Se cuenta que el físico austríaco Wolfgang Pauli respondió una vez a un artículo de esta guisa: “Esto no está bien. No está ni siquiera mal”. ¿Qué puede ser peor que eso?, se preguntaba Michael Shermer en un texto publicado en la revista Scientific American. ¿Qué puede ser peor que mal?
Acaso una respuesta acertada sea la mala fe cabalmente escenificada en el artículo publicado por el diario El Periódico el 1 de agosto de 2024.
Empezaba con el recurso manido de citar a uno de los diarios notorios por su posición contraria al sentir mayoritario de los israelíes y, tantas veces, a los hechos – y, por ello mismo, menos sujeto a los estándares periodísticos: el israelí Ha’artez, habitual un deformador de la realidad en nombre de una ideología que, a esta altura, es difícil creer que siquiera sus propios fieles comprenda. La idea era presentar a una sociedad que “santifican la muerte, los asesinatos” de aquellos líderes terroristas que pretenden la aniquilación de su país. Por favor, habrase visto.
Eso sí, el deseo de muerte de sus propios ciudadanos – como horrenda propaganda para sus fines – por parte de los líderes de Hamás, ni palabra:
Ya en 2008, el “Ministro de Interior” de Hamas, Fathi Hammad, en un discurso transmitido por el canal de televisión Al-Aqsa (traducido por MEMRI) decía:
“[Los enemigos de Alá] no saben que el pueblo palestino ha desarrollado sus [métodos] de muerte y de búsqueda-de-la-muerte. Para el pueblo palestino, la muerte se ha convertido en una industria en la cual, las mujeres sobresalen, de la misma manera que todos los que viven en esta tierra. Los ancianos sobresalen en ello, lo mismo que los mujahideen y los niños. Es por esto por lo que hemos formado escudos humanos de mujeres, niños y ancianos y mujahideen, para desafiar la máquina de bombardeo sionista. Es como si le estuviesen diciendo al enemigo sionista: ‘Deseamos la muerte como tú deseas la vida’”.
En 2014, era el turno de Ismael Haniyeh, líder de Hamás, que espetaba:
“Sí, somos un pueblo que anhela la muerte, así como nuestros enemigos anhelan la vida. Anhelamos el martirio por la misma meta por la que murieron nuestros líderes, así como los demás aman sus asientos de poder”.
En 2018, era el líder de Hamás en Gaza, Yahya Sinwar, que lanzaba:
“Cuando decidimos embarcarnos en estas marchas [contra la valla fronteriza con Israel], decidimos convertir lo que nos es más querido – los cuerpos de nuestras mujeres y niños- en un muro de contención que impida la deriva muchos árabes hacia la normalización de los lazos con [Israel]”.
Y hace nada, en 2023, con el ataque genocida contra Israel, Haniyeh repetía:
“Como dije, y lo repito cada vez, la sangre de los niños, de las mujeres, de los ancianos, …. Necesitamos esta sangre para que encienda en nosotros el espíritu de la revolución, para que despierte en nosotros la persistencia, para que despierte en nosotros el desafío y el avance”.
Será cuestión de discusión filosófica lo que alegrarse o no condolerse por la muerte de quien pretende que matarlo a uno y a quienes lo rodean. Ahora, dicho esto, el deseo, el anhelo de la muerte del propio pueblo – para conseguir un fin, una prebenda, un beneficio -, es verdaderamente atroz. No hay argumento que pueda defenderlo. Y por eso mismo se omite.
Pero más allá de esto, veamos eso que es peor que un error, peor que la desinformación – como acto consciente de ofrecerle pescado podrido a la audiencia.
Decía el texto que hay una “lógica” – más bien un status quo – en la que Israel disuade (con estos asesinatos) y los árabes e Irán golpean y luego resisten las consecuencias. Y que esta “lógica malsana está en la raíz de los brutales atentados del 7-O, la matanza posterior en Gaza y la escalada de ataques entre Tel-Aviv, Teherán y Hezbolá. Paso a paso, respuesta a respuesta, Oriente Medio se encuentra ante el abismo de una guerra regional de consecuencias imprevisibles”.
Ya dirá usted qué lógica (por más malsana que sea), conduce a que el grupo terrorista Hamás decida cruzar la frontera y asesinar, violar, torturar, quemar, robar, secuestrar… Son cosas que pasan, de pronto se instala una lógica, y no hay quien la quite, y claro, hay que obedecerla, porque lo arrastra a uno a cumplir sus caprichosos enunciados, sus proposiciones rígidas. ¿Qué hay peor que este texto que claudica ante sí mismo?
Ya. Como lo malsano no era ninguna lógica peregrina, sino el razonamiento torcido y la intención evidente, el atentado se convertía en “la crisis que estalló el 7 de octubre”. Y, ya que estamos, “si a Israel no se le permitiera todo, si Netanyahu no fuera el primer ministro, la paz sería posible”, con pianito Lennon de fondo y aplauso de Guardia Revolucionaria, Hamás, Hizbulá, Catar y tanto tonto útil que lo es solo para ejercer la estulticia.
La solución que ofrecía la polucionada “lógica”: “La forma de evitar un enfrentamiento a nivel regional es forzar un alto el fuego en la franja que obligue a cada jugador a resituarse en el nuevo tablero”. Que Hamás vuelva a ser la Hamás de antes del brutal ataque. Que el proxy iraní Hizbulá reponga a sus miembros y su arsenal, que Irán sea más poderoso, que Catar financie el terrorismo a su gusto, que los hutíes también proxies iraníes, recuperen arsenal (y se queden con los barcos pirateados), y que Israel siga rodeado de esa amenaza que, pretende el agudo analista, goza de impunidad (al menos, en este lamentable texto).
¿Qué hay peor que un no estar siquiera equivocado?
Sin duda, estupidez que no se reconoce como tal.
Pero hay más. Pensad – con lógica sin trampas.