En su artículo de opinión en La Voz de Galicia, Las graves incertidumbres del Estado palestino (10 de septiembre 2011) Xosé Luis Barreiro pinta un cuadro maniqueo en el que Israel aparece como un estado ilegítimo (el error israelí) y los palestinos como víctimas inocentes de “sesenta años de injusticias, masacres, xenofobia y usurpación”, pero el análisis de Barreiro parte de una premisa que no toma en cuenta importantes hechos históricos y que priva a sus lectores de una imagen completa de la realidad.
En primer lugar, el Estado de Israel es absolutamente legítimo ya que es un Estado nacido por consenso, algo de lo que no se pueden vanagloriar más del 90% de los países.
En segundo lugar, aquello que Barreiro tilda de error, desde una perspectiva ética representa un acto de reparación, es decir de justicia. Israel significa el regreso de un pueblo a su tierra de la que, a pesar de haber sido expulsado, jamás se desligó. Los lazos de los judíos con esa zona beben de la historia tal como demuestran los restos históricos y los hallazgos arqueológicos. Ahí nace el pueblo judío, de ahí surgen sus textos sagrados y ahí construye sus templos. Sus lazos con esa tierra se fundamentan en la esencia misma del judaísmo, no sólo como religión, sino concebido como pueblo. Durante 2000 años de, usando los mismo términos de Barreiro: “injusticias, masacres, xenofobia y usurpación”, y añadiendo: expulsiones y genocidio, Jerusalén jugó un papel central en la definición de esa nación sin Estado. “El año que viene en Jerusalén” es el brindis milenario que durante años ha conmemorado la salida de Egipto (es decir la libertad y la “autodeterminación”) y aspirado a la “vuelta a casa”. Además, la presencia de judíos en Tierra Santa se ha mantenido ininterrumpida durante 2000 años. Xosé Luis Barreiro considera eso un error.
Por otra parte, el analista de La Voz de Galicia acusa a Israel de la alteración de los equilibrios territoriales [ ] por medio de la guerra. Pero es que Israel no inició este conflicto. En 1948 la ONU decidió la partición de la tierra en dos estados (uno judío y uno árabe) y fueron los árabes quienes no aceptaron e iniciaron una guerra contra el recién nacido estado.
En esa guerra Egipto se apoderó de Gaza, mientras que Jordania hizo lo propio con la entonces llamada Judea y Samaria, y a la que renombró Cisjordania. Veinte años tuvieron que pasar hasta que Israel, en otra guerra defensiva, pasara a controlar esos territorios. Sólo entonces el mundo empezó a preocuparse y a alimentar un nacionalismo palestino.
Durante esos sesenta años de dolor al que Barreiro hace referencia hay muchas preguntas que hacerle a los propios pueblos árabes, ya que efectivamente, los palestinos sufrieron masacres como las de Septiembre Negro en Jordania a mano de los jordanos, xenofobia por parte de los países árabes que los hacinaron en campos de refugiados negándoles nacionalidad y derechos para impedir su integración en la sociedad, y usurpación por parte de sus propios líderes corruptos que durante años comerciaron con el dolor de su pueblo para llenarse los bolsillo con generosas ayudas internacionales.
Y hay que recordar que durante esos sesenta años Israel también ha sufrido su parte de dolor: guerras, hostigamiento, campañas de descrédito y atentados terroristas. Los enemigos de ese estado, más pequeño que Galicia, hablan de borrarlo del mapa, y de eliminación no sólo del estado, sino de los judíos.
En su artículo, Barreiro también considera:
un fracaso de la comunidad internacional que, en contra de todos los principios y valores que dice sostener, tolera la existencia esencialmente agresiva del Estado étnico-religioso de Israel. La salida lógica al conflicto generado por la creación del Estado judío -esa es la realidad de Israel- solo puede ser la creación de un Estado plural y laico capaz de albergar y consolidar una realidad social multiétnica y multirreligiosa gobernada por una democracia avanzada.
Por un lado, Israel no es un estado étnico-religioso, sino que es gobernado por un sistema parlamentario representativo. En la knesset conviven multitudes de partidos políticos laicos, religiosos y árabes, así como partidos de derechas y de izquierdas. El Tribunal Supremo, máxima autoridad, respetada e independiente, es un organismo laico.
Por último, Barreiro anhela en su artículo la creación de un Estado plural y laico capaz de albergar y consolidar una realidad social multiétnica y multirreligiosa, gobernada por una democracia avanzada. La cuestión es que dicho Estado ya existe: se llama Israel, y en él, conviven un 20% de no judíos, junto a 80% de judíos, gozan de los mismos derechos, comparten los mismos espacios, votan en las mismas elecciones y si quieren se presentan a ellas.
El error no reside en la creación de Israel, sino en la visión parcial del problema, fomentado en artículos como el del señor Barreiro en La Voz de Galicia.