Israel, entonces, es el método de saldo para salvar esa divergencia: sólo basta con posicionarse del “lado correcto”; es decir, contra dicho estado. Y, se afirme lo que se afirme, no habrá consecuencias profesionales ni emocionales. No importa desconocer sobre el asunto – la mayoría de las veces, una ignorancia voluntaria, provechosa. Tampoco importa mostrar abiertamente un posicionamiento, es decir, la adhesión a una “causa”. Ni siquiera importa que un grupo terrorista ataque a los habitantes de un estado – con todos sus desaciertos y sus problemas, sí, como todos. No, nada de eso importa. Como tampoco lo hace que se llegue incluso al punto de defender, blanquear, justificar el método terrorista y, con ello, por extensión, el fin que se persigue con su empleo: para el grupo terrorista Hamás, la eliminación de Israel.
Basta con repetir unas líneas del habitual coro de inexactitudes, falsedades, lugares comunes e ingredientes de la propaganda palestina para obtener un resultado inmediato: alcanzar aunque sea una porción de ese sector contrario o indiferente de la audiencia potencial. Es sencillísimo, basta apenas con un trozo de hecho y un montón de eslóganes a su alrededor. Y sale gratis. A lo sumo, quien verbaliza o escribe esa repetición, esa consigna, puede ser, como mucho ignorado o tenido por oportunista. Poco más.
Porque, como decía Jean-Claude Milner, ante el nombre Israel todo está permitido. Ese Israel que, en el imaginario colectivo, denomina, define, a un conjunto de judíos o, más bien, al conjunto de los judíos; y, claro está, al paradigma del mal que milenariamente se ha asignado este pueblo y que se ha incorporado tan amplia y fácilmente.
Todo está permitido. Al menos, mediáticamente. Basta darse una vuelta por las coberturas y por las redes sociales de muchos de los profesionales de la comunicación para constatarlo: la práctica de la profesión queda anulada – aún más que habitualmente – por el activismo sin máscaras, por un quehacer que está más relacionado con la propaganda que con el periodismo que dicen ejercer.
Todo permitido.
Y si no, qué pasaría en España o Francia, o donde sea, si un grupo terrorista realizara ataques – ni siquiera a la escala de los recientemente sufridos por Israel – contra sus poblaciones civiles, y los medios, todos a una (o casi todos, es cierto), primero callaran, hasta donde pudieran, y luego, cuando fuese demasiado evidente, defendieran tales atentados (“resistencia”, “lucha contra la opresión o la ocupación”, etc.), a la vez que convirtieran a los terroristas en víctimas de las respuestas del estado en cuestión. Sí, quizás habría algún trasnochado que aplaudiría en asentimiento mientras mira el informativo. Sólo eso. Pero hablamos de Israel, y ante ese nombre, la moral no aplica, la decencia se toma un respiro, la profesionalidad se descarta (aún más), y la mismísima estética también.