entrar en valoraciones a futuro de cómo pueda o no influir Trump en este escenario, que esta administración estadounidense prácticamente aún no ha obrado. En cambio, tanto el régimen sirio, como Rusia, Irán (con el grupo terrorista Hizbulá actuando a sus órdenes) y Arabia Saudita, entre otros – guerras en Siria y Yemen –, son los principales sujetos de desestabilización de la región sin ningún atisbo de duda. Y no sólo de desestabilización, sino de desastre humanitario. De una verdadera masacre. Algo que no ofrece muchas “confianzas” para “la paz en Medio Oriente”.
Finalmente, pero, como suele decirse, no menos relevante, la “paz en Medio Oriente” es un concepto un tanto grandilocuente y, por ende, mentiroso (y peligroso, porque obvia, precisamente el peso y magnitud del conflicto sirio, la gravedad de lo que sucede en Yemen): la tan mentada paz generalizada (Medio Oriente es más que Israel y los palestinos) no depende de la voluntad israelí, ni de las concesiones (como la retirada de la península del Sinaí o de Gaza, por ejemplo) que haga o pueda hacer el Estado judío. Depende antes bien de la voluntad de los países árabes y musulmanes de reconocer al Estado judío, de respetar su derecho a existir, su integridad. Depende de Arabia Saudita, Bahréin, Irán, Irak, Kuwait, Líbano, Siria, Catar, Yemen, entre otros. Depende del conflicto entre sunitas y chiíes.