El acto, que ahondó en la herida del colaboracionismo francés con el ocupante nazi, no se limitó a entonar un mea culpa por el pasado, sino a un compromiso en el presente contra el antisemitismo aún que aún existe. Al respecto, el presidente Macron especificó:
No cederemos en nada al anti sionismo, porque es una forma reinventada de antisemitismo“
Esta noticia conseguía convertirse, en las páginas de información del diario La Vanguardia en un ataque contra Israel, y contra los judíos franceses.
Así, su corresponsal Rafael Poch, decidía ofrecer su muy personal definición de sionismo:
Un nacionalismo en cuyo nombre se excluye discrimina y oprime, ocupando su territorio, a la población palestina desde hace décadas en violación del derecho internacional
Por otra parte, no existe ese derecho internacional al que hace referencia el corresponsal. Israel no ocupa territorio a la población palestina. Existe un debate jurídico al respecto. Ambos pueblos reclaman como suyas partes de las tierras. Según todos los acuerdos firmados hasta el momento entre las partes, las fronteras serán definidas por los propios interesados. No por el señor Poch en un artículo en La Vanguardia.
Acusar a ciudadanos judíos de ser más leales a Israel, o a supuestas prioridades judías mundiales, que a los intereses de sus propios países.
El problema es que La Vanguardia ampara este discurso de odio, que aprovecha un homenaje a las víctimas del Holocausto para verter acusaciones contra Israel y los judíos. Pero además, contraviene toda ética periodística al confundir opinión con información.