Pero Mario Vargas Llosa no termina de verse realizado. ¿Tal vez en su estantería falte un Pulitzer? ¿Tal vez, impaciente por obtener el sí de su amada, necesita desfogar su energía en alguna exótica aventura? ¿Tal vez ansía pasar a la posteridad como algo más que un escritor cercano a la prensa rosa?
Así que ahora, Mario Vargas Llosa ha decidido jugar a intrépido reportero.
¿Y cuál puede ser el destino para un hombre de 80 años que desea un nuevo reconocimiento?
¿Conflicto palestino-israelí? Perfecto. Un tema de alta demanda. El terreno es seguro. Hay miseria. Los roles de buenos y malos ya están repartidos. De hecho, él mismo ya ha escrito mil veces al respecto repitiendo lo mismo. No hay ningún esfuerzo intelectual extra que añadir.
El toque novedoso lo aporta, en esta ocasión, la organización Breaking the Silence, que lo pasea por la zona, le muestra mapas y le ratifica lo que él ya pensaba, antes incluso de llegar. Provoca cierta ternura en el video que acompaña a su serie de reportajes, ver a los jóvenes cicerones preocupándose por si Mario puede seguir caminando.
Breaking the Silence se presenta en estos reportajes como una organización patriótica israelí que busca denunciar atropellos del ejército contra la población palestina. Lo que olvidan mencionar es que es tan patriótica esa organización que se nutre de fondos extranjeros y presentan sus denuncias en foros internacionales, de manera de debilitar al país al que dicen defender. Esto, al margen de que gran parte de los testimonios que manejan son anónimos, de modo que el sistema judicial israelí no puede comprobarlos. Nadie puede, salvo ellos.
Pero para qué entrar en detalles. Cuando uno va a inflar un poquito más su propio ego, no conviene pararse a matizar.
Mario Vargas Llosa está ahí, sostenido por la ONG y otros acólitos del escritor, para decir que la ocupación es mala, pero no para explicar cómo se llega a ella. Va ahí para decir que los palestinos sufren, pero no para analizar en serio por qué.
En definitiva, Mario Vargas Llosa viaja ahí para que lo aplaudan, no para merecer el aplauso.
Pero para que lo aplaudan, Mario Vargas Llosa necesita un escenario. EL PAÍS, el medio líder en habla hispana, el más prestigioso e influyente, se presta a este viaje narcisista de manera sorprendente.
Hace unas semanas nos llamaban la atención una serie de artículos sesgados con motivo de los 49 años de ocupación. Vistos estos reportajes posteriores, ya cobran sentido. Calentando motores para lo que vendría.
El corresponsal de EL PAÍS, telonero de la gran estrella mediática que haría su entrada estelar unas semanas después.
Redoble de tambores: Juan Cruz escribe dos artículos en 5 días acerca de los reportajes que vienen.
Unas horas antes del reportaje: un video acerca del viaje de Mario Vargas Llosa, Mario de frente y de perfil, sonriendo, pensando, caminando, escribiendo, comprensivo, superior, cercano… Mario, a quien no le gustan las religiones porque hace a la gente sentirse justa, con la verdad en su mano. Mario, impertérrito a pesar de los baches del camino.
¡Y por fin el primer reportaje ve la luz! ¡Gran portada en EL PAÍS! Acompañada de dos páginas y gráficos (uno de ellos sitúa mal la capital de Israel, pero los datos son lo de menos). Una galería de fotos supuestamente sobre la ocupación, en la que volvemos a disfrutar de Mario en todas sus facetas.
A todo esto: ¿relevancia informativa? Ninguna. No es noticia y no aporta nada nuevo. ¿Por qué ocupa la portada de EL PAÍS? Está bien que Mario Vargas Llosa quiera jugar, pero ¿por qué se presta EL PAÍS a ser su juguete?
Y todo tan a destiempo, que el día que el primer reportaje veía la luz, una niña de 13 años había sido acuchillada por un palestino hasta la muerte mientras dormía. Justo al lado de donde Mario Vargas Llosa paseaba sus altos principios y valores.