En su Editorial Nakba de sangre (18 de mayo, 2011) el diario El País vuelve a exponer unos argumentos que criminalizan al Estado de Israel, convirtiéndolo en el único responsable de las relaciones israelo-palestinas.
El texto es sin embargo víctima de su propia incoherencia. Es cierto que apunta con timidez a otros actores ocultos entre bastidores, pero no se atreve a exponerlo abiertamente y prefiere concluir dejando la pelota, una vez más, en el tejado israelí.
Si, como plantea al principio del texto: Estaba todo, sin duda, planeado y Las manifestaciones, que se extendieron a Egipto y Jordania, (…) tenían que contar con el permiso de los Estados limítrofes, si, como afirma más adelante, La matanza de manifestantes -al menos siete ayer, y ya van 800- seguía, sin embargo, imperturbable en Siria, ¿entonces por qué cargar las tintas sobre Israel?
Tal y como el texto de El País asegura, los manifestantes:
trataron de penetrar en el Golán sirio -ocupado por el Estado sionista-, zonas limítrofes de Israel con Líbano, pasos fronterizos en Gaza y puntos de la Cisjordania, también ocupada.
Es decir que intentaron violar las fronteras establecidas. Recordemos que oficialmente Israel está en guerra con Siria, y que la frontera con Líbano, país con el que mantiene, cuando menos, una compleja relación(a la que el ex primer ministro libanés llama “estado de guerra”) está en manos del grupo terrorista Hezbollah, ampliamente armado.En ambos casos,una violación de fronteras puede ser considerada un casus belli.
Sin embargo, en lugar de analizar la sorprendente sincronización de los actos, la completa impunidad para acceder a las fronteras, la responsabilidad de Libia y Siria y de grupos como Hamás o Hezbollah, en una sorprendente muestra de ingenuidad, el editorial de El País tilda la protesta de simbólicamente invasora pero desarmada, y asegura que las fuerzas de seguridad israelíes demostraron una vez más que no saben manejar el problema.
Se presupone que un diario como El País cuenta con analistas conscientes de lo que esa invasión simbólica puede representar y de las consecuencias que puede acarrear. De hecho, su propio corresponsal explicaba un día antes que lo sucedido constituía algo parecido a un ensayo general de lo que podría ocurrir a partir de septiembre, si las expectativas de que la comunidad internacional reconociera su Estado se vieran frustradas. y que los analistas israelíes temen una oleada de violencia en caso de que la ONU no reconozca la existencia de Palestina
¿Qué se suponía entonces que debía hacer Israel? ¿Abrir sus fronteras a la multitud que llamaba a su destrucción? Es decir, que no estaríamos hablando de unas espontáneas muestras de hartazgo por parte de los refugiados palestinos en Líbano y Siria, sino de una campaña bien orquestada por dichos países para lograr aquello a lo que se suma El País y resume escribiendo que el crédito internacional del ocupante volvió a caer por los suelos.
Y enfatizando la imagen denostada de Israel, el Editorial concluye afirmando que
La opinión mundial percibe cada día con mayor claridad que Israel no tiene prisa en negociar, y que obra como si perder tiempo fuera una forma de ganarlo. Y esa exasperación se va a ver potenciada por la revuelta democrática, que no cesa en el mundo árabe. Por eso hay que repetir, pero con mayor motivo si cabe, que la paz urge hoy en la zona como nunca anteriormente.
Si la opinión mundial percibe cada día con mayor claridad que Israel no tiene prisa en negociar, y que obra como si perder tiempo fuera una forma de ganarlo, entonces es que la opinión mundial ha sido engañada.
En reiteradas ocasiones, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ha llamado a la mesa de negociaciones al presidente palestino, que en reiteradas ocasiones se ha negado, imponiendo condiciones previas que no le pueden ser acordadas. El mismo Mahmud Abbas que hoy exige la paralización de las construcciones como condición sine qua non para sentarse a negociar, fue quien rechazó la paralización de 10 meses que le ofreció en su día Netanyahu, y fue quien rechazó la oferta del antiguo primer ministro Ehud Olmert, quien le ofrecía prácticamente lo mismo que están pidiendo los palestinos hoy. Es lo que Jackson Diehl, analista del Washington Post, llamó Abbas’s Waiting Game. Sabedor de la presión internacional que se cierne sobre el primer ministro israelí, consciente de la simpatía que despierta la causa palestina en los todos los foros mundiales, a Mahmud Abbas sólo le queda esperar a septiembre, a que la ONU declare sin un acuerdo con Israel, la creación del estado palestino.
Urge la paz, como afirma el editorial de El País. Pero también urgen analistas comprometidos con la verdad, dispuestos a hablar de lo que realmente sucede en la región sin omisiones y sin dobles discursos. Apuntando exclusivamente a Israel sólo contribuyen a confundir a sus lectores y a promover una imagen distorsionada de un país democrático, rodeado de enemigos, que al fin y al cabo, acaba de asistir a la violación de sus fronteras.