Fuente: www.pilarrahola.com
Parece una cuestión menor. Al fin y al cabo, que en dictaduras como Arabia Saudí, donde lapidan a mujeres, donde condenan a una joven a ser azotada y encarcelada por haberse “dejado violar”, y donde los homosexuales son condenados a muerte, que se borren la cruz de Sant Jordi de las camisetas del Barça, no es el principal problema de los derechos humanos.
Sin embargo, es un síntoma significativo del mensaje antioccidental que respira el rigorismo fundamentalista. Aunque la intolerancia más conocida de esta ideología – no hablamos de religión, sino de ideología- es la antisemita, que impregna, desde las escuelas, hasta el periodismo o la política, no es menor la intolerancia anticristiana, convertida en una forma de pensamiento. Quizás, se trata del sustrato mismo del pensamiento antioccidental que tantos réditos da al yihadismo. No olvidemos que el odio al judío es explícito y burdamente justificado por el conflicto de Oriente Medio. Por tanto, más obvio.
Sin embargo, el odio al cruzado, que es más sutil, está igualmente articulado, se potencia sin pudor y conforma las leyes de muchos países. La persecución a los cristianos no es un eufemismo, ni representa los aspectos más coloristas de las proclamas de Al Qaeda, sino que, por ejemplo, rige las leyes religiosas del país de los Saud. Se habla poco de ello, como de todo lo que no entra en los rígidos límites de lo políticamente correcto, pero es un hecho muy grave. Además de las sistemáticas detenciones contra ciudadanos extranjeros que practican el cristianismo – fue sonoro el caso de John Thomas, torturado por la muttawa delante de su hijo de cinco años, y encarcelado porqué reunía amigos para la oración-, las leyes prohíben entrar una Biblia en el país, prohíben a los cristianos comprar propiedades, y cualquier signo religioso que no sea islámico, es castigado con penas que pueden llegar a la muerte. Incluso se deporta a aquellos que no cumplen el Ramadán. Como dijo alguien, “en Arabia Saudí los cristianos viven en las catacumbas”.
Y no es el único país donde no profesar la fe de Mahoma, implica ser un ciudadano de segunda, fácilmente considerado un delincuente. Todo ello, que ocurre con diurnidad y alevosía, no mueve la condena internacional. Al contrario, recordemos que el jefe del Estado concedió la más alta distinción nobiliaria española, el Toisón de Oro, al rey Abdulah bin Abdelaziz.¿Se trata de la derivada religiosa, de lo que es una intolerancia integral contra los derechos fundamentales? Si fuera así, sería más simple.
Pero la cuestión está imbricada en el pensamiento fundamentalista histórico, y es recurrente en todos los textos teóricos que inspiran, tanto al wahabismo político, como al yihadismo violento. Si uno tiene la paciencia (y el estómago) de leer a Hasan al Banna, fundador en los años treinta de los Hermanos Musulmanes de Egipto, o, peor aún, a teóricos profusamente leídos por los jóvenes musulmanes actuales, como Sayid Qutb o Yusuf al Qaradaui, verá que la referencia contra los “cruzados” y el mundo occidental, es la referencia central.
Todo ello parte de un hecho histórico inequívoco, el terror de los cruzados medievales, pero hace trampa con la historia, a la que presenta como un concepto maniqueo donde los “buenos musulmanes” han sido siempre violentados por “los malos cristianos”. La aportación a las ciencias, a la medicina, a los derechos humanos que también ha significado el mundo cristiano, desaparece de ese relato, como también desaparece cualquier atisbo autocrítico. El hecho, por ejemplo, que durante siglos el islam tuviera un gran califato turco, y que ello no implicara un avance substancial en derechos y en modernidad, no existe en los análisis.
Se trata de una mirada con retrovisor, nostálgica de la épica pasada, pero incapaz de asumir los retos democráticos del presente. Mirada medieval con gafas de diseño del siglo XXI. La cruz, pues, no molesta por su pasado cruzado. Ello sería tanto como considerar que la media luna es molesta, por culpa de la actual Al Qaeda. Lo que molesta es la diversidad que representa, en un discurso que basa, en la intolerancia y el pensamiento único, su interpretación del mundo.
Sin embargo, es un síntoma significativo del mensaje antioccidental que respira el rigorismo fundamentalista. Aunque la intolerancia más conocida de esta ideología – no hablamos de religión, sino de ideología- es la antisemita, que impregna, desde las escuelas, hasta el periodismo o la política, no es menor la intolerancia anticristiana, convertida en una forma de pensamiento. Quizás, se trata del sustrato mismo del pensamiento antioccidental que tantos réditos da al yihadismo. No olvidemos que el odio al judío es explícito y burdamente justificado por el conflicto de Oriente Medio. Por tanto, más obvio.
Sin embargo, el odio al cruzado, que es más sutil, está igualmente articulado, se potencia sin pudor y conforma las leyes de muchos países. La persecución a los cristianos no es un eufemismo, ni representa los aspectos más coloristas de las proclamas de Al Qaeda, sino que, por ejemplo, rige las leyes religiosas del país de los Saud. Se habla poco de ello, como de todo lo que no entra en los rígidos límites de lo políticamente correcto, pero es un hecho muy grave. Además de las sistemáticas detenciones contra ciudadanos extranjeros que practican el cristianismo – fue sonoro el caso de John Thomas, torturado por la muttawa delante de su hijo de cinco años, y encarcelado porqué reunía amigos para la oración-, las leyes prohíben entrar una Biblia en el país, prohíben a los cristianos comprar propiedades, y cualquier signo religioso que no sea islámico, es castigado con penas que pueden llegar a la muerte. Incluso se deporta a aquellos que no cumplen el Ramadán. Como dijo alguien, “en Arabia Saudí los cristianos viven en las catacumbas”.
Y no es el único país donde no profesar la fe de Mahoma, implica ser un ciudadano de segunda, fácilmente considerado un delincuente. Todo ello, que ocurre con diurnidad y alevosía, no mueve la condena internacional. Al contrario, recordemos que el jefe del Estado concedió la más alta distinción nobiliaria española, el Toisón de Oro, al rey Abdulah bin Abdelaziz.¿Se trata de la derivada religiosa, de lo que es una intolerancia integral contra los derechos fundamentales? Si fuera así, sería más simple.
Pero la cuestión está imbricada en el pensamiento fundamentalista histórico, y es recurrente en todos los textos teóricos que inspiran, tanto al wahabismo político, como al yihadismo violento. Si uno tiene la paciencia (y el estómago) de leer a Hasan al Banna, fundador en los años treinta de los Hermanos Musulmanes de Egipto, o, peor aún, a teóricos profusamente leídos por los jóvenes musulmanes actuales, como Sayid Qutb o Yusuf al Qaradaui, verá que la referencia contra los “cruzados” y el mundo occidental, es la referencia central.
Todo ello parte de un hecho histórico inequívoco, el terror de los cruzados medievales, pero hace trampa con la historia, a la que presenta como un concepto maniqueo donde los “buenos musulmanes” han sido siempre violentados por “los malos cristianos”. La aportación a las ciencias, a la medicina, a los derechos humanos que también ha significado el mundo cristiano, desaparece de ese relato, como también desaparece cualquier atisbo autocrítico. El hecho, por ejemplo, que durante siglos el islam tuviera un gran califato turco, y que ello no implicara un avance substancial en derechos y en modernidad, no existe en los análisis.
Se trata de una mirada con retrovisor, nostálgica de la épica pasada, pero incapaz de asumir los retos democráticos del presente. Mirada medieval con gafas de diseño del siglo XXI. La cruz, pues, no molesta por su pasado cruzado. Ello sería tanto como considerar que la media luna es molesta, por culpa de la actual Al Qaeda. Lo que molesta es la diversidad que representa, en un discurso que basa, en la intolerancia y el pensamiento único, su interpretación del mundo.