Lo mínimo que se puede decir del programa El oficio de contar emitido el 25 de enero de 2015, de la cadena SER, en el espacio A Vivir que son dos días, es que resultó desconcertante. En su página web, la cadena lo anunciaba bajo el título: La libertad de prensa amenazada, y resumía el contenido explicando: Mapeamos el deterioro de la libertad de expresión en el mundo con la ayuda de Reporteros sin Fronteras
El programa iniciaba su andadura de 40 minutos con la intervención de Malén Aznárez, Presidenta de Reporteros sin Fronteras España, quien dio un repaso a algunos de los lugares más peligrosos para ejercer el periodismo. Países y zonas como Irak, Siria, una parte de Libia, Baluchistan (Pakistan), Ucrania o Antioquia (Colombia) eran citados por Aznáres como ejemplo de lugares donde el oficio de contar puede ser y es en muchos casos castigado con torturas, prisión, o incluso muerte. Tampoco se libraron algunos países democráticos de formar parte de esa lista, y se citó el caso de Turquía con sus más de 60 periodistas encarcelados.
Y tras los diez minutos iniciales en los que la representante española de Reporteros Sin Fronteras hizo una aproximación a esos países depredadores de la libertad de prensa, el programa decidió contar con los testimonios de periodistas destacados en… Israel.
Para justificar el hecho de que se iban a dedicar los 30 minutos restantes del programa a denunciar a un país que no figura entre esos depredadores de la libertad de prensa, el conductor del programa aclaraba a los oyentes que hay otras formas de censura, que no tienen por qué implicar torturas o muerte.
Pero lo curioso del programa, que se vestía en la bandera de la denuncia al maltrato a aquellos que ejercen el oficio de contar,fue el hecho de que los periodistas ahí invitados aclararon que jamás habían recibido ninguna presión del gobierno israelí.
¿Entonces? ¿Qué denunciaba el programa? Los periodistas se quejaban de recibir críticas.
Gregorio Morán concretamente, lamentaba que tras haber escrito un par de artículos comparando a Israel con el régimen del Apartheid, el medio que lo había publicado (La Vanguardia) recibió cartas aplastantes y eso frustró la aparición de un tercer artículo en la misma línea.
Yolanda Álvarez también denunciaba, en lo que resultó uno de los únicos datos concretos del programa, un Twitt de la portavoz de la embajada de Israel en España, en el que la periodista era acusada de ser una portavoz de Hamas. Pero acto seguido aclaró que eso no sólo sirvió para recibir el apoyo de su propio medio, sino para multiplicar sus seguidores en las redes sociales. Y siguió informando desde Jerusalen.
Eugenio García Gascón, por su parte, acusaba a las embajadas de Israel a lo largo del mundo de reunirse con representantes y directivos de medios de comunicación, como si esto fuera una actividad sospechosa. No lo es. Absolutamente todas las embajadas del mundo tienen un departamento de prensa que se reúne con los medios de comunicación.
El mayor problema de este programa, es que tras informar a los oyentes de que existen países en los que los periodistas son encarcelados, torturados y/o asesinados, los profesionales ahí invitados vinieron a denunciar que ellos había sido objeto de críticas. Como si la crítica fuera comparable a la censura, como si al periodista no se le pudiera exigir rigor en su trabajo.
Cierto es que la impunidad que existe en las redes sociales resulta intimidante. La agresividad en Twittter, Facebook y blogs diversos es indudable, pero ni es exclusiva del la cuestión israelo-palestina, ni se ejerce en un solo sentido. Una visita a las páginas dedicadas al fútbol, pueden dar fe de ello. Algo que merece una condena unánime, y un análisis mucho más riguroso.
El programa de la cadena SER aprovechó un momento en el que la libertad de expresión ha vuelto a salir a palestra tras los atentados de París, para cargar contra Israel con testimonios endebles y nebulosas conspirativas.
Mientras tanto, en otras partes del mundo, periodistas que se atreven a informar son asesinados, torturados, vejados, intimidados y encarcelados ante el silencio selectivo de sus propios compañeros de profesión.