En el artículo de CAMERA Español de ayer se daba cuenta de uno de los métodos habituales utilizados por los propagandistas de Hamás – en realidad, del islamismo en general -, de sus agentes de influencia mediáticos voluntarios o inconscientes. La fórmula en cuestión exige silenciar todo aquello que perjudique la imagen de dicha organización terrorista (que devele los objetivos y los medios para alcanzarlos), o, antes bien, que ponga en duda la promovida idea de un Israel o sionistas (judíos) absolutamente perversos. El islamismo precisa de fabricados ‘monstruos’ para, con un atuendo de victimismo, parecer agradable a la audiencia occidental.
Para ello, se proponía como ejemplo un caso reciente que obligaba a la puesta en marcha del artefacto propagandístico. Hoy, otro suceso vuelvía a poner de manifiesto el funcionamiento de esta estrategia burda: silencio a las marchas en Gaza – en definitiva, cada día y cada hecho, cuando se trata de definir un imposible absoluto, requiere la intervención de dicho mecanismo.
¿Cómo es posible que unas protestas en Gaza sean mayormente ignoradas?, se preguntará la audiencia sometida a la ignorancia por muchos de los medios más importantes en español y de sus encumbrados ‘corresponsales’, y también por la voluntad de confirmar sus propios prejuicios y sesgos. Y así, sumida en la ignorancia hecha a base de omisiones, distorsiones, engaños y algún que otro error involuntario, volverá a interrogar: ¿Acaso que se manifiesten contra Israel no es noticiable?
Ahí está el precisamente el problema: el fundamento de las manifestaciones. Y es que éstas no iban dirigidas contra Israel sino, luego de casi año y medio de guerra, contra el causante de la situación actual: Hamás. Esas voces que, diciendo cualquier otra cosa llegarían a oídos occidentales, no lo hacen porque dicen la frase equivocada: vamos, porque mentan la realidad: “Fuera Hamás”. Y no sólo eso, sino que, exigían la liberación de los rehenes.
Estos sucesos no sólo exponen el mecanismo de enmascaramiento (la censura) y de elaboración de una visión desencajada de la realidad, sino la actividad real o prioritaria de más de un ‘periodista’: la promoción de una cosmovisión que no se alinea con los valores que dice precisamente defender.
Para finalizar, los medios que avalan estas prácticas acaso debieran explicarles a sus lectores qué los mueve a hacerlo, para que estos puedan decidir, sin que medie la ofuscación de las fabricaciones, las sugerencias, los silencios, si quieren estar informados o, en su defecto, adoctrinados.