“- Exacto, los periódicos enseñan a la gente cómo debe pensar – interrumpió Simei.– Pero los periódicos ¿siguen las tendencias de la gente o las crean?
– Ambas cosas, señorita Fresia. La gente al principio no sabe qué tendencia tiene, luego nosotros se lo decimos y entonces la gente se da cuenta de que la tiene… –”, Umberto Eco, Número cero.
Pero, además, la idea de “opinión pública” sugiere otros dos conceptos: “mayoría” y “consenso” (general). Así pues, los medios suelen hablar desde la “mayoría” y el “consenso”: tal es así, que en el caso que nos compete – el conflicto palestino-israelí -, se refieren de manera reiterada a estos dos conceptos, en forma de “comunidad internacional” (¿Una comunidad de valores – como los de Irán o Arabia Saudita., por ejemplo? ¿Una comunidad de todos los países? ¿O sólo Occidente? Y, de Occidente, ¿sólo los estados del norte?); y de “Derecho Internacional” – como suerte de “consensos” absolutos, de “opiniones públicas internacionales”.
El resultado de esta cobertura hiperbólica (porque la “opinión pública” lo “exige”; y cuando más se le “ofrece”, más “quiere”), casi obsesiva, es el de una condena “unánime” de la “comunidad internacional”, la “opinión pública internacional”, de las “transgresiones” israelíes al “consenso” internacional en forma de “derecho internacional” – este último tema ya lo hemos abordado (La “legalidad internacional” (siempre) señala a Israel; “Según el derecho internacional”…)
En definitiva, un producto que el consumidor de noticias termina por creer (opuesto a saber; ser docto) como propio, como una consecuencia de su raciocinio.
“Las opiniones más facciosas y necias […] adquieren la densidad de una corriente de pensamiento […]”, Telesio Malaspina, citado por G.Sartori en Homo videns
Luis Fernando Barzotto, Profesor de Filosofía del Derecho, Universidad Federal de Río Grande do Sul, Porto Alegre, sostenía (El guardián de la constitución, Díkaion, Año 24 – Vol. 19 Núm. 2 -Colombia, 2010) que la opinión versa sobre una proposición aparentemente verdadera, y que lo que mueve a la voluntad a asentir a una proposición incierta es, precisamente, su verosimilitud. Lo que aparece como verosímil a la razón – explicaba -, la voluntad hace que ella lo asuma como verdadero. “La voluntad ve en la verdad un bien, y por eso se inclina a asentir aquello que se asimila a la verdad… Sin una ‘voluntad de verdad’, la verosimilitud es irrelevante y la opinión deja de existir, dando lugar a la ‘fantasía subjetiva’”, sintetizaba.
Asimismo, el politólogo italiano Giovanni Sartori afirmaba (Homo videns) que opinión es doxa, no es episteme, no es saber y ciencia; es simplemente un “parecer”, una opinión subjetiva para la cual no se requiere una prueba. “Las opiniones son convicciones frágiles y variables. Si se convierten en convicciones profundas y fuertemente enraizadas – decía Sartori -, entonces debemos llamarlas creencias (y el problema cambia)”.
De hecho, según Barzotto, lo que define la opinión es el hecho de ser, conscientemente, un juicio sobre la apariencia de una cosa, y no sobre “la cosa en sí”. De allí, decía el catedrático, el carácter esencialmente refutable o revisable de toda opinión. “Una opinión se muestra, por eso, como un modo inseguro y provisorio de ‘estar en la verdad’”.
Pero en lo que respecta al conflicto palestino-israelí, se han instalado marcos conceptuales reduccionistas que han configurado verdaderas creencias – y, en muchos casos verdaderos fanáticos (incapaces, parafraseando a Winston Churchil, de cambiar de opinión y de tema).
Finalmente, el sociólogo español Cándido Monzón Arribas (“Opinión e imagen pública, una sociedad ‘bajo control’”; Palabra Clave, nro. 4, febrero de 2001, Universidad de la Sabana, Bogotá, Colombia) señalaba que:
“La variedad de significados que han dado los autores al concepto de opinión pública no ha impedido que desde sus orígenes se mantenga una característica común aceptada por la mayoría: aquella que hace referencia a la imagen colectiva que toda población puede generar sobre un problema público y a la presión que puede ejercer la comunidad sobre cada uno de sus miembros”.
“Casi siempre, o con mucha frecuencia, la opinión pública es un “dato” que se da por descontado. Existe y con eso es suficiente. Es como si las opiniones de la opinión pública fueran, como las ideas de Platón, ideas innatas”, Giovanni Sartori, Homo videns
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“Lo que inquieta al hombre no son las cosas, sino las opiniones acerca de las cosas”, Epicteto de Frigia
“La opinión pública no existe, al menos bajo la forma que le atribuyen los que tienen interés en afirmar su existencia”, afirmaba, tajante, el sociólogo francés Pierre Bourdieu durante la conferencia La opinión pública no existe, impartida en Noroit (Arras) en enero de 1972 (y publicada en Les temps modernes, no. 318, enero de 1973).
Y ampliaba diciendo que “existen, por una parte, opiniones constituidas, movilizadas, de grupos de presión movilizados en torno a un sistema de intereses explícitamente formulados; y, por otra, disposiciones que, por definición, no son opinión si se entiende por tal, algo que puede formularse discursivamente con una cierta pretensión a la coherencia. Esta definición de opinión no es mi opinión sobre la opinión. Es simplemente la explicitación de la definición que ponen en juego las encuestas de opinión cuando le piden a la gente que tome posición respecto a opiniones formuladas y cuando producen, por simple agregación estadística de las opiniones así producidas, este artefacto que es la opinión pública”.
Por su parte, el filósofo austríaco Karl Popper (Conjeturas y refutaciones) remarcaba que, además, las personas raramente coinciden; “y si en alguna ocasión hablan más o menos al unísono, lo que dicen no es necesariamente juicioso. ‘La voz’ puede ser muy categórica en temas muy dudosos. […] Y puede oscilar en problemas que no dejan lugar a dudas”.
Y no importa si para formase una opinión se requiera un mínimo de conocimiento (legal, técnico, o ode otra índole). A fin de cuentas, los medios han repetido hasta el cansancio el tema, el asunto (siempre de la misma manera, con el mismo enfoque), yendo de lo meramente aparente, hipotético (incluso, en varias oportunidades, de lo falso); de lo estrictamente puntual, a lo “factual”, “verdadero” y “general”. La reiteración finalmente terminará por instalar el asunto y su “relevancia” para el público de noticias. Así, será “necesario” tener una opinión sobre el asunto que, por esas cosas de la casualidad, se corresponderá co la línea editorial del medio de cabecera.
Por último, Popper decía no hay verdades manifiestas, y que no es fácil llegar a ella. “. La búsqueda de la verdad exige, al menos: a) imaginación, b) ensayo y error, c) el descubrimiento gradual de nuestros prejuicios a través de a) y b) y de la discusión crítica”, resumía.
No parece ser lo que la mayoría de medios hacen respecto al conflicto palestino-israelí. De hecho, en algunos casos la toma de posición es evidente. Pero, cuando un medio toma partido ¿no se está erigiendo, en realidad, en censor de lo que no se adecúa a esa toma de posición?
Hecho (se puede probar) vs Opinión (no se puede probar: ideas, pensamientos, su comprensión).
Aunque una opinión sea ampliamente aceptada, esto no la convierte en un hecho.
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Las Musas del Olimpo, hijas de Zeus, dicen a Hesíodo: “Sabemos cómo decir muchas mentiras semejantes a la verdad; pero también sabemos, si queremos, decir la verdad”. (Teogonía, 27 y sig.)
“Una de las dimensiones más importantes de la teatralización es la teatralización del interés por el interés general; es la teatralización de la convicción del interés por lo universal… La teatralización de la convicción…”, Pierre Bourdieu.
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Y decía que hay dos maneras de entender el concepto de opinión, la primera, como sinónimo de impresión o imagen, y la segunda, como expresión verbalizada de la racionalidad del ser humano. En cuanto a la primera, el sociólogo Joan Costa, explicaba que es la representación mental, en la memoria colectiva, de un estereotipo o conjunto significativo de atributos capaces de influir en los comportamientos y modificarlos.
El término “imagen” normalmente se suele entender como una ficción (opuesto en cierto modo a la idea de “realidad”), como un ícono o como una representación visual de la realidad.
Así, pues, Monzón Arribas sostenía que, puesto que el gran espacio público se encuentra en los últimos tiempos en los medios de comunicación en general, “la imagen, cualquier tipo de imagen, -y aquí incluimos la opinión pública como imagen pública-, pasa necesariamente por los medios. La comunicación pública se convierte en el referente principal para conseguir información, encontrar modelos de conducta, ocupar el tiempo libre…, participar en la vida pública y ejercer virtualmente la sociabilidad. Los medios de comunicación y sus mensajes se presentan a los ojos del público como un espejo, una guía, una ficción, un espectáculo, el gran teatro del mundo donde cada uno representa su papel y donde el ‘ser’ se convierte en “’parecer’. Es la sociedad… del ‘como sí’ del parecer, de las formas, de la imagen, la simulación y la reputación”.
La prensa escrita, en muchos casos – y sobre todo en lo que al conflicto palestino-israelí se refiere – parece haber operado una suerte, de, llamémoslo “televisación” de la noticia: casi un mero reproductor, relator de imágenes preconcebidas (muchas veces en la televisión, precisamente, y ya instaladas en el consciente colectivo), plagadas de omisiones, falta de contexto y desinformación. La reducción del tema es enorme; y, siguiendo a Sartori, lo que desaparece en esa compresión, es el encuadre del problema al que se refieren los texto-imágenes.
Y la imagen no deja de ser una instantánea, de la cual el camarógrafo, fotógrafo o redactor ha elegido el encuadre: es decir, eligió qué mostrar y qué no mostrar (un territorio más amplio, éste último).
Al final – concluía Monzón Arribas -, lo que llamamos opinión pública no es sino la imagen pública que proyectan los medios de comunicación sobre algunos temas relacionados con el bien público y que el ciudadano acepta como propios, bajo la impresión de que es elaboración propia (racionalidad), cuando en realidad no es sino la confirmación del poder (efectos) que los medios ejercen sobre la población.
Este poder o influencia, aseveraba el Dr. en Filosofía José María Rubio Ferreres (“Opinión pública y medios de comunicación. Teoría de la ‘agenda setting’”), se ha demostrado que es mayor cuando se trata de noticias que no se conocen ni se pueden conocer directamente, sino únicamente por la información que dan los medios – y matizaba que el poder o los efectos potenciales de los medios pueden variar en función de las circunstancias históricas y sociales.
Además, Rubio Ferreres refería que, según el periodista y comentarista político estadounidense Walter Lippmann en su obra Opinión pública, la opinión pública responde, no al entorno, sino a un pseudoentorno construido por los medios informativos. Es decir, entre el entorno y los individuos está la presencia de un pseudoentorno que estimula su comportamiento.
Según Lippmann, los medios de información son, por tanto, una fuente primaria, aunque no única, de las imágenes y de las ficciones que tenemos en nuestras mentes y con las que se llega a formar opinión pública. Y, tal como ya señalara Bourdieu, el periodista estadounidense señalaba que los medios en la transmisión de información tienden a reducir la realidad a estereotipos; y que “son los medios de comunicación, convertidos en poderosas instituciones sociales y socializadoras, los que crean y transmiten estos estereotipos”. Conduciendo al lector, espectador, a ir “construyendo imágenes mentales fiables del mundo que queda fuera de nuestro alcance”.
La opinión pública para que tenga una base consistente necesita de información. ¿El público está suficientemente informado, insuficientemente informado o ampliamente desinformado?
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Punto y seguido
Los medios de comunicación, pues,crean opinión – lo que se llama “opinión pública” – a través de sus crónicas informativas. La calidad de esta opinión dependerá, pues, de la calidad de la información que faciliten estos medios. En el caso de la cobertura del conflicto palestino-israelí, ReVista ha dado amplia cuenta de la baja o muy baja calidad de esa información en una gran parte de los medios en español – debido a su sesgo, a la falta de contexto, de información misma, etc.
La consecuencia de esa “opinión” fundada en información, digamos, defectuosa, es evidente: una miríada de ONG pro-palestinas (o directamente anti-israelíes), ONG humanitarias (cuya misión termina siendo secuestrada) y un público siempre dispuesto a manifestar su “indignación” o repulsa contra Israel: el arquetipo del “mal”, del “opresor” (según se desprende de la cobertura sobredimensionada y selectiva del conflicto); llegando a imponer la idea de que la inestabilidad en Medio Oriente es una consecuencia directa de la existencia de Israel y de sus “acciones” (negativas, claro; “agresivas”). Algo que, llamativamente, no sucede por ningún otro conflicto. El caso sirio es paradigmático: cientos de miles de civiles muertos; un silencio atroz en las calles de capitales occidentales – entre los silencios, los de más de un colectivo y ONG que se dicen humanistas, defensores de los derechos humanos, feministas, defensores de los derechos de los homosexuales, etc.
Expresarse contra Israel, al parecer, “lava” todos los pecados, omisiones, negligencias y miserias. De manera que ya no hace falta manifestarse por los verdaderos horrores. Israel es, en definitiva, la ofrenda (casi diaria) de la buena conciencia ante el altar de la “moral” y “corrección” occidental que, a través del un intercesor, evita tomar una posición (opinar abiertamente) sobre conflictos que pueden desbordarse hacia el propio terruño. Miedo, desinformación, hipocresía y odios añejos: una alquimia habitual.