Debajo de Gaza, y, claro, de sus ciudadanos, el grupo terrorista palestino Hamás cuenta con una red de túneles en la que se ocultan sus miembros, donde almacena armamento, esconde secuestrados y hace circular contrabandos varios. En la superficie, la atroz masacre que perpetró el 7 de octubre de 2023 en Israel, y la consecuente respuesta israelí, ha evidenciado una red kafkiana de ignorantes simpatizantes, de laboriosos y confiados altavoces, y de cínicas complicidades (sean voluntarias o de estulta de utilidad).
Agencias de la ONU repitiendo la propaganda victimista, pretendidamente humanitaria, lastimera, a la vez que piden un alto el fuego que eximiría a Hamás, fortaleciéndolo; es decir, perpetuándolo sobre la población gazatí que aterroriza y tiene como rehén – la misma que esas agencias dicen defender.
Activistas amplificadores de las mentiras del grupo terrorista que se presentan como informadores imparciales de uno u otro medio occidental. Aferrados a la voz de Hamás casi como un niño que va de la mano del padre, escriben, graban, transmiten, sus “crónicas” que trafican con la “narrativa” y las cifras de este grupo terrorista. Y muchos de ellos lo hacen ni siquiera estando en Gaza.
Organizaciones que, tras la bandera de unos “derechos humanos” que hace tiempo que no figuran en su agenda – como no sea a la hora de recaudar fondos -, se dedican, con pretérito prestigio, a elaborar informes que se citan unos a otros y a sí mismos y a fuentes anónimas o al propio Hamás, a expertos de nada y de todo; y que invariablemente parecen la copia de informes anteriores que cumplían la misma finalidad: justificar la violencia palestina y demonizar a Israel.
El objetivo que persiguen todos estos actores parece ser uno: el de convertirse en parte del procedimiento que, como en El Proceso de Franz Kafka, lentamente se va convirtiendo en sentencia: “colonialismo”, “apartheid”, “asedio”, “opresión”, “ocupación”, “genocidio”, “limpieza étnica”, “crimen de guerra”. Repetir, dicen que decía uno que perseguía lo mismo que Hamás, termina por instalar la idea de “verdad” (la llamada “ilusión de verdad”). Eso es ni más ni menos lo que practican ONG como Amnistía o Human Rights Watch; numerosos “corresponsales” y los medios en los que trabajan o con los que colaboran; la fatídica UNRWA, o el vergonzoso Consejo de Derechos Humanos de la ONU – esta organización, cuando de Israel se trata, está corroída de extremo a extremo.
Y todo lo que de allí surge no es más que distorsión, embuste, arbitrariedad, desprecio, aquiescencia, empaquetado como “noticia”, “informe” o “declaración”. Eso sí, siempre proveniente de unos “expertos” que, de acuerdo a sus análisis, parecen serlo en un área bien distinta de aquella en la que los citan; y de fuentes absolutamente “fiables”, tanto, que o son ellos mismos, u organizaciones amigas, o directamente anónimas.
Lo cual, paradójicamente, no resta en nada la “credibilidad” de todo este teatro: la clave es la fe de quien lo recibe; la certeza de que encontrará confirmación a sus sospechas previamente instaladas – alimentadas por esos mismos medios. Después de todo, esos abolorios de fingida seriedad, de falseada exactitud, todo ello no es más que, como decía Kafka, la “desesperación causada por [el] hecho”. Y el hecho es Israel. Es su existencia. Aquella con la que Hamás quiere acabar – no lo oculta. Y que, al parecer, toda esta red de infamias también: si no, a qué el celo con el que abrazan su “relato”, con el que le silencian al público sus fines tan anunciados, su desprecio absoluto a sus pobres gobernados, controlados.
¿A qué? ¿Sólo por la estupidez del que pretende ser visto como un faro moral sin jugarse nada en absoluto? ¿O a la astucia burda del mediocre que busca el público adecuado para realizar el truco fácil, resultón, que devenga alabanza?
Como sea, quienes entran en la definición de los dos últimos interrogantes, sólo pueden dirigirse a una audiencia igualmente imbécil – aunque, acaso, a diferencia de estos, con unas fervientes ganas de creer en ciertas buenas causas lejanas -, aunque algunos de ellos incluso parezcan ser aficionados a la razón. Y esto ha quedado también en evidencia en cada manifestación “pro-palestina” – vamos, “pro-Hamás”, con ese vil desde “el río hasta el mar”: el odio, la ignorancia, el antisemitismo, la contradicción, la violencia en las marchas, sólo decían una cosa de la identidad colectiva e individual de esa cobardía embanderada, amontonada: necedad absoluta. Y esta, como un espejo, un eco, aunque no lo escucharan o lo ignoraran, volvía a cada uno de los agitadores que forman la infame red de protectores de Hamás.