Incluso, en dicho texto se pretendía que “los comentarios simplistas [en torno al resurgimiento del sempiterno antisemitismo europeo] no se han molestado en comprobar que el debate en torno al liderazgo de Jeremy Corbyn guardaba una relación estrecha con la adopción o no de una definición del antisemitismo en línea con cualquier ataque al Estado de Israel”.
Es decir, quien con frivolidad esto describía, borraba de un sopapo las pruebas de inexcusable e indisimulable antisemitismo en las filas del partido Laborista inglés, y el de su líder, Corbyn. Se convertía en “simplista” aquello que, al parecer, no casaba bien con el sesgo ideológico de quien realizaba tales afirmaciones: la imposibilidad de la existencia generalizada de antisemitismo en las filas de la izquierda.
Así pues, no se trataba ni de “comentarios” apurados o caprichosos, sino de una realidad bien documentada (desde 2006 al presente). Así, no estaba motivada por la adopción o no de una definición de antisemitismo – esta cuestión fue apenas un mojón más en una larga cronología de gestos y acciones inequívocas de Corbyn y su partido.
Por otra parte, en cuanto a la definición de antisemitismo que Corbyn rechazó adoptar – el partido finalmente desafiaría a su líder adoptándola -, no se relaciona con forma de censura de críticas a Israel alguna (el diario, acaso más de un lapsus casi freudiano, que otra cosa, no hablaba precisamente de críticas – enteramente legítimas, sino de “ataques”).
Entre los once puntos de la definición de antisemitismo en cuestión – de la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA, por sus siglas en inglés):
- Incitar, prestar apoyo o justificar el asesinato o el daño a judíos en nombre de una ideología radical o una visión extremista de la religión.
- Hacer acusaciones falsas, deshumanizadoras, demonizadoras o estereotipadas sobre judíos como tales, o sobre el poder de los judíos como colectivo, tales como el mito de una conspiración judía mundial, o el control de los judíos sobre los medios, la economía, el gobierno u otras instituciones de la sociedad.
- Acusar a los judíos como pueblo de ser responsables de males reales o imaginarios cometidos por una persona judía individual o un grupo, o incluso por actos cometidos por no-judíos.
- Acusar a los judíos como pueblo, o a Israel como Estado, de inventar o exagerar el Holocausto.
- Acusar a ciudadanos judíos de ser más leales a Israel, o a supuestas prioridades judías mundiales, que a los intereses de sus propios países.
- Negar al pueblo judío el derecho de autodeterminación, por ejemplo, afirmando que la existencia del Estado de Israel es un proyecto racista.
- Aplicar una doble moral exigiendo al Estado de Israel un comportamiento que no se espera y demanda de ningún otro Estado democrático.
- Usar símbolos e imágenes asociadas con el antisemitismo clásico (por ejemplo, la acusación de que los judíos asesinaron a Jesús o el libelo de la sangre) para caracterizar a Israel o a los israelíes.
- Realizar comparaciones entre la política israelí actual y la de los nazis.
- Responsabilizar colectivamente a los judíos por acciones del Estado de Israel.
Como fuere, las cuestiones surgidas en torno al partido Laborista inglés eran muy anteriores a la discusión de la adopción o no de esta definición. Pero el diario prefería ese fraudulento buceo que no se introduce en profundidad. Y, aun así, acusaba o deslegitimaba a los críticos del partido británico de no saber en realidad de qué hablaban o, peor aún, de utilizar la denuncia de antisemitismo como una treta política.
Por otra parte, el artículo hablaba, otra vez con ese conocimiento de epidermis, de Ilhana Omar (otra figura asociada al espectro político de izquierda), pero sin mencionar porqué la congresista estadounidense ha estado en el foco informativo – había recurrido a viejos libelos antisemitas (el de la “doble lealtad judía”, justamente uno de los puntos de la definición de antisemitismo). Por otra parte, afirmaba que Omar, además de levantar su voz contra el AIPAC, había levantado su voz “también [contra] los [lobbies] de los países del Golfo”. ¿Estaría hablando del lobbyCouncil on America Islamic Relation (CAIR) – entidad señalada comovinculada a los Hermanos Musulmanes y al grupo terrorista Hamás-, o de otros en particular? Difícil saberlo si no se enumeran. Igualmente, no hemos podido encontrar tales críticas a los lobbies árabes. De hecho, de acuerdo a la información ofrecida por Open Secrets, además de corporaciones, comités de acción política, el CAIR contribuyó a la financiación de la campaña de Omar.
En su lugar, el artículo directamente desestimaba el asunto – es decir, el problema del antisemitismo en la izquierda -, como una mera reacción a su posicionamiento respecto del conflicto palestino-israelí. No sólo y erraba en esta apreciación, sino en la atribución de causalidad. Acaso, debería haber indagar en la posibilidad de que sea el antisemitismo enraizado en ese sector político el que lo mueva a adoptar una postura antisraelí. Pero para ello hay que abandonar la comodidad superficial del perjuicio, de la pequeña idea preconcebida que se atesora y defiende contra todo atisbo erosión por la realidad.
De acuerdo a un estudio (Modern Anti-Semitism and Anti-Israeli Attitudes) llevado a cabo en Estados Unidos por Florette Cohen, Lee Jussim, Kent Harber y Gautam Bhasin, el antisemitismo clásico, como otras formas de intolerancia, probablemente también ha pasado a la clandestinidad, a la intimidad – excepción hecha de los grupos extremistas que proclaman su odio abiertamente. Entonces, se preguntaban los investigadores, ¿cuál podría ser una vía socialmente aceptable para expresar dicho antisemitismo? La respuesta: a través de la oposición al Estado judío. Y aclaraban que las críticas (ni siquiera, decían, todos los puntos de vista antisraelíes) no computan como antisemitismo. Mas, en algunos casos, la hostilidad hacia Israel puede proporcionar una cobertura socialmente aceptable para vehiculizar la hostilidad hacia los judíos en general.
Y explicaban que los estudios llevados a cabo apoyaban las hipótesis de que:
(a) el antisemitismo suscita hostilidad hacia Israel
(b) la hostilidad hacia Israel puede ocurrir sin antisemitismo
(c) la hostilidad hacia Israel puede retroalimentar el antisemitismo
(d) a veces el antisemitismo se manifiesta de manera sutil.
En tanto, otro estudio realizado en diez países Europeos por Edward Kaplan y Charles Small, de la Universidad de Yale, proponía (Anti-Israel Sentiment Predicts Anti-Semitism in Europe) la existencia de un vínculo o correlación, entre posturas antisraelíes y antisemitismo, al explicar que aquellos que muestran “un sentimiento antisraelí extremo tienen aproximadamente seis veces más probabilidades de albergar opiniones antisemitas que los que no culpan a Israel de las medidas estudiadas, y que entre los encuestados que critican profundamente a Israel, la fracción que alberga opiniones antisemitas supera el cincuenta por ciento”. Es decir, que “los puntos de vista antisemitas aumentan consecuentemente según el grado de sentimiento antisraelí”.