Opinión: El imperecedero sacrificio

Los judíos deben pagar por el pecado, el crimen imperdonable de haber sobrevivido al Holocausto. Los judíos deben ser entregados al avance islamista, a manera de truculenta y conveniente Maginot de buenas intenciones, de complicidades desventajosas, de valores desvalorizados que erige, iluso, cómplice, necio, Occidente.

A la vez que se pretende que los judíos, como peste, plaga, salven la brecha entre islamistas y occidentales, que sirvan como distracción, como postergación ad infinitum – un dispositivo que emparde los demonios, las adversidades, y, así, los valores (ese residuo de palabras y gestos sin contenido).

Por eso mismo, aunque parezca paradójico, hay que rescatar a Hamás: para que sigan absortos en su obsesión de matar judíos, lejos de Europa, y sin matarlos del todo. Así, lejos (¿lejos?), pensará más de un político de inteligencia austera, no llegará lo que ya ha llegado y los obliga a esas sumisiones y pleitesías vergonzosas.

Los judíos utilizados como cuentitas de colores en el terreno devaluado de la política local: cobardes y oportunistas corajes histriónicamente señalando la aceptación del vasallaje nuevo: existiendo ya abiertamente contra sí mismos.

Ofrendados en el circo sacrificial infame en que devino hace tanto la Organización de las Naciones Unidas, elevadas, como decía André Glucksmann en Occidente contra Occidente, a “tribunal supremo”, y a la que evidentemente no “pintan tal cual es, sino tal y como ellos quisieran que fuese. […] ¿Se inquieta alguien por las incoherencias, contraverdades y perfidias que conducen a confiar la defensa de los Derechos Humanos a una comisión en la que imponen la ley los predadores que los patean en su casa? Nuestros fieles de la Santa Carta asienten, sonríen con un aire astuto y suspiran que nadie es perfecto en este mundo, que hay que esperar que [la Rusia, China, Catar, la República Islámica de Irán, Venezuela] se enmiende[n]; con créditos dobles, ahogados bajo los halagos, esos extraños pájaros que entran como terroristas en la casa de cristal se metamorfosean rápidamente en palomas blancas”.

Como una vieja estrella ante el espejo, porfiando permanencia donde sólo hay pasado, así anda una parte de este Occidente avergonzado de sí: diciéndole porvenir a su reflejo fantaseado con las mentiras con que sólo puede fabricarse el adiós.

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