Es de esperar que en todo conflicto exista censura – ya sea por motivos militares, de seguridad, etc. Lo es aún más cuando una de las partes en conflicto es un régimen totalitario o un grupo terrorista pues ambos fundan buena parte de su poder en el silencio – el de los demás. Sin este, deberían dar cuenta de la corrupción, del desvío de dinero para la construcción de cohetes en lugar de infraestructuras. Nada como el silencio para asegurar la continuidad, la impunidad.
Lo llamativo es lo que sucede entre buena parte de los medios en español en su cobertura del conflicto árabe-israelí.
Cuando alrededor de 200 de los más de mil cohetes lanzados indiscriminadamente por el grupo terrorista palestina Yihad Islámica contra Israel cayeron dentro de la propio Franja de Gaza, y uno de ellos mató a cinco niños, hubo silencio.
Sí. Pero no el que uno hubiese imaginado. Y es que no le dio tiempo al grupo terrorista palestino a censurar. Los medios en español, y a pesar de las pruebas existentes sobre dicho suceso, se adelantaron voluntariamente. Voluntariosamente. Muy 1984. Muy cómplices: puesto que, parecen haber estimado, la realidad era impopular, inconveniente para la imagen de un grupo terrorista financiado por la teocracia iraní; vamos, para la “causa”. Como tantas otras veces, por otra parte. Sin necesidad de ninguna prohibición, conminación.
El cohete de Yihad Islámica, pues, desapareció. Y las muertes fueron atribuídas a Israel. No era, entonces sólo acallamiento; este iba acompañado de una falsificación.
El silencio, a esta altura, define su cobertura como no logran hacerlo sus textos.
Y ojo, no vaya a confundirse el suyo con el silencio del que escucha. O contempla. No. Este es el del que oculta, invisibiliza. Del que elabora una representación ideológica que se ajusta a una agenda particular.
En su trabajo Silent citizens, On silence and silencing in journalism, Manuel Pinto apuntaba que, de acuerdo a Noelle-Neumann, “”las dos fuentes que tenemos para obtener información sobre la distribución de las opiniones en nuestro entorno [son] la observación de la realidad de primera mano y la observación de la realidad a través de los medios de comunicación”.
Vista está cuál será la “realidad” sobre el conflicto árabe-israelí que podrá observar el público hispanoparlante. Pero no sólo eso, sino que, como indicaba Pinto, por miedo al aislamiento y a la alienación, algunas personas evitan expresar sus propias opiniones en público, al percibir que éstas van en contra de las dominantes. Y, bien puede añadirse, en contra de la imagen falaz de consenso que remeda la mayoría de medios. Un consenso, por demás, embadurnado de moralina como si fuera brillantina. El resultado, entonces, continuaba Pinto, es el silenciamiento de las opiniones minoritarias (o, antes bien, de las que se pretende hacer percibir como tales) y, en consecuencia, el refuerzo y la amplificación de las mayoritarias. “Esto es, de forma simplificada, lo que Elisabeth Noelle-Neumann ha denominado “espiral del silencio””.
En este mismo sentido, decía el autor, Pierre Bordieu señalaba que los periodistas tienen un “monopolio de hecho sobre los instrumentos de producción y difusión de la información a gran escala” y, a través de estos instrumentos, sobre el “acceso de la gente corriente al espacio público”. “Este monopolio les permite imponer su visión del mundo y sus temas a toda la sociedad, y censurar lo que no consideran de interés ‘periodístico’. El resultado global, subrayaba Bourdieu, es una representación sesgada del mundo social.
El silencio se parece mucho, demasiado, a una estafa. Muy onerosa. Demasiado. Porque, parafraseando a Jeremy Bentham, es imposible medir el mal que resulta de una censura, de la omisión sistemática, ya que es imposible decir dónde termina.
Puesto de otra manera, y en modo interrogativo:
¿Termina en este conflicto? ¿O, por el contrario, termina por permear hacia todas las secciones del medio?