Opinión: ‘Desver’ para crear un conflicto acorde a la ideología del interesado

Dos ciudades que se coinciden mayormente en el mismo espacio geográfico – acaso hayan sido la misma en algún momento, a saber. Que se entrecruzan, se mezclan sin formar una unidad. Los ciudadanos de una y otra existencia liminal deben desver (unsee) conscientemente todo lo que pertenece a la otra urbanidad, a sus habitantes y sus sucesos: deben deshacerlo, difuminarlo en una nada. Eso relata China Miéville en su novela The city & the city. Quizás, como metáfora consciente o involuntaria de las formas en que la realidad ha de negarse o esconderse para que el injerto de la ideología, del prejuicio, del provecho, se justifiquen o, antes bien, se impongan.

Desveen medios, organismos internacionales, gobiernos y organizaciones no gubernamentales que recorren los pasillos gubernativos en busca de ayudas financieras, los fines del liderazgo palestino – y con ello, el terrorismo, el adoctrinamiento, la corrupción, el totalitarismo -, la historia judía en la región, la cronología del conflicto. Y, una vez desmirada la realidad, imponen los constructos maniqueos: el desconocimiento como sentencia, la abyección como rectitud. Es sobre esto sobre lo que se “informa”, se “emite una opinión ‘legal’” y se movilizan los ánimos como quien revuelve un guiso de sensiblerías, aversiones y lugares comunes.

La realidad se encuentra oculta detrás de esa pátina de cínicas censuras y negaciones que se postulan como la afirmación de una “moral” con “lucecitas de colores”, un “instrumento sin mayores pretensiones” que engaños “montados para escena”, como cantaba el cantor. Con ese amasijo hecho de mentiras, libelos y estereotipos se lleva a cabo la mímica de la “justicia” y de las “misiones investigadoras”, del “periodismo comprometido “ (¿con quiénes, realmente?, poque no lo está ni con la audiencia ni con la verdad – mire lo que calla quien dice, y acaso acierte usted), del político consternado al que tan bien le viene que sus ciudadanos desvean los descalabros que perpetra localmente.

Mientras se pretende que se vive en una “aldea global”, donde todo afecta a la totalidad – como la mariposita esa que ora aletea un terremoto ora un desplazamiento de desesperaciones en Sudán -, los habitantes de esa “hermandad planetaria” ni se enteran (ya los medios desveen por ellos, no sea cosa que sin querer les falle el condicionamiento y perciban algo) precisamente sobre la situación en Sudán o, entre tantos otros sucesos, la impunidad del régimen asesino sirio o sobre los campos de concentración para uigures en China.

Y es que si se ve la realidad, así, global, sin el adoctrinamiento mediático de excusas y omisiones, sin el dedito admonitorio de la bochornosa ONU, el conflicto árabe-israelí se empequeñece (y los aumentativos, las exageraciones, pierden su efecto fabulador), y Hizbulá aparece como lo que es, un brazo terrorista de Irán, y los líderes palestinos se perciben como corruptos y fanáticos que persiguen la eliminación de Israel, objetivo para el cuya consecución, sus ciudadanos tienen el valor que les brinda la posibilidad de convertirlos en propaganda.

Los invito a que visiten las cuentas de redes sociales de quienes dicen informarles, y que observen no sólo lo que dicen (el tono, sus “fuentes” fraudulentas), sino lo que callan, lo que, incluso, justifican no siempre con mucha astucia que digamos.

Desdesmiren. Vuelvan a mirar. A observar: que, por ejemplo, el buenismo siempre, o casi siempre, es el disfraz tosco del desconocimiento y/o la conveniencia – como el payaso de un circo empobrecido. A descubrir el truco burdo con el que hacen dirigir la mirada lejos de lo que quieren camuflar. Hagan como cuando éramos chicos; que sí, caíamos en el pase del mago, por afán de asombro, de entretenimiento; pero que preguntábamos el porqué de las cosas que interesaban.

La suspensión de la incredulidad, sólo para la dispersión consciente, necesaria.

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