La cobertura realizada por el diario español El País de la iniciativa del presidente Mahmud Abbas de declarar en la ONU unilateralmente un estado palestino, debería inquietar a sus lectores, ya que han sido privados de uno de sus más básicos derechos: tener acceso a la comprensión de las dos partes del conflicto.
Desde el viernes 23 de septiembre, cuando Abbas blandió el símbolo de su independencia ante un auditorio entregado y durante la semana posterior, El País no publicó ni una sola vez un artículo que pudiera acercar al lector a la visión israelí de los acontecimientos.
Hubo que esperar hasta el domingo 2 de Octubre, para poder leer en la pluma de Bernard Henri Levy, un análisis que acercara a los lectores la postura de quienes ven con escepticismo la iniciativa diplomática del presidente palestino.
Es bastante representativo que nada más terminar Mahmud Abbas su discurso y antes de que Benjamin Netanyahu pronunciara el suyo una hora más tarde, a Javier Valenzuela le sobrara tiempo para publicar su análisis de la situación. Es decir que para este periodista, poco importaba lo que fuera a decir el primer ministro israelí, y aunque faltara la otra mitad del puzzle, su lectura de los hechos ya estaba completa.
En El mundo tiene la palabra, Valenzuela escribía:
En Nueva York, dirigiéndose a la Asamblea General de Naciones Unidas, Mahmud Abbas acaba de pedir que la comunidad internacional se pronuncie sobre si cree que los palestinos tienen derecho a disponer de un Estado propio en el 22% de lo que fue su hogar durante siglos, en los territorios ocupados por Israel en 1967: Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental, que sería la capital.
Aún erigiéndose en portavoz de una de las partes en conflicto, y aún ignorando completamente la opinión de otro actor clave, el análisis de Javier Valenzuela sería totalmente legítimo sino fuera porque para sostenerse necesita tergiversar ciertos datos.
En primer lugar, Palestina no fue el hogar durante siglos de los palestinos. Palestina es un término empleado por primera vez por los romanos en el siglo 2 EC, bajo el emperador Adriano, para borrar toda huella judía en la zona, ya que hasta ese momento se había llamado Judea. Más recientemente, se denominaba palestino a cualquiera que habitara esa tierra, fuera árabe, judío o cristiano. El periódico The Jerusalem Post, por ejemplo, era conocido como The Palestinian Post. Los historiadores más generosos datan la aparición del nacionalismo palestino como un fenómeno de respuesta al sionismo. Entre ellos, Rashid Ismail Khalidi, palestino-americano, quien sostiene que emerge como producto de los discursos nacionalistas surgidos tras la caída del Imperio Otomano tras la Gran Guerra.
En su gran mayoría, los palestinos provienen de los países vecinos. Paradigmático es el caso del líder palestino por excelencia, Yassir Arafat quien nació en Egipto, y no en Palestina, en 1929, es decir 19 años antes de la proclamación del estado de Israel.
En Marzo de 1977, el líder de la OLP, Zuhair Muhsin, declaró al periódico holandés Zeitung Trouw:
Un pueblo palestino no existe. La creación de un estado palestino es sólo un medio para continuar nuestra lucha contra el Estado de Israel en favor de nuestra unidad árabe. En realidad hoy en día no hay diferencia entre jordanos, palestinos, sirios y libaneses. Sólo por razones políticas y tácticas, estamos hablando hoy de la existencia del pueblo palestino, ya que los intereses nacionales árabes exigen que postular la existencia de un ya existente “pueblo palestino” para resistir al sionismo.
En contrapartida, la presencia judía en la zona es milenaria, tal y como revelan los testimonios escritos y los restos arqueológicos. A pesar de las expulsiones y las restricciones a las que se vieron sometidos, jamás los judíos abandonaron su anhelo de volver a la zona en la que nacieron como pueblo, y jamás dejó de haber presencia judía en la región.
En 1917, la Declaración Balfour, otorgó a los judíos el 100% de su territorio histórico, sin embargo en 1922 Gran Bretaña le entregó el 80% de ese territorio a Transjordania. Posteriormente, a través de la resolución 181, la ONU volvió a partir en dos el 20% restante, dejando a los judíos el 11% de lo que había sido sí su hogar histórico y ofreciendo el resto a un estado árabe (no necesariamente palestino). Israel aceptó. Los países árabes no y atacaron al recién creado estado judío, privando a los palestinos de la tierra que les había sido acordada e iniciando el conflicto que aún hoy dura.
En su artículo, Valenzuela asegura que:
Pero en 1967 el Israel surgido de la guerra de 1947-48 ocupó militarmente el resto de Tierra Santa, o sea, Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza, y desde entonces los palestinos no tienen en su propio hogar histórico ni una sola pulgada independiente y soberana.
Israel no surge de la guerra de 1947-48. Israel surge del plan de partición de la ONU y su resolución 181. La guerra de 1947-48 fue una guerra defensiva iniciada por los países árabes vecinos los cuales al unísono atacaron al recién declarado estado de Israel. La guerra de 1967 fue una guerra defensiva más y no es cierto que desde entonces los palestinos no tienen en su propio hogar histórico ni una sola pulgada independiente y soberana. Como ya hemos dicho, el hogar no es histórico y tampoco antes de la guerra del 67 lo tuvieron. Jamás en la historia, los palestinos tuvieron un estado.
Valenzuela también afirma:
hace lustros que la OLP renunció a las armas; el sucesor de Arafat solo ha esgrimido una “mano tendida” a Israel para negociar la paz en base a la existencia de dos Estados en las fronteras de 1967, y una petición al conjunto de la comunidad internacional para que rompa el bloqueo en la solución del tumor primario de Oriente Próximo.
Es interesante que en todo el análisis de Valenzuela, que se centra en la ilegitimidad de Israel y en la buena voluntad de los palestinos, no figure ni una sola vez la palabra Hamás. El periodista da por hecho que hace lustros que la OLP renunció a la violencia, intentando minimizar el peligro, pero olvida mencionar que son muchos otros grupos terroristas en la zona los que amenazan la existencia de Israel. Entre ellos, Hamás, que pide la destrucción de Israel, que gobierna Gaza, que es un factor clave para comprender de qué estado palestino habla Abbas y que hostiga constantemente a los habitantes del sur de Israel con el lanzamiento de cohetes, infiltraciones terroristas y secuestros.
Por otra parte, aunque la OLP haya anunciado su rechazo a la violencia, existen muchos indicios de la connivencia de su líder, Yassir Arafat, con los brutales atentados de la Segunda Intifada, durante la cual 1.213 israelíes fueron asesinados y 8.342 resultaron heridos.
Además, Valenzuela se equivoca cuando asegura que el sucesor de Arafat sólo ha esgrimido una “mano tendida” a Israel para negociar la paz. Tal vez por las prisas en escribir el análisis o por el absoluto desprecio hacia la parte israelí, Valenzuela haya pasado por alto que Abbas se ha negado a retomar las conversaciones con Netanyahu, mientras que ha sido el primer ministro israelí quien volvió a ofrecer negociaciones inmediatas.
Es un detalle demasiado importante como para pasarlo por alto, es un descuido que parece responder más a una agenda ideológica que a un genuino intento de análisis de la realidad. Y a la vista de cómo el periódico El País ha tratado el asunto de la Declaración Unilateral palestina, está muy lejos de la neutralidad que a un medio de estas características se le debe exigir.
Porque además de la lectura incompleta de Valenzuela, hay que sumar otras piezas de opinión que han ido apuntando todas en la misma dirección, ofreciendo una visión completamente sesgada.
En El Estado Palestino publicado el 25 de septiembre, Mario Vargas Llosa, que se define a sí mismo como un amigo de Israel se pregunta cómo posicionarse ante la iniciativa palestina. Su artículo, donde no faltan menciones a las corrientes más extremistas del lobby judío norteamericano, está plagado de incorrecciones:
Pero tanto en el interior como en el exterior la sociedad israelí experimenta una crisis profunda, como se vio hace poco en sus principales ciudades con las formidables demostraciones de sus indignados, que manifestaban su hartazgo con los sacrificios y limitaciones de todo orden que impone a la sociedad civil el estado crónico de guerra larvada en que se eterniza su existencia y el deterioro de su imagen internacional que, probablemente, nunca se ha visto tan dañada como en nuestros días.
Los indignados israelíes nada tienen que ver con el conflicto con los palestinos, ni con el presupuesto destinado a seguridad, ni con la imagen internacional de Israel, sino con el aumento de los precios. En su mayoría, los indignados se enorgullecen de servir a su país, pero protestan por el coste de la vida y las desigualdades sociales.
El marqués de Vargas Llosa, Nóbel de literatura 2010 escribe que:
el obstáculo mayor para que se reanuden las negociaciones de paz con los palestinos es el propio Gobierno de Netanyahu y su descarado apoyo político, militar y económico al movimiento de los colonos que sigue extendiéndose por Cisjordania y Jerusalén oriental y encogiendo como una piel de zapa el que sería territorio del futuro Estado palestino.
Parece que tampoco este analista de El País ha escuchado los recientes discursos, ni declaraciones de ambas partes. De lo contrario, cuál es la parte que no entiende en la frase ¿Qué nos impide reunirnos hoy y empezar a negociar? Vayamos directamente, pronunciada por Netanyahu. ¿Cuántas veces más tendrá que decir Netanyahu que quiere volver a las conversaciones, para que El País lo refleje? ¿Cuántas veces tendrá que decir Mahmud Abbás que se niega a negociar sin condiciones previas, para que algún analista de El País, explique que son los representantes palestinos quienes no quieren volver a la mesa de negociaciones?
Otro punto sorprendente de este artículo de Mario Vargas Llosa, el autodenominado amigo de Israel es su pensamiento instalado en el oximorón. Si para él, por un lado todos los problemas provienen de la construcción de asentamientos, por otro lado, la democracia israelí ha perdido su carácter modélico:
al ser poco menos que expropiado por coaliciones de ultranacionalistas que, como las que sostuvieron a Sharon y sostienen ahora a Netanyahu, han ido introduciendo reformas y exclusiones que limitan y discriminan cada vez más la libertad y los derechos de los árabes israelíes (casi un millón de personas), convertidos hoy en día en ciudadanos de segunda clase.
Los árabes israelíes gozan exactamente de los mismos derechos que los judíos israelíes o los cristianos israelíes. El árabe es lengua oficial en Israel, varios partidos árabes tienen representación en la knesset y, más allá de que como en toda sociedad puedan existir ciertas dificultades, los árabes pueden optar a cualquier puesto. Como detalle anecdótico y representativo de que esa exclusión no es tal, recordemos que el juez que presidió el tribunal que decidió el encarcelamiento del ex presidente israelí Moshé Katzav, fue el juez árabe George Karra.
Por otra parte, Ariel Sharon fue el primer ministro que se retiró completamente de Gaza, dejando ese territorio a los palestinos. ¿Entonces? Parece que para Mario Vargas Llosa, si Israel construye asentamientos es muy malo, pero los representantes elegidos democráticamente, que deciden retirarse de esos territorios, le hacen perder su carácter democrático.
Otro error de Vargas Llosa surge cuando escribe que :
El campo de los partidarios de la moderación, la negociación y la paz se ha reducido hasta la inoperancia política. […] Aunque representan ahora solo una minoría, muchos ciudadanos de Israel están lejos de solidarizarse con las políticas extremistas de su Gobierno y luchan por la causa de la paz.
Según las encuestas, los partidarios de la negociación y la paz no son una minoría, como asegura Vargas Llosa sino que representan el 70% de los israelíes, que están de acuerdo con la creación de un estado palestino. Pero lo que los israelíes demandan mayoritariamente es seguridad. Esa es la prioridad de sus líderes, elegidos democraticamente y que responden la necesidad vital de sus votantes. En esa misma línea se ha manifestado su primer ministro al aceptar un estado palestino, pero al pedir al mismo tiempo que se garantice la seguridad de Israel.
El diario El País ha dado muchas más señales en estos últimos días de su compromiso con una de las partes y de su voluntaria negativa a reflejar las preocupaciones del contrario, privando a los lectores de su derecho a una visión completa de la realidad.
Este podría ser un resumen de la cobertura del diario El País de los recientes acontecimientos:
1- Editoriales, blogs, textos de opinión e información como éstos que hemos analizado, ciegos y sordos ante las preocupaciones israelíes, que apenas son mencionadas. (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11)
2- En la sección de Cartas al director hemos podido leer que los israelíes roban a los palestinos sus propiedades privadas, su nacionalidad, su integridad física, y una denunciaa del grupo de presión judío norteamericano.
3- En Última hora, en lo que se supone que son breves informaciones de lo que está sucediendo en directo, el periodista David Alandete se permitía mezclar la información con su opinión personal, al afirmar que:
En su discurso, Netanyahu ha defendido además, la ocupación de territorios y se ha negado a negociar una vuelta a las fronteras palestinas de antes de 1967, lo que precisamente es uno de los principales obstáculos en las negociaciones de paz.
En ningún momento Netanyahu habló de ocupación. Netanyahu habló de las necesidades defensivas de Israel y del significado de la resolución 242. El empleo del término ocupación responde más al lenguaje de un activista que al de un informador.
4- En otro texto meramente informativo se ha colado un descuido de trascripción del discurso de Netanyahu, al afirmar que el primer ministro había dicho que “Hay algunos en Ramala que quieren castigar a los judíos con la muerte. Eso es racismo“. Cuando lo que Netanyahu dijo fue que Hay leyes hoy en Ramallah que hacen punible a través de la muerte la venta de tierra a los judíos. Es decir que no es una postura individual de ciertos palestinos, sino leyes vigentes en territorios gestionados por la Autoridad Nacional Palestina.
5- Centrado más en el reconocimiento de palestina ante la ONU, El País apenas otorgó un párrafo al histórico reconocimiento de Israel como hogar nacional para el pueblo judío por parte de España, hecho que sí mereció el interés de los medios internacionales.
6- Lo obviado: durante la primera semana, paralelamente a la publicación de estos artículos de opinión y de estas informaciones, El País no ofreció ni un solo análisis que contemplara las inquietudes israelíes. Tampoco se hizo eco del último ataque palestino que sesgó a golpe de piedras, la vida del israelí Asher Palmer de 25 años y de su hijo de un año Yeonathan. Algo que podría explicar los miedos y la amenaza bajo la que vive Israel.
No debería sorprender, habida cuenta, que todavía hoy, El País asegura que Tel Aviv es la capital de Israel. Algo que equivale a decir que Valencia lo es de España, San Luis de Argentina o Valparaíso de Chile.
Sin duda, los lectores de El País tienen derecho a más. Tienen derecho a una visión completa que abarque las inquietudes de ambos actores del conflicto y tienen derecho a una información desprovista de ideología.