La suerte de ritual de moralidad oficiado para las audiencias occidentales a partes iguales por estas ONG y aquellos medios que las acompañan en el altar hipócrita de la ideología más rancia, se sostiene en los discursos de condena que por toda prueba tienen la enunciación coral de los propios celebrantes que se consideran a sí mismos como, utilizando la expresión de Zohar Kampf yTamar Katriel (Political Condemnations: Public Speech Acts and the Moralization of Discourse), como “custodios de la visión de una ‘sociedad decente’”. El problema es la decencia de los “custodios” …
El punto alto de este infame ritual político-ideológico es el renovado anuncio de un veredicto sancionador que, en primerísima instancia (preparatoria) receta la exclusión del mal señalado, y llama a la movilización de las fuerzas del bien para trabajar en pos de corregir la situación. No en vano, los autores recién mencionados explicaban que las condenas políticas definen la relación entre la parte que se considera que ha violado principios morales básicos y la que emite el fallo, a la vez que “esquematiza las afiliaciones y desafiliaciones morales entre los actores políticos en la arena global”. En breve, se trata de su papel coercitivo: quienes disientan con la condena y quienes apoyen al condenado se verán arrinconados, señalados, como mínimo, retóricamente.
Nada más efectivo que el concepto apartheid aplicado a un estado para dividir tajantemente posiciones políticas. Nada más dañino para un estado que ser acusado de tal crimen – hecho que, por lo demás, en este caso se ve incrementado por lo disparatado de su empleo: el término busca algo muy similar a lo que hace el antisemitismo: señala, aísla, demoniza, deslegitima; y termina por justificar “soluciones” ominosas. Dicho de otra manera, se asaltan los derechos humanos, de defensa y autodeterminación de un pueblo (el judío) mediante la obscena utilización como coartada de esos mismos derechos.
No es el objetivo de este texto realizar un análisis de por qué esta evidente mise-en-scène para desacreditar y atacar a Israel no es más que, precisamente, eso. En CAMERA ya se ha realizado a conciencia tal tarea en diversos artículos; así como también se ha hecho en otras organizaciones.
También se ha señalado que la coincidencia – y la casi sincronización – entre varias ONG para emitir la misma sentencia tiene todo aspecto de ser una maniobra, de una campaña orquestada y, por cierto, poco novedosa; amén de que supone un fraude a la historia, a la memoria de la población de color de Sudáfrica, para adulterarla para su usufructo ideológico – lo que, inevitablemente, terminará por corromper al concepto retrospectivamente, transformándolo en una falta menor, casi irrelevante.
Pero lo que acaso no se ha señalado lo suficiente es el papel de esta nueva estrategia como pretexto, como exculpación de la violencia y el terrorismo presentes (y su financiación por parte de terceros, como Irán) palestino, así como la dispensa a posteriori de acciones aún más amplias contra el estado judío; creando para ello la sensación de un consenso en tal sentido: el vil estado lo es en grado tal, tan sistemática y persistentemente, que cualquier medida se justifica.
La declaración es la prueba: Israel es Sudáfrica – pero no a la inversa
“… lo útil que es una buena propaganda… nos recuerda una vez más que el conocimiento retrospectivo de la verdad por parte de las democracias no puede reparar el daño causado por años de ignorancia. […] conocer la verdad no es muy útil una vez que una idea falsa ha arraigado…”. Jean-François Revel (How Democracies Perish)
Decía alto y claro Paul O’Brien (a las asistentes a un almuerzo del Woman’s National Democratic Club en marzo de 2022), director de Amnistía Estados Unidos, que Israel “no debería existir como Estado judío”.
Lo mismo, con otras palabras, que decía Omar Barguti, cofundador la Campaña Palestina para el Boicot Académico y Cultural contra Israel (PACBI, por sus siglas en inglés), en un video publicado por Electronic Intifada, una web anti-israelí):
“Definitivamente nos oponemos a un Estado judío. Ningún palestino racional (…) aceptará jamás un Estado judío en cualquier parte de Palestina”.
El activista pro BDS y estudiante universitario Amer Zahar – según el informe Boycott, Divestment, Sanctions against Israel: An Anti-Semitic, Anti-Peace Poison Pill de 2013, del Centro Simón Wiesenthal – explicitaba en 2010 una estrategia – la del BDS, la de no pocas ONG, la de buena parte del liderazgo palestino, la de alguna que otra agencia internacional:
“Lo que queremos no es realmente la desinversión económica de Israel… Por el contrario, buscamos cambiar el diálogo de si desinvertir o no de Israel, sin discusiones ajenas a los fundamentos. Esperamos que, en 10, 20 años, el público dará por sentadas las premisas de que Israel es un estado de apartheid, y entonces podremos avanzar desde ahí”.
Más recientemente, escribía lo mismo Kenneth Roth, ex mandamás de
HRW:
La repetición, se cree, se procura, se impondrá a los hechos y forzará el asentimiento, la conformidad: la “realidad”. Vaya a saber de qué manual habrá sido extraído el método…
Tampoco es que dijeran algo que no se supiera. Ahí había estado la infame resolución – invento soviético – de la Asamblea General de la ONU (y las mayorías automáticas de las alianzas de ciertos bloques) equiparando al movimiento de autodeterminación judío con el racismo; ahí estaba la bochornosa conferencia de Durban de 2001, que pretendía ser una reunión contra el racismo, el antisemitismo y la xenofobia, y que quedó como una muestra inmaculada de antisemitismo.
Así, la conferencia en cuestión terminó siendo un encuentro atrincherado de odios que convinieron estampar sobre el nombre Israel el término apartheid. Es decir, decidieron – demasiadas ONG, gobiernos, agencias internacionales, bajo el paraguas de las Naciones Unidas, con la Organización para la Cooperación Islámica a la cabeza – que la estrategia para acabar con Israel, fracasados los ataques militares, pasaba por su demonización, deslegitimación y aislamiento – y posterior desmantelamiento. Y nada mejor para ello que apostar a algo que había sido efectivo en Sudáfrica, aunque este no fuera, ni remotamente, el caso. Qué más daba. Después de todo, habían usurpado la conferencia contra el racismo para practicarlo sin disimulo.
Pero volvamos a Zahar. Qué decía, o sugería, cuando decía que, una vez instalada – a fuerza de repetición, de informes ad hoc; de ese insistido ‘consenso’, de esa fantasía de unanimidad, que es el de una misma voz presentada en etapas como si fueran varias – mediante el nuevo estereotipo (o una mera adaptación, condensación) falaz, podrá justificarse contra Israel el terrorismo sin temor a ser sospechado de defender fanatismos, sino con el cosquilleo moral de apoyar una “resistencia justa”; podrá excusarse, en definitiva el sempiterno rechazo a cualquier negociación (compromiso que implica concesiones): la solución pasará únicamente por el desmantelamiento del estado judío tal como se conoce. La estrategia revivida – puesto que está emparentada con aquella arremetida de la ex Unión Soviética– pretende, entonces, y principalmente, a erosionar ciertas susceptibilidades entre las audiencias occidentales y que estas lleguen a al punto de, como mínimo, desinteresarse de cómo se llega a ese fin, en tanto y en cuanto se acabe efectivamente con el pretendido “apartheid”.
En breve, lo que se busca no es otra cosa que crear la distancia moral necesaria entre el mundo e Israel que permita terminar por la vía que sea con el estado judío. Ni más ni menos que el objetivo histórico de Fatah (con su grupo terrorista) y la OLP, según sus cartas. Y ni hablemos de los grupos terroristas Hamás, Yihad Islámica Palestina y Hizbulá. El mismo objetivo que el de Irán, entre otros.
Todos ellos de acuerdo con Amnistía Internacional, Humans Rights Watch, B’tselem, y tantísimos medios de comunicación que se dan por satisfechos con reproducir sin verificar lo que digan respecto de Israel cualquiera de estos actores. Los primeros, avanzando la estrategia y hostigando a Israel; los segundos, sometiendo sus antiguas credibilidades al mejor postor y al activismo ideológico más obvio; los terceros, luego de haber distorsionado y omitido, convirtiéndose, como mínimo, en meros repetidores de la voz acusadora de turno – el periodismo, ya más una coartada que una profesión.
Lo que queda en los medios que ceden al chantaje o a la seducción de bravata es una sistemática alteración (de conceptos, de hechos) que reconstituye de manera radical la realidad: la redefinición – ergo, la “experiencia” – de esta, la transforma y la disminuye a mero marco oportuno.
Durban, o la vergüenza: Todos contra uno
Ya en una de las reuniones preparatorias para la corrompida conferencia quedó meridianamente claro cuál sería el derrotero por el discurriría el encuentro, quiénes y con qué fin se apropiarían del foro y del discurso de los derechos humanos para pervertirlos. El excongresista demócrata y superviviente del Holocausto, Tom Lantos, que fue delegado de Estados Unidos en la Conferencia Mundial sobre el Racismo celebrada en Durban, comentaba (The Durban Debacle: An Insider’s View of the UN World Conference Against Racism) precisamente que la reunión preliminar asiática para dicha conferencia, que tuvo lugar entre el 19 y 21 de febrero de 2001 en Teherán, marcó un “fuerte alejamiento del espíritu de tolerancia que se puso de manifiesto en las tres primeras reuniones regionales”.
Así, refería Lantos – quien fuera el miembro de mayor rango del Partido Demócrata en el Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y uno de los fundadores del Comité de Derechos Humanos del Congreso -, que a principios de agosto de 2000 el Centro Simón Wiesenthal se enteró de que se prohibiría la asistencia a los titulares de pasaportes israelíes y a las organizaciones no gubernamentales judías.
Mary Robinson, expresidenta de Irlanda y Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos entre 1997 y 2002, les aseguró a los delegados israelíes ante dicho organismo internacional, según daba cuenta Lantos, que se le permitiría a Israel concurrir a la reunión asiática como “estado observador”. Pero, añadía, Robinson “no tomó ninguna medida para superar la prohibición iraní de conceder visados a los ciudadanos de Israel, Estado que Irán no reconoce. No asistió ningún delegado israelí”. Y la reunión, claro está, se llevó a cabo como si lo que hubiese sucedido equivaliese a un cambio en el menú para la cena de cierre.
“Al parecer, las autoridades iraníes estaban dispuestas a hacer todo lo posible para impedir la participación de cualquier Estado que tratara activamente de frustrar sus esfuerzos por aislar a Israel. Lamentablemente, los dirigentes de la ONU se negaron a desafiarlos”, escribió Lantos.
Lo que empezaba de esta guisa, no podía terminar de otra manera. Entregado el espacio a quienes buscaban lo opuesto – y dirigido a un único grupo de personas, a un estado en particular – de lo que el rótulo del encuentro anunciaba. Así, no fue una sorpresa que “la Declaración y el Plan de Acción acordados por los delegados equivalían a lo que sólo podía considerarse la manifestación por parte de los Estados presentes de su intención de utilizar la conferencia como arma propagandística para atacar a Israel. [L]os documentos … destacaban al país por encima de todos los demás, a pesar de los conocidos problemas de racismo, xenofobia y discriminación que existen en todo el mundo … Israel, afirmaba el texto, lleva a cabo una ‘limpieza étnica de la población árabe de la Palestina histórica’ y está aplicando un ‘nuevo tipo de apartheid, un crimen contra la humanidad’”.
Durban no fue sino la consumación de lo delineado en Irán: demonizar a Israel para aislarlo, para deslegitimarlo, para blanquear, “justificar”, su eliminación. Y no fue sólo un bloque de países, sino un buen número de ONG las que participaron más o menos activamente de ese happening ignominioso.
Gerald Steinberg, presidente de la organización NGO Monitor y profesor emérito de la Universidad Bar Ilan (The Centrality of NGOs in The Durban Strategy) señalaba que entre esas ONG que estuvieron involucradas activamente en el Fórum de ONG de la conferencia, se encontraban la Amnistía Internacional (AI) y Human Rights Watch (HRW), y que en una entrevista radial, el entonces director de la segunda, Kenneth Roth, rechazó todo criticismo sobre esa participación – que, en definitiva, validaba o prestigiaba dicho foro – y declaró que “claramente, las prácticas raciales israelíes son tópico apropiado”.
Y como el odio sólo puede crecer en un ambiente donde sólo se reproduzca el “relato” que lleva codificado, el disenso debe pues ser acallado, marginado. De esta manera, seguía Steinberg, cuando los representantes de ONG judías intentaron participar en las discusiones de la comisión de ONG internacionales de derechoso humanos, el propio director de promoción (advocacy) de HRW, Reed Brody, se sumó a la iniciativa para expulsarlos. Human Rights Watch; algo así como Observatorio de Derechos Humanos. Derechos Humanos… Y continúa siendo una voz creíble para muchos medios de comunicación. Tanto, que no pocas veces es la única que le ofrecen a su audiencia, como si sus afirmaciones encajaran perfectamente con la realidad.
También Lantos señalaba que los líderes de las más importantes ONG occidentales, como las mencionadas AI y HRW, que participaron en dicho Fórum, “sorprendentemente, no hicieron casi nada para denunciar las actividades de los radicales en su seno. No hicieron ninguna declaración para protestar contra el envilecimiento de los mecanismos y términos de los derechos humanos”. De hecho, con el tiempo han demostrado su adhesión absoluta a lo pactado en la conferencia, a través de la interpretación de su vociferador papel de libelistas.
De Teherán a Durban, pues, el hilo del prejuicio no se rompió. Se reforzó; se pulió.
“El texto adoptado en el Foro de ONG de Durban proporcionaba un plan de batalla, que debía ejecutar la red de ONG, para la guerra política contra Israel que se ha librado desde entonces – resumía Steinberg -. […] Los autores calificaron a Israel de ‘Estado racista de apartheid’ culpable de ‘genocidio’, pidieron el fin de sus ‘crímenes racistas’ contra los palestinos”. No había, claro, “referencias al terror palestino ni al uso de zonas densamente pobladas para refugiar a terroristas con el fin de disuadir las represalias israelíes”, ni los ataques perpetrados desde esas zonas.
Entonces, la conferencia – además de mentir consenso – concluía el profesor, “proporcionó la estrategia para la subsiguiente guerra política contra Israel dirigida por las ONG, utilizando las armas derivadas de la retórica de los derechos humanos y el derecho internacional [utilizadas de forma subjetiva, selectiva e incoherente], y llevada a cabo a través de la ONU, los medios de comunicación, las iglesias y los campus universitarios”. Y, con ello, se “hizo hincapié en la transformación de los principios universales de los derechos humanos y el derecho internacional en criterios particulares creados específicamente con el fin de condenar y marginar a Israel – unos criterios fluidos que se aplican únicamente a este país”.
En la promoción de esta estrategia, finalizaba Steinberg, estas ONG utilizan hábilmente su acceso a los medios de comunicación como multiplicador en este esfuerzo por convertir a Israel en el próximo Estado de “apartheid”. “Protegida por el ‘efecto halo’ y la ausencia de rendición de cuentas, la red de ONG sentó las bases de las campañas diseñadas para conseguir la condena internacional de Israel”, aseveraba.
Tom Lantos, por su parte, terminaba su recuento de esa bochornosa conferencia donde el prejuicio, el olvido y la banalización se juntaron para elaborar el producto para acorralar a un país entre la totalidad de estados, con una desoída y amarga lección: No siempre se puede contar con las ONG para promover los valores liberales.
A buena parte de los medios en español los trae sin cuidado que algunas de las ONG más importantes dedicadas a la defensa de los derechos humanos degraden términos como “apartheid”, “genocidio”, “crímenes contra la humanidad” o “limpieza étnica”, con el fin de servir a un fin ideológico; con el fin de servir al objetivo de un supremacismo musulmán que entiende que Medio Oriente le pertenece.
No siempre se puede contar con las ONG para promover los valores liberales. El foro oficial de ONG en la Conferencia Mundial de la ONU sobre el Racismo [elaboró un documento que] degrada términos como genocidio, limpieza étnica y crímenes contra la humanidad al utilizarlos para describir las políticas de asentamiento israelíes en los territorios ocupados.
Cínicos, hipócritas y conversos, todos mezclados en un caldo fanático
“… el futuro dorado que prometen … depende únicamente de que se resuelva la cuestión”. … “Eso es lo que es tan deplorablemente retrógrado…: conduce al fanatismo religioso; fomenta la Gregor von Rezzori (Memoirs of an Anti-Semite)
Como no se pudo destruir a Israel por la vía militar, ni por la terrorista, los líderes palestinos – y sus aliados – se abocaron desde hace ya un buen tiempo a destruir su imagen, su credibilidad ante la audiencia internacional: en definitiva, a demonizar y a deslegitimar a dicho estado. Una estrategia que también sirve para justificar la presente actividad terrorista – véase sino, ni más ni menos que a la Relatora de la ONU Francesca Albanesa promoviendo precisamente ese blanqueamiento -, así como la ausencia crónica de un proyecto de estado democrático (y la endémica corrupción casi consecuente) entre los liderazgos palestinos.
Entonces, todos a una – una serie de ONG, periodistas y entes internacionales (con el apoyo invalorable de no pocos gobiernos) – a repetir el eslogan, la etiqueta, la acusación peregrina, para difamar como de hecho se viene haciendo desde hace tanto tiempo; desde tanto, que se culpa de una cosa y de su opuesta (vaya coincidencia con el antisemitismo…) y ello no afecta en lo más mínimo al prestigio del prejuicio ni el de sus esgrimidores.
Y es que el objetivo de esta estrategia no es otra cosa que la reducción de Israel al estereotipo creado por estas mismas ONG, una serie de entes internacionales y un grupo de países que no se limitan sólo a esa región: “ocupante”, “colono”, “racista”, “asesino” – es decir, un mal extraño al territorio. No es otra cosa, ni más ni menos, y como ya se señalara anteriormente, que el estado judío resumido al estereotipo del judío elaborado por el antisemitismo. Israel deviene así en concepto abreviado de vileza: un desfase insalvable entre este país y los valores de las audiencias, del resto del mundo.
Para eso, para oficiar el ritual del señalamiento moral, y con afán de intocable símbolo de desinteresado benefactor, se auto postulan un grupo de periodistas y ONG, entre otros, como representantes de la “causa” palestina – antes bien, de la adulteración que promocionan como tal –, y en custodios del honor de su pueblo. Es decir, valiéndose de los afeites de un prestigio pretérito ante la comunidad internacional, se presentan como una pretendida conciencia global – de la moral reducida para encajar en el marketing aciago de la deslegitimación del otro.
La “causa”, además, claro está, brinda valiosa excusa a quienes adolecen del persistente y añejo prejuicio.
Conversos
David Snow y Richard Machalek mencionaban (The Sociology of Conversion) cuatro propiedades retóricas como indicadores de conversión: la reconstrucción biográfica, la adopción de un esquema de atribución maestro, la suspensión del razonamiento analógico y la adopción del papel de converso.
La primera se refiere al proceso de desmantelamiento del pasado para su posterior reconstitución – algo en lo que el liderazgo palestino avanza casi a diario (desde la identificación de Jesucristo como “palestino”, hasta la conversión de una guerra de agresión árabe en prácticamente su opuesto y los oportunos silenciamientos) y de lo que CAMERA Español ha dado amplia cuenta. Ni más ni menos que una historia a medida del “acuerdo con el nuevo o ascendente universo del discurso y su correspondiente gramática y vocabulario de motivos”; o, dicho de otra manera, del credo. En muchos medios de comunicación es posible observar este proceso: el problema, se dice, es la ocupación; borrando así las agresiones árabes que provocaron tal situación.
La siguiente propiedad – la adopción de un esquema guía de atribución – se produce cuando sentimientos, comportamiento y eventos que anteriormente eran interpretados con relación a una serie de esquemas causales son ahora glosados desde el punto de vista de un esquema omnipresente. Además, ahondaban los autores, “asuntos que antes eran inexplicables o ambiguos ahora se comprenden claramente. De este modo, se afina y generaliza simultáneamente un único lugar de causalidad”. En este caso, la causa única de violencia y malestar es… Claro, Israel – la “ocupación”, la “opresión” y… el “apartheid”.
La tercera, la suspensión del pensamiento analógico, se produce como consecuencia de las “percepciones [de los conversos] de que sus cosmovisiones son únicas, incomparables”; es decir, indiscutibles, exactas; absolutas. Las sistemáticas y singulares omisiones sobre este conflicto cumplen el propósito de crear la ilusión de una única visión sobre el mismo: indiscutible, absoluta.
Cínicos, hipócritas
Malos traductores y vehículos de la realidad, ciertos profesionales de la comunicación y algunas ONG se postulan, como forma de subsistencia, mimos de viejas ideologías. Para ello, pervierten significados con la intención de generar imaginario y representación, y esa otra fantasmagoría, la opinión pública: esa agregación vacua, parafraseando a Jean Baudrillard, de irrisorias partículas individuales (ese mismo puñado de comunicadores y de ONG; los líderes palestinos, algunos funcionarios de organismos internacionales), que no es otra cosa que el rechazo de lo social – de la misma manera en que una mayoría de medios (o sus profesionales) parecen empeñados en ser el rechazo de la exactitud, la ecuanimidad y, por tanto, de lo existente, de unos hechos inexorablemente unidos a un contexto dado.
El material, entonces, resulta irremediablemente autorreferencial (ONG citándose unas a otras, y varios medios refiriéndolas sin más): una inercia que dice y alude a sí misma pretendiendo novedad y variedad donde realmente hay una sola voz ya casi automática en aquello de decir lo mismo. No hay exploración de la realidad ni sus hechos; en su lugar se la niega en el mismísimo acto de producir las imágenes deformadas de lo que se esconde. Los significados quedan así bloqueados por ese esquema de juicios y silencios que han devenido la “cobertura informativa” y el “humanitarismo” en esa parte, y en esa circunstancia, del mundo.
El colapso del significado y la exaltación simultánea de la emoción y la utopía – que tantas , demasiadas, veces resulta el recurso del genocidio – y la conveniencia, producen un ruido donde sólo se distingue el grito de los correveidiles del provecho y del prejuicio: el mundo en blanco y negro, huérfano de los grises; todo reducido, como mucho, a un leitmotiv enarbolado como farsante, arrogante y arrojadizo consenso. Porque es preciso desarticular de atributos la realidad para que destaque y se imponga el eslogan promulgado; si no por verosímil, sí por único; por avasallamiento. Y es que el público debe ceder al encantamiento de la idea – ya sea como converso, él mismo, o como temeroso, marginado y silencioso “hereje”.
En definitiva, aquellos medios y ONG que se han plegado a la adopción de un posicionamiento radical en el conflicto no dan cuenta de este (ya no pueden hacerlo): en cambio, se reflejan a sí mismos; a ese hábito que deshace su credibilidad.