El apoyo a la “causa” palestina – cuyo fin último es la eliminación de Israel, según lo manifestado en la constitución fundacional de Fatah y la carta de la OLP; y amén de lo que sus líderes han dicho en diversas oportunidades -, que antes fue árabe, ha devenido en una suerte de prueba del algodón de los impecables valores occidentales, o, antes bien, de la imagen moral que Occidente cree tener de sí. Ahí es donde radica el éxito de la propaganda palestina – una repetición de la diseñada por la ex Unión Soviética -, y no tanto en su bochornoso contenido, es decir, en el grosero collage de imposturas y apropiaciones tan lamentables como la imagen que en definitiva sus líderes ofrecen de sí y de sus ciudadanos.
Así, para gobiernos, organizaciones y organismos occidentales la realidad palestina está basada fundamentalmente en esa propaganda que tanto conviene a su representación de su “estatura moral”, a sus intereses geopolíticos y, también, a una larga tradición, nunca extinguida, de escrupuloso prejuicio.
De manera que esta “realidad” queda blindada ante las críticas internas – prisión y prácticas más emparentadas con las de la mafia, son habituales en los territorios administrados y controlados por los líderes palestinos – y externas – el señalamiento que tilda de “insensibles”, “inmorales”, “extremistas”. Y, queda igualmente impermeabilizada contra los hechos, e incluso contra cualquier sugerencia de sospecha de que la “narrativa” tenga lagunas.
Es decir, el resultado de esta alquimia es un esperpento lleno de evidentes costuras que muchos quieren ver como un joven puro y martirizado. Aunque este se calce una bandana verde, negra o amarilla, empuñe una metralleta (y a veces un cinturón explosivo) y jure con su mirada, su voz y sus acciones, acabar con los israelíes (con los judíos), obedeciendo la orden, en forma de insistente y oficial incitación, de premio pecuniario, de sus caudillos.
Y, como en toda (macabra) simplicidad, se pretende que basta con una serie reducida de términos para crear (recrear, más bien) y maquillar el ingenio: vocablos y eslóganes que eximen de argumentos y pruebas; que rebajan (apartheid) y exaltan reduciendo a eufemismos (combatientes por la libertad) falazmente. Entre todos ello, un concepto, como ningún otro, procura resumir y definir el conflicto: “Nakba”, o “desastre/catástrofe”; que pretende suprimir historia y responsabilidad con victimización, porque la “catástrofe” no estribó en otra cosa que en la imposibilidad de perpetrar la “masacre trascendental”, el “exterminio” – contra los judíos -, según el entonces secretario general de la Liga Árabe, con el ataque llevado a cabo por una coalición de ejércitos árabes.
Esta agresión militar creó, a su vez, el problema de los refugiados árabes que todos dicen conmemorar el “día de la nakba” – aunque evitan recordar el de los refugiados judíos expulsados de la zona y de países árabes a raíz de ese conflicto. Mas, es este un recordatorio que no memoro, sino que sirve como forma de transferir responsabilidades y de mantener el conflicto vivo – y la culpabilidad recayendo exclusivamente sobre un lado. Pero el término no siempre significó eso: en 1948, en un panfleto titulado precisamente “El significado del desastre” (“Ma’na al-Nakbah”), el historiador sirio Constantin Zureiq atribuyó la huida árabe-palestina al asalto panárabe contra el naciente estado de Israel y no a un premeditado designio para desheredar a los palestinos; e instaba: “Debemos admitir nuestros errores… y reconocer el alcance de nuestra responsabilidad en el desastre que nos ha tocado”. La Dra. Einat Wilf, en su cuenta de Twitter, añadía que Zureiq había manifestado entonces que el verdadero desastre fue “siete estados árabes [que] declaran la guerra en un intento de someter al sionismo, se paran impotentes ante él y vuelven sobre sus pasos”. La nakba en sus inicios, designaba pues la realidad: la incapacidad de derrotar militarmente a Israel.
Esa guerra fue un ‘no’ a la partición que aconsejaba la ONU. Es decir, un no árabe a un nuevo estado árabe. Negativa que los líderes palestinos repetirían en al menos otras dos oportunidades, y que las vestirán de “honor” y, claro, agresión.
Hoy como ayer como siempre
Hoy, ¿cuál es el medio de comunicación que no “recuerda” tal dispositivo propagandístico como si fuera una efeméride dolorosa? Es decir, ¿cuál es el medio que no participa como difundidor y afianzador de la supresión de la historia y del encumbramiento del engaño como realidad, argumento, derecho?
Y así, ¿cuál fue el medio que no salió a repetir sin verificación, en contra de los resultados no concluyentes de una autopsia, la culpabilidad de Israel recientemente? Es decir, ¿cuál fue el medio que no siguió el guion de la propaganda que ayuda a dar carácter de verdad?
La “causa” palestina, pues, blindada ante lo evidente, sí. Mientras que occidente parece a su vez blindarse cada vez más a la capacidad de realizar análisis morales, es decir, a la moral – no esa autopercepción benévola, pueril y huérfana de razón que se adjudica – que tanto pronuncia y tan poco practica, como no sea mediante escenificaciones sonoras pero mudas.
La clave de todo esto, de por qué funciona la propaganda – esta y otras que hay porfiando por ahí -, sea acaso la visibilidad que se le da no al tema, sino a la interpretación que se hace sobre el mismo. Glosa que, además, es interesada y, tantas veces, ignorante. Resumiendo: no se están tratando hechos ni argumentos – aunque lo parezca porque se utiliza un suceso como disparador, y aunque se remede el tono y la forma del razonamiento, o de lo noticioso -, sino emociones como generadores (o amplificadores) de emociones.
Ruido que, porfían, es melodía.