La cobertura acerca de los enfrentamientos entre Hamás e Israel de las últimas semanas, ha ofrecido otro ejemplo de abandono de la deontología periodística paraabrazar una narrativa específica.
Empecemos aclarando que, en los últimos meses, El País jamás ha explicado el papel de Hamás en las llamadas Marchas del Retorno, omitiendo la violencia palestina que las ha acompañado. El silencio ha llegado al punto de no cubrir atentados contra israelíes o de ocultar la afiliación a grupos terroristas de gran parte de los caídos durante dichas protestas. Es más, a la hora de referirse de la situación en la región, hablaban de calma aparente. Tan aparente, que no era.
En la misma línea, El País ocultó recientemente que los siete palestinos abatidos en la fallida incursión israelí en Gaza eran terroristas (milicianos si empleamos el eufemismo de los medios occidentales), presentándolos como meros palestinos, a pesar de que Hamás los reivindicara como mártires propios.
No obstante, el colmo de la desinformación llegaba en una crónica en la que El País escribía:
Más de 40 bombardeos de la aviación israelí golpearon 160 objetivos de las milicias palestinas, que a su vez dispararon 460 proyectiles, entre cohetes y granadas de mortero, contra zonas colindantes de Israel. La actividad escolar se reanudó con normalidad a ambos lados de la frontera.
En primer lugar, el orden secuencial está manipulado. Los bombardeos fueron iniciados por Hamás.
En segundo lugar, ¿qué es eso de que Hamás disparó a zonas colindantes de Israel? ¿Lanzó cohetes contra Jordania o Egipto? Nada de eso. Hamás lanzó cohetes y misiles contra Israel. De hecho, uno de los ataques se saldó con la muerte de una persona en Ashkelon.
Así pues, cuando el medio describe los hechos de esta manera (es decir, cuando se alteran los hechos), desinforma.
Y para quien albergue alguna duda acerca de esto, basta con analizar brevemente el léxico empleado por El País: 20 ataques sobre objetivos terroristas se traducen, según el medio, en un Israel machaca, mientras que 200 misiles y cohetes lanzados por grupos terroristas palestinos desde Gaza sobre población civil israelí devienen un mero lanzamiento. Es esta una elección de lenguaje. En otras palabras, es esta una elección de encuadrar el conflicto de manera que el lector tenga una perspectiva negativa de Israel. Profundamente negativa.
Como guinda de la absoluta identificación con una de las partes en conflicto, El País publicaba un texto de opinión cargado de omisiones y errores. La pieza, que tenía como objetivo alabar la acción de la UNRWA, confundía la resolución 181 de la ONU con la 242, omitía hablar del terrorismo que abrazó Arafat, no explicaba que las guerras las iniciaron los estados árabes, recurría a historiadores completamente desprestigiados por su activismo, e insinuaba comparaciones entre el Holocausto y el sufrimiento de los palestinos, en un clarísimo ejemplo de banalización de la Shoa.
En resumen, un texto a la medida de los prejuicios, en el que los hechos son elementos maleables, materia prima para una fabricación: la de la falta de responsabilidad de los árabes y los árabes palestinos en el conflicto (y una suerte bondad idealizada); la malicia singular de Israel; de la simbología fácil y conmovedora (el azahar, el olivo, la llave); la de que la UNRWA es una organización benevolente que siempre necesita mucho dinero y que no se ha transformado en un actor del conflicto.