Pero que una agencia de noticias, como la española Europa Press, renuncie a su labor (periodística – verificar, contrastar, documentar, contextualizar, ofrecer fuentes variadas; etc.) para convertirse en un mero reproductor (o traductor) y altavoz de lo que apenas equivale a “narrativa” (que sigue un guion propagandístico demasiado conocido como para no verlo).
Quizás sea mucho pedirle a HRW. Quizás sea mucho pedirle un amplio espectro de fuentes de documentación e información para acercase al tema que se proponen abordar. Pero sí es algo que se le debe exigir a una agencia de información como Europea Press, que debería haber indicado la preferencia de la mencionada organización por un tipo muy particular de fuentes (indicándolas y contraponiéndolas con otras fuentes y/o voces): aquellas fuertemente posicionadas ideológicamente respecto de Israel, que pretenden ajustar la realidad (falseando, exagerando, alterando, descontextualizando, etc.) a sus necesidades políticas. Así, una de ellas, Adalah, decía que “la mayoría de la tierra bajo control del Fondo Nacional Judío (JNF) fue transferido a este por el estado, y era originalmente propiedad de refugiados árabes o personas desplazadas interiormente”.
Pero el JNF explica en su página web que toda la tierra perteneciente a este fondo “ha sido legalmente compradas y pagadas en su totalidad”.
Evidentemente, HRW no publicaba esto. Se quedaba con la versión que encajaba en la idea general que el informe pretende sugerir: discriminación y racismo israelí (y robo de tierras árabes, claro, como parte de un plan sistemático).
Ni lo hace en ese ejemplo ni en los numerosísimos en los que daba por válidos los datos proporcionados por ONG que están muy lejos de ser neutrales y de ceñirse a sus objetivos declarados (por ejemplo, véase algunas de ellas aquí, aquí o aquí).
Un lugar común: la ciega (y conveniente) credibilidad
El informe de HRW aseguraba que “Murad Ammash, jefe del consejo de la aldea de Jisr al-Zarqa, dijo a Human Rights Watch que 90 de los dunams de esta reserva consisten en tierras de propiedad privada de los residentes de Jisr al-Zarqa”. Y eso era todo. Lo decía y así se presentaba, sin más; convertida la aseveración en hecho, sin el engorroso trámite de verificar, de documentar. La pronunciación del enunciado es la realidad. Algo similar – lo de tomar por cierto sin comprobación alguna; por la sencilla razón de que encaja en una visión ideológica particular – había sucedido con la aldea beduina Khan Al Ahmar, a la que se le extendía una larga existencia que pretendía perderse en el tiempo y un título de propiedad indiscutible. Mas, la realidad era otra; pero para conocerla hacía falta una labor de investigación: fotografías áreas históricas demostraban que la villa tenía unas pocas décadas.
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Pero pasemos a algo fundamental y revelador del informe de HRW: denominar a los árabes-israelíes como “palestinos”. Es esta una falacia primordial, que pretende que todos los palestinos tienen un “derecho inalienable” dentro de Israel: es decir, que el estado judío es una suerte de “implante” en esa “legalidad previa” que, se pretende, es “Palestina” – no entendida como un mero nombre geográfico impuesto externamente, sino como una entidad política e identitaria que se continúa hacia atrás en el tiempo ignorando la historia; e identificando (o sugiriendo) a los “palestinos” como aborígenes, como verdaderos dueños de la tierra.
Y es que las exclusiones y adulteraciones históricas son indispensables para construir un relato separado de la realidad. Así, HRW llegaba a decir:
“Aunque se salvó en gran medida de la destrucción y el desplazamiento que sufrieron las ciudades cercanas de Tantura y Qisarya durante el establecimiento de Israel en 1948, Jisr al-Zarqa, sin embargo, quedó bajo dominio militar…”.
HRW borraba de un plumazo el ‘no’ árabe al plan de partición y el consiguiente ataque coordinado árabe contra el recién establecido estado judío. Con ello se buscar instalar la idea de que el establecimiento de Israel fue agresivo, colonial; ergo, el problema que inicia el conflicto.
Esto deja, aún más al descubierto su verdadero objetivo: socavar la legitimidad de Israel. A eso se dedicaba Omar Shakir, después de todo. Eso es lo que hace el BDS: señalar, demonizar y aislar.