El coro de Hamás

Refiere Stephen Koch, en su libro Double Lives: Spies and Writers in the Secret Soviet War of Ideas Against the West, la vida de Willi Münzenberg. O una parte la misma. Una muy singular, que, acaso, siga ejerciendo un efecto hoy en día – no en vano, las llamadas “medidas activas” soviéticas parecen hacerlo -, ya sea como modelo o como una cierta continuidad ideológica.

Sobre Münzenberg, el autor decía que su objetivo era crear, para aquellos occidentales “bien pensantes y no comunistas”, el prejuicio político dominante de la época. Quería, especificaba Koch, “inculcar el sentimiento, como si de una verdad de la naturaleza se tratase, de que criticar seriamente o desafiar la política soviética era la marca infalible de una persona mala, intolerante y probablemente estúpida, mientras que el apoyo era una prueba igualmente infalible de una mente con visión de futuro comprometida con todo lo que era mejor para la humanidad y marcada por un refinamiento edificante de la sensibilidad”. Hoy, en esta ecuación propagandística, cualquier crítica al islamismo, al régimen chino o turco, se encuentra con una respuesta similar. Y, en cuanto al prejuicio dominante, está más claro que toda claridad: Israel/el sionismo – ese disfraz del antisemitismo que puede rastrearse a la Unión Soviética.

El plan de Münzenberg, implicaba a “todo tipo de “creadores de opinión”: escritores, artistas, actores, comentaristas, sacerdotes, ministros, profesores, “líderes empresariales”, científicos, psicólogos[hoy cabría añadir ONG], cualquiera cuya opinión pudiera ser respetada por el público”. Basta ver hoy los campus universitarios occidentales, los bochornos en tanta entrega de premios al cine o literarios, los llamamientos histriónicos de artistas, los muchos “periodistas” sin curiosidad. Todos ciñéndose a un mismo guion y a un mismo silencio con tufo a censura: de Siria no se habla; al régimen de la República Islámica de Irán no se lo menta…

Münzenberg “tuvo un éxito asombroso a la hora de movilizar a la intelectualidad occidental en favor de un conjunto moralista de actitudes políticas que respondían a las necesidades soviéticas. En el proceso, organizó y definió la agenda moral ‘ilustrada’ de su época. En cierto sentido, el aparato de Münzenberg fue tan decisivo como cualquier otro factor a la hora de orientar las actitudes políticas que hoy conocemos como los años treinta. Cientos de grupos, comités y publicaciones funcionaban bajo sus auspicios o los de sus agentes. Escritores, artistas, periodistas, científicos, educadores, clérigos, columnistas, cineastas y editores, bajo su influencia o manipulados [mayormente desconocían que estaban siendo utilizados] regularmente por sus hombres”. Apenas hay que quitar el adjetivo “soviéticas” y un nombre propio. Apenas eso.

Así, Hamás decía, y los medios ponían sus afirmaciones en portada. Sí,conociendo incluso lo que el culto palestino genocida perpetró el 7 de octubre de 2023. Sí, aún después de constatar la naturaleza dicha organización en esos rituales macabros de entrega de rehenes. Sí, ese el poder de la nueva agenda moral ‘ilustrada’: el islamismo es la nueva verdad, y es sumamente guay; lo que se le opone, es decir, los derechos humanos, la igualdad, la modernidad, está demodé.

Casi una coreografía de coberturas desinformativas. “Coberturas” que, como señalaba en una publicación de X John Spencer, Director Ejecutivo del Urban Warfare Institute, no advierten “sobre las fuentes, las descripciones de los métodos de recuento, la distinción entre combatiente y no combatiente, o contexto de la causa de la muerte/objetivo israelí, sino sólo otros detalles o información para inferir la condición de no combatiente, como el elevado número de mujeres (que pueden ser combatientes) o niños (normalmente designados como menores de 18 años, además del uso conocido por Hamás de niños soldados)”.

Simplemente se recibe la afirmación y se reproduce.

Como en la caso del hospital al Ahli al inicio de la guerra: aquella noticia, o acción propagandística, que habría de cambiar el signo de las emociones, reconduciéndolo a la senda del victimismo casi atávico con que se retrata cada segmento de la vida palestina, como si los seres que la pueblan carecieran de voluntad, de responsabilidad, de pulsiones; como si sus actos fuesen, al menos moralmente, inimputables. El “culpable” ha de ser claro e inmutable.

No en vano, escribía Koch sobre Münzenberg: “Al definir la culpabilidad, ofreció la inocencia a sus seguidores, que la aprovecharon por millones”.

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