Artículo de Ilan Bajarlía, Fellow de CAMERA y alumno de la Universidad Ort de Uruguay, publicado originalmente en el mensuario uruguayo Identidady en Comité Central Israelita del Uruguayel 4 de noviembre de 2013
Palestinos a la plancha no es un nuevo plato de La Pasiva; es el desmesurado título que eligió el periodista Marcelo Jelen para su artículo en La Diaria (20/09/13), cuestionando el viaje de los mandatarios policiales uruguayos a Israel.
Si la misión de las noticias hot es contarnos lo que está pasando, la de las columnas de opinión es explicárnoslo por medio de la lógica de la argumentación.
Pero la única lógica que utiliza Jelen a la hora de catalogar a Israel como un Estado que cocina a otro pueblo parece estar guiada por la pasión, no por la razón.
Algunos ejemplos:
Primero, Jelen engloba a los prisioneros árabes israelíes como si hubieran sido recluidos por motivos políticos. Pero se equivoca.
Según el diccionario de Cambridge, quienes pertenecen a esta categoría han sido puestos en prisión por no ser aceptados por el gobierno o por pertenecer a una organización, raza o grupo social no aprobado por el gobierno.
Sin embargo, Israel es una democracia cuya Justicia es tan independiente que ha logrado llevar entre rejas a su ex presidente Moshe Katzav.
Pero lo que debería llamarnos la atención no es sólo lo que dice, sino también lo que no dice: que la mayoría de esos presos utilizaron la amenaza o la fuerza del terrorismo antes de elegir su destino.
Por ejemplo, de los 26 presos liberados por Israel este agosto a pedido del Secretario de Estado estadounidense John Kerry como requisito de confianza para recomenzar el diálogo de paz, todos mataron civiles o amenazaron con hacerlo.
De todas maneras, el gobierno israelí los liberó porque quería otorgarle a sus ciudadanos en el largo plazo lo que el autor dice que no se les da en el corto: paz y seguridad.
Es que de todas las sociedades del mundo, es probable que la israelí sea de las que mejor entiendan en carne propia lo que es tener miedo en las calles.
Pero no a las rapiñas, sino a los cohetes y a los bolsos sueltos en las veredas. Ni tampoco al carterazo, sino a las sirenas que alertan atentados, separando a la vida de la muerte en milésimas de segundos.
Por eso no alcanza con copiar y pegar cifras de organizaciones pro-derecho humano. El análisis requiere también de explicación de los datos, porque el dato frío, solito, alimenta al corazón caliente, y no a la mente pensante.
Hay que explicar el conflicto que nadie ha podido resolver y que tan difícil se hace entender desde tan lejos, así como la complejidad de los grupos terroristas que realizan campamentos incitando el odio en los niños, cargándoles bombas en sus mochilas, en lugar de lápices y cuadernos.
El periodista hace con Israel lo mismo que le critica a la policía uruguaya: le erra, y al hacerlo estigmatiza y genera incomprensión.
Sólo falta un muro para que los ojos no vean y el corazón deje de sentir es una de sus tantas frases trilladas que se caen de lo descolgadas que están, ya que coloca el muro en un tema de seguridad interna que no tiene nada que ver con el conflicto.
Y lo hace de forma tan irresponsable que parecería no darse cuenta, porque al hacerlo está, además, desinformando.
En adición, dice que los árabes en Israel reciben menos servicios básicos.
Pero lo único básico con mayúsculas parecería ser sus argumentos, que tiemblan al no encontrar datos sólidos sobre los cuales sostenerse.
Porque seguro que el autor no le prestó atención al ranking de Desarrollo Humano de la ONU, que posiciona a 186 países según el estándar de vida de sus ciudadanos, y en el cual Israel está en el puesto 16, sólo por debajo de los nórdicos europeos y de algún que otro tigre asiático, a grandes rasgos.
O al hecho de que los árabes israelíes posean la mejor educación de todo el mundo árabe. Por ejemplo, en matemática, los niños de octavo grado superaron en puntuación a los de Emiratos Árabes, Líbano, Marruecos, Omán y a los de la Autoridad Palestina, según los tests internacionales de Timms and Pirls.
Ni al promedio de árabes israelíes le falta acceso a alimentos como a los de Marruecos, ni tienen sueldos de 40 pesos por día como los de Egipto, en donde viven muchos más árabes en condiciones mucho peores que los que viven en Haifa.
Y ni hablemos de Siria. O de Yemen. O de Bahréin.
Por último, ¿por qué no menciona las actividades de ocio y de educación no formal que se han desarrollado bajo el programa Ciudad sin violencia que cataloga de fomentar los abusos policiales?
Do connotaciones negativas del programa en general, pero no nos dice nada de los resultados reales.
A modo de ejemplo, una fuente del municipio de Tiberíades, al norte israelí, le dijo al Jerusalem Post que lo ven como un programa muy importante que promueve la atmósfera de la tolerancia y la no violencia entre jóvenes.
En fin, el afán de medir la verdad y la justicia con dos termómetros diferentes rozan la línea roja de lo permitido, ocultándole al lector parte de la verdad.
Porque en términos humanitarios, la lógica de nuestra sensibilidad debería ser moralmente simétrica: la vida es vida siempre.
La del palestino civil de Gaza o la del israelí de Jerusalén, tanto como la del policía de El Correo de Benito Blanco y Martí o la del empleado de La Pasiva, todas valen por igual.
Porque la doble moral no existe.
O existen valores, o no existe nada. O se cree en la libertad de vivir a secas, tal como la naturaleza la trajo al mundo, o simplemente se es indiferente a la muerte del prójimo.
Lo negativo no está en que dos gobiernos preocupados con la seguridad de sus habitantes compartan su know how (el saber cómo, o conocimiento fundamental) y sus experiencias para erradicar el miedo de las calles.
Lo que debería combatirse todos los días son las cegueras pasionales de este tipo de artículos, que sólo contribuyen a alimentar la ignorancia y a construir muros en lugar de puentes.
Si la misión de las noticias hot es contarnos lo que está pasando, la de las columnas de opinión es explicárnoslo por medio de la lógica de la argumentación.
Pero la única lógica que utiliza Jelen a la hora de catalogar a Israel como un Estado que cocina a otro pueblo parece estar guiada por la pasión, no por la razón.
Algunos ejemplos:
Primero, Jelen engloba a los prisioneros árabes israelíes como si hubieran sido recluidos por motivos políticos. Pero se equivoca.
Según el diccionario de Cambridge, quienes pertenecen a esta categoría han sido puestos en prisión por no ser aceptados por el gobierno o por pertenecer a una organización, raza o grupo social no aprobado por el gobierno.
Sin embargo, Israel es una democracia cuya Justicia es tan independiente que ha logrado llevar entre rejas a su ex presidente Moshe Katzav.
Pero lo que debería llamarnos la atención no es sólo lo que dice, sino también lo que no dice: que la mayoría de esos presos utilizaron la amenaza o la fuerza del terrorismo antes de elegir su destino.
Por ejemplo, de los 26 presos liberados por Israel este agosto a pedido del Secretario de Estado estadounidense John Kerry como requisito de confianza para recomenzar el diálogo de paz, todos mataron civiles o amenazaron con hacerlo.
De todas maneras, el gobierno israelí los liberó porque quería otorgarle a sus ciudadanos en el largo plazo lo que el autor dice que no se les da en el corto: paz y seguridad.
Es que de todas las sociedades del mundo, es probable que la israelí sea de las que mejor entiendan en carne propia lo que es tener miedo en las calles.
Pero no a las rapiñas, sino a los cohetes y a los bolsos sueltos en las veredas. Ni tampoco al carterazo, sino a las sirenas que alertan atentados, separando a la vida de la muerte en milésimas de segundos.
Por eso no alcanza con copiar y pegar cifras de organizaciones pro-derecho humano. El análisis requiere también de explicación de los datos, porque el dato frío, solito, alimenta al corazón caliente, y no a la mente pensante.
Hay que explicar el conflicto que nadie ha podido resolver y que tan difícil se hace entender desde tan lejos, así como la complejidad de los grupos terroristas que realizan campamentos incitando el odio en los niños, cargándoles bombas en sus mochilas, en lugar de lápices y cuadernos.
El periodista hace con Israel lo mismo que le critica a la policía uruguaya: le erra, y al hacerlo estigmatiza y genera incomprensión.
Sólo falta un muro para que los ojos no vean y el corazón deje de sentir es una de sus tantas frases trilladas que se caen de lo descolgadas que están, ya que coloca el muro en un tema de seguridad interna que no tiene nada que ver con el conflicto.
Y lo hace de forma tan irresponsable que parecería no darse cuenta, porque al hacerlo está, además, desinformando.
En adición, dice que los árabes en Israel reciben menos servicios básicos.
Pero lo único básico con mayúsculas parecería ser sus argumentos, que tiemblan al no encontrar datos sólidos sobre los cuales sostenerse.
Porque seguro que el autor no le prestó atención al ranking de Desarrollo Humano de la ONU, que posiciona a 186 países según el estándar de vida de sus ciudadanos, y en el cual Israel está en el puesto 16, sólo por debajo de los nórdicos europeos y de algún que otro tigre asiático, a grandes rasgos.
O al hecho de que los árabes israelíes posean la mejor educación de todo el mundo árabe. Por ejemplo, en matemática, los niños de octavo grado superaron en puntuación a los de Emiratos Árabes, Líbano, Marruecos, Omán y a los de la Autoridad Palestina, según los tests internacionales de Timms and Pirls.
Ni al promedio de árabes israelíes le falta acceso a alimentos como a los de Marruecos, ni tienen sueldos de 40 pesos por día como los de Egipto, en donde viven muchos más árabes en condiciones mucho peores que los que viven en Haifa.
Y ni hablemos de Siria. O de Yemen. O de Bahréin.
Por último, ¿por qué no menciona las actividades de ocio y de educación no formal que se han desarrollado bajo el programa Ciudad sin violencia que cataloga de fomentar los abusos policiales?
Do connotaciones negativas del programa en general, pero no nos dice nada de los resultados reales.
A modo de ejemplo, una fuente del municipio de Tiberíades, al norte israelí, le dijo al Jerusalem Post que lo ven como un programa muy importante que promueve la atmósfera de la tolerancia y la no violencia entre jóvenes.
En fin, el afán de medir la verdad y la justicia con dos termómetros diferentes rozan la línea roja de lo permitido, ocultándole al lector parte de la verdad.
Porque en términos humanitarios, la lógica de nuestra sensibilidad debería ser moralmente simétrica: la vida es vida siempre.
La del palestino civil de Gaza o la del israelí de Jerusalén, tanto como la del policía de El Correo de Benito Blanco y Martí o la del empleado de La Pasiva, todas valen por igual.
Porque la doble moral no existe.
O existen valores, o no existe nada. O se cree en la libertad de vivir a secas, tal como la naturaleza la trajo al mundo, o simplemente se es indiferente a la muerte del prójimo.
Lo negativo no está en que dos gobiernos preocupados con la seguridad de sus habitantes compartan su know how (el saber cómo, o conocimiento fundamental) y sus experiencias para erradicar el miedo de las calles.
Lo que debería combatirse todos los días son las cegueras pasionales de este tipo de artículos, que sólo contribuyen a alimentar la ignorancia y a construir muros en lugar de puentes.