Desde la pretensión de que el conflicto tuvo su inicio con la ocupación del territorio denominado Cisjordania por Jordania cuando éste estuvo bajo su ocupación, luego de la guerra de agresión árabe de 1967. Con lo cual, Israel es el culpable; factible, por lo demás, de ser llamado “invasor”, “colonialista”; amén de permitir borrar el rotundo “No” árabe – y del liderazgo árabe palestino; que entonces no se reconocía a sí mismo como palestino, sino como parte de Siria del sur y, más ampliamente,de la nación árabe – a la partición en 1947 y la posterior guerra de agresión árabe, una “guerra de exterminio y una masacre trascendental”, según Azzam Pasha, Secretario General de la Liga Árabe. Y suprimiendo otros “No” árabes, como los de Jartum: “no a la paz, no al reconocimiento y no a las negociaciones” con Israel.
Hasta la omisión absoluta de las agresiones de árabes contra judíos, que habían comenzado mucho antes de la partición del Mandato de Palestina – que, por cierto, ya había sido partido para formar Transjordania, posteriormente llamada Jordania; un estado inexistente hasta entonces; una concesión al clan hachemita de Arabia por parte de Gran Bretaña, que violaba así el propio Mandato, puesto que el documento del mismo establecía que:
“En tanto que las principales potencias aliadas han acordado, con el fin de dar cumplimiento a las disposiciones del artículo 22 del Pacto de la Liga de Naciones, confiar a un Mandatario, seleccionado por dichas potencias, la administración del territorio de Palestina, que anteriormente pertenecía al Imperio Turco…”.
“En tanto que las principales potencias aliadas también han acordado que el Mandatario debe ser el responsable de poner en vigor la declaración formulada originalmente el 2 de noviembre de 1917, en la cual el Gobierno de Su Majestad Británica – y aprobado por dichas potencias – a favor de la creación en Palestina de un Hogar Nacional para el pueblo judío, quedando claramente entendido que no debe hacerse nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de comunidades no-judías existentes en Palestina…”.
“En tanto que de este modo se le ha dado reconocimiento a la conexión histórica del pueblo judío con Palestina…”.
La más reciente en esta sucesión de reducciones – supresiones y distorsiones, más precisamente – , es la que aborda el conflicto lisa y llanamente desde una dicotomía tajante: “La ‘causa palestina’ es la causa de los derechos humanos – incluso, su arquetipo moderno -; e Israel, es la encarnación de todos los abusos a dichos derechos”. Así pues, si se está con la ‘causa palestina’, evidentemente se está a favor de los derechos humanos. Es decir, se está del lado “correcto”, del lado “moral”, del de los “buenos”.
¿Que en la bolsa de la ‘causa palestina’ hay grupos terroristas como Hamas y Yihad Islámica; que hay corrupción en el liderazgo político de la Autoridad Palestina; que la organización Fatah, liderada por el presidente de dicha Autoridad, Abbas, tiene un brazo armado; que hay incitación al odio y la violencia desde los liderazgos políticos, sociales y religiosos; que los líderes políticos y religiosos hablan de conflicto religioso, no territorial? No hay problema. La frase “‘causa palestina’ es la causa de los derecho humanos” lo blanquea todo, lo purifica, lo deja impolutamente apto para su utilización como argumento definitivo, aunque éste sea sencillamente una falacia circular: esto es así porque es así. Es palabra de activista.
Y claro, en nombre de los derechos humanos (o, mejor dicho, contra el “mal absoluto”, que, vaya casualidad, una vez más en la historia, está encarnado por los judíos – en este caso, el único Estado judío), vale todo. O eso creen organizaciones como el BDS y otras ONG. Pero que lo crean tales organizaciones, no implica que daba ser creído por los periodistas que cubren el conflicto – muchos de los cuales, precisamente, parecen hacerlo desde esta óptica reducida y falaz. Es más, creer, no parece ser algo recomendable en dicha profesión. Indagar, buscar, rebuscar, preguntar (pero no a unos, para obtener respuestas que son apelaciones a las emociones; y a otros, para referir frías respuestas oficiales, burocráticas y siempre dudosas, como si no hubiera civiles ni sufrimientos de ese lado) para conocer.
Decía el escritor estadounidense Mark Twain,, que “lo que nos mete en problemas no es lo que no sabemos, sino lo que creemos con certeza y no es cierto”. Pero por ahora, parece ser de mucha utilidad esta “fe” contra Israel, ese “credo” del desprecio.
En lo que al periodismo en español atañe, las barbaridades que algunos periodistas han llegado a escribir y a manifestar en relación con este conflicto, de haber sido dichas respecto de otros asuntos, en otros contextos, ámbitos, posiblemente le hubiesen costado el puesto. Mas, por ahora, la ‘causa palestina’ da carta blanca. Y tanto da, que corresponsales en la región llegaron a participar en jornadas auspiciadas, entre otros, por el BDS, en una charla sobre “Periodismo y activismo”… Si, señor, “Periodismo y activismo”; prácticamente un oxímoron; seguramente una transgresión deontológica. Y no pasa nada.
O sí, pero se hace de cuenta que no. Hamas puede seguir adiestrando a niños para participar del conflicto. La Autoridad Palestina puede censurar la prensa opositora. Los líderes palestinos pueden seguir glorificando el terrorismo e incitando al odio y a la violencia – y éstos no serán mencionados como causa de la violencia palestina –; una incitación para niños y adultos. Se puede decir en árabe lo que, saben, ningún corresponsal en español traducirá. En definitiva, no se mostrará nada que ponga en duda la terminante dualidad. Por lo demás, amplísima cobertura a cualquier declaración negativa de un líder palestino – o una organización – sobre Israel.
Porque el conflicto, para los medios en español, es Israel. Los palestinos son sus “víctimas” absolutamente pasivas.