Como se apuntaba en la primera parte de este artículo, la importancia de la colaboración – sea consciente o no, a esta altura ya puede considerase como tal, puesto que no hay atisbo de realizar una cobertura diferente ni, en el caso de las organizaciones, de realizar investigaciones serias – entre un grupo de relevantes ONG (y de otros entes) y numerosos medios comunicación y sus periodistas, reside, por un lado, en que, como apuntaban Karin Hasler y Nicole Greuter en su trabajo The public attribution of responsibility: an international comparison, “no basta con estar en los medios, sino cómo se es retratado en los mismos para legitimarse o para deslegitimar a quienes discrepan”. Y, por el otro, en aquello que exponía Robert Entman (Framing: Toward Clarification of a Fractured Paradigm): la mayoría de los marcos se definen por lo que omiten, así como por lo que incluyen, con el fin de guiar a la audiencia. Ocultar se hace, en ciertos casos, como el que se aborda aquí, consustancial con el sentenciar señalando – o, más claramente, con la propaganda.
Además, podría agregarse que todo ello se apoya en el hecho que advertía Walt Lippman (citado por Lawrence Blum en Stereotypes And Stereotyping: A Moral Analysis) de que “en la mayoría de los casos, no vemos primero y luego definimos, sino que definimos primero y luego vemos. […] elegimos lo que nuestra cultura ya ha definido para nosotros, y tendemos a percibir lo que hemos elegido en la forma estereotipada por nuestra cultura”. La ONG ideológicamente posicionada define, el medio difunde y valida; y repite. Una y otra vez, hasta que se “vea” lo que se porfía.
Para crear esa etiqueta, la narrativa es un elemento crucial. En tal sentido, James Ettema y Theodore Glasser (Narrative Form and Moral Force: The Realization of Innocence and Guilt Through Investigative Journalism), explicaban que es un ‘instrumento’ de comprensión o cognición; a la vez que advertían que, para el afamado historiador Hayden White, también es algo más: “La narrativa es un instrumento para la afirmación de la autoridad moral”.
De eso va la apropiación de la retórica de los derechos humanos por parte de una serie de ONG, entidades internacionales y del liderazgo palestino, entre otros. De eso y, como indicaba Gerald Steinberg (The Centrality of NGOs in The Durban Strategy), de servirse de dicha retórica para “perseguir estrechos objetivos políticos e ideológicos”; además, protegidas por un ‘efecto halo’ (los informes y declaraciones realizados por destacadas ONG son aceptados rutinariamente al pie de la letra y sin ser cuestionados por periodistas, diplomáticos, y académicos, entre otros, que actúan como multiplicadores de fuerza para las agendas de las ONG), “la comunidad de ONG también ha evitado en gran medida el análisis y la rendición de cuentas por sus acciones”.
De tal manera que, siguiendo con Ettema y Glasser, en el universo moral trazado por la historia que escriben medios y ONG, la maldad o culpabilidad israelí no puede existir sin la antítesis de la inocencia palestina (traducida en una ausencia absoluta de responsabilidad). Por tanto, no se permitirá que las acciones violentas de estos individuos, que los objetivos manifiestos de sus líderes mitiguen la culpabilidad de Israel (siendo, así, justificados, blanqueados para el consumo de las audiencias occidentales). El silencio, como indicara Entman, será el artefacto de preferencia. El reportero, el medio concede así inmunidad moral.
De tal guisa, continuaban Ettema y Glasser, la inocencia y la culpa de las partes del conflicto surgen del enmarcado moral de los “informes” y las siguientes crónicas en las que se le instruye a la audiencia qué imágenes deben buscar en su experiencia cultural para determinar cómo deben sentirse sobre lo que se le está presentando. Un marco (reducido a eslogan, a etiqueta falaz) que, además, se altera, pues pretende instalar la idea de que no se trata de un conflicto (político, territorial) sino de una “opresión colonialista”, “racial”.
Decían estos dos autores en su trabajo, que las historias morales lanzan una llamada a participar en un “universo moral”; que “piden a gritos que se haga algo”. Y, ¿qué es lo que se puede pedir respecto de un mal tan absoluto, tan acabado; de un “régimen” del que no se puede salvar ni el nombre? Pues lo que vienen pidiendo los manifestantes pro-palestinos desde hace ya mucho, lo que dicen las cartas y documentos fundacionales de los principales grupos palestinos, aquello que les dicen abiertamente a sus audiencias: Desde el río hasta el mar… Es decir, la eliminación de Israel. ¿Qué más?
Y esa convocatoria participar de ese “universo moral” es una conminación a asentir o, en su lugar, a llamarse a silencio. De esto está hecho el tan mentado consenso– el inexorable acierto de lo colectivo, citando las palabras de Savater – que enarbolan esas mismas ONG: de mutismo, de ceguera.
Ya muchos medios se encargan de invisibilizar aquello que desmiente lo que esas ONG fraudulentamente afirman, lo que, en definitiva, persiguen. Así, terminan por crear el “ámbito discursivo mediático incontestable” del que hablaban William Gamson y Gadi Wolfsfeld (Movements and Media as Interacting Systems): donde los constructos mediáticos no aparecen como efectivamente como interpretaciones, sino que se presentan como descripciones files y desprovistas de contenido político de la realidad; de manera que los comunicadores “no sienten la necesidad de ofrecer distintos puntos de vista para equilibrar cuando tratan con imágenes en este ámbito. […] Uno de los mayores logros de algunos movimientos es que consiguen trasladar los temas del ámbito de lo incontestado al de lo contestado”.
Metáfora o etiqueta: cercando y aislando a Israel
“El periodismo sobre conflictos en un marco de paz orientado a la desescalada es… necesariamente más complejo que el reportaje simplificador, polarizador y estereotipador. Evita los estereotipos en blanco y negro y, en su lugar, intenta crear una comprensión de las situaciones de todos los participantes y respetar sus derechos, objetivos y necesidades individuales. La mayor complejidad resultante no significa, sin embargo, que los marcos de paz sean menos comprensibles”, Wilhelm Kempf y Stephanie Thiel, On the interaction between media frames and individual frames of the Israeli-Palestinian conflict.
Lo que en definitiva se pretende es decirle a la audiencia cómo pensar sobre Israel – este estado es el conflicto, el problema, el obstáculo, la intrusa singularidad -, cómo se lo conceptualiza y cómo se problematiza su existencia de manera que la (única) solución sea evidente.
Pero por costumbre (o un reflejo de un pudor pretérito), se eligen caminos menos directos para decir lo que se quiere decir: sobre todo, acaso, metáforas falaces y vocingleras– aunque también los eufemismos. O quizás porque, como decía White (citado en el trabajo de Ettema y Glasser), la forma narrativa es fundamentalmente metafórica; y como tal “funciona como un símbolo, más que como un signo: es decir, no nos da ni una descripción ni un icono de la cosa que representa, sino que nos dice qué imágenes buscar en nuestra experiencia culturalmente codificada para determinar cómo debemos sentirnos respecto a la cosa representada”.
Y es que las ONG mencionadas, y los medios que se pliegan a lo que aquellas ya se han plegado, no pretenden describir la realidad. Nada más alejado de ello. Pretenden imponer el engaño como forma de avanzar el conflicto por otras vías. La metáfora, por tanto, tiene que ser indefectiblemente fraudulenta: describe lo que no es; o, dicho de otra manera, busca imponer una definición ajena a una circunstancia enteramente distinta. Y el eufemismo, ya ni eso es: no es un disimulo para un actor, sino un manotazo ideológico por mantener una honorabilidad que ya parece irremediablemente perdida.
Pero, fraudulenta o no, la metáfora, decían Paul Thibodeau y Lera Boroditsky (Metaphors We Think With: The Role of Metaphor in Reasoning) es muy útil: su utilización puede conducir a la gente a pensar de manera distinta sobre nociones como, por ejemplo, la emoción. Pero no sólo eso, sino que, añadían, hay resultados que sugieren que “las metáforas pueden ganar poder coaccionando la información entrante para que encaje en la estructura relacional sugerida por la metáfora”.
El concepto apartheid se ha convertido en herramienta, en metáfora política (ideológica antes bien, a la manera de Jean-François Revel en El conocimiento inútil: como un “mecanismo de defensa contra la información… y un medio para prescindir del criterio de la experiencia”). Se pretende que, por un procedimiento fundado en la analogía, el término “explique” a Israel. O, más acabadamente, se quiere imponer el vocablo como sinónimo de Israel: se ha igualado al estado a un término que describe una serie de hechos y circunstancias que no se dan en el caso de este conflicto entre partes. De manera que sólo puede solucionarse el problema mediante el “desmantelamiento del apartheid”, es decir, empatados los términos, de Israel. Los árabes conseguirían aquello que no consiguieron mediante la agresión armada, mediante el terrorismo, mediante los boicots y el aislamiento regional: el premio a la intransigencia, al rechazo de la paz; al odio.
En el acto de convertir a un estado en el paria entre los países ante las audiencias occidentales, se vacía de significado el término original para dotarlo de un sentido utilitario: así, quienes implantaron el sistema racial en Sudáfrica, se ven impensada y grandemente rehabilitados. Sus víctimas, otra vez damnificadas – esta vez, por quienes, con fines ideológico-mercantilista enarbolan los “derechos humanos” como un trapo manchado para macular estados.
Esta etiqueta, esta tramposa metáfora no puede aplicarse sobre el vacío, sin un trabajo previo. Thibodeau y Boroditsky señalaban en otro trabajo (How Linguistic Metaphor Scaffolds Reasoning) algo sumamente relevante y esclarecedor: “para que una metáfora se convierta en realidad, es necesario que las personas tengan un conocimiento previo del tema de que se trate… el conocimiento y la actitud de las personas hacia el tema de que se trate deben ser maleables para que la metáfora tenga influencia”
La repetición de lugares comunes, eufemismos, estereotipos, justificaciones; de valoraciones, de activismo mediático, de silencios selectivos; han ido generando ese “conocimiento” previo, esa relación de la audiencia con el país objetivo. Un “conocimiento” que remitía a un prejuicio muy transitado.
El apartheid no es otra cosa que una metáfora o símil doloso del judío “racista, sediento de domino” (/símil/sinónimo/alegoría), como una palabra-concepto (que lleva en sí la solución al problema que plantea) para resumirlo todo, para significarlo todo, para señarlo mejor, para decir todo esto (y más; porque nunca es suficiente) que apuntaba la analista de CAMERA Ricki Hollander:
“El objetivo del judío es el convertirse en el soberano de la humanidad”. (Folleto de instrucción para jóvenes alemanes sobre el programa y los líderes del partido nazi, 1934)
“No es de extrañar que el judío sea arrogante… Por un lado, orgullo, intolerancia y superioridad; afán de dominación mundial, por otro”. (Panfleto que resume la ‘Ley Aria’ de los nazis)
El objetivo [de los judíos] era obligar a este pueblo a someterse a su poder, y convertirse en su gobernante absoluto y cabal. Se ve a sí mismo como el pueblo llamado y elegido para gobernar, cuyo objetivo es ‘devorar a los pueblos de la tierra’ para someterlos a su poder”. (Boletín mensual de la Reichspropagandaleitung para oradores, 1935)
“Un régimen de supremacía judía… avanzando y perpetuando la supremacía de un grupo – los judíos – sobre otro – los palestinos… El régimen israelí se ha vuelto cada vez más explícito en cuanto a su idea supremacista…”. (B’tselem, “Esto es apartheid”, 2021)
“¿Cómo puedes… apoyar a un estado como Israel, que se funda en la supremacía, que está construido sobre la idea de que los judíos son superiores a todos los demás?” (Linda Sarsour, activista estadounidense del BDS, 2018)
Su naturaleza parasitaria llevó al judío a mantener su propia raza pura, y a golpear a otras razas en el núcleo de su ser, de su naturaleza racial…”. (Manual de la SS sobre política racial, 1943)
“[El sionismo] es una ideología que tiene sus raíces en el racismo, el colonialismo y el nacionalismo étnico del siglo diecinueve en el que nació, y cuya aplicación práctica (es decir, la creación de Israel) ha demostrado su influencia perniciosa en cada etapa…”. (Ian Wellens, miembro del Partido Laborista inglés, 2020)
“Israel es un estado criminal y merece ser condenado”. (Mahathir Mahamad, Primer Ministro malayo, 2019)
“[E]l estado judío de Israel, la progenie bastarda de la violación de Palestina sigue ‘prosperando’ entre nosotros como la ficticia ‘patria ancestral’ de los judíos”. (Rima Najjar, 2019, autor/líder del BDS)
“El régimen sionista es un crecimiento mortal y canceroso y un prejuicio para esta región. Sin duda será desarraigado y destruido”. (Ayatolá Ali Khamenei, discurso en la televisión estatal iraní, 22 de mayo de 2020)
“[L]as metáforas proporcionaron a participantes [de nuestro estudio] un marco estructurado para entender [el tema], influyeron en las inferencias que hicieron sobre el… problema, y sugirieron diferentes intervenciones causales para resolver el problema. Esto era así aunque las metáforas en sí no parecieran especialmente influyentes a los participantes”, exponían Paul H. Thibodeau, Lera Boroditsky.
Se pretende reestructurar la forma de ver un conflicto. Se tiene un concepto poderoso – aunque no aplicable a la situación entre manos – en términos mediáticos, políticos y morales. Se necesita financiación. Se tiene personal activista. Entonces, se todo vale: se rebaja el término; se traiciona a las víctimas del apartheid sudafricano.
Parafraseando a Thibodeau, Boroditsky y Rose Hendricks (How Linguistic Metaphor Scaffolds Reasoning), enmarcar metafóricamente a Israel como “apartheid” crea entonces una estructura de correspondencia entre esos dominios que resalta la estructura relacional que se pretende similar, a la vez que esconden las disimilitudes.
Y, claro, como ya se mencionara en un artículo de CAMERA Español, Kimberly Gross y Lisa D’Ambrosio (Framing Emotional Response) resaltaban el hecho de que, evidentemente, “al alterar la información o las consideraciones de que disponen los individuos, los marcos pueden influir no sólo en la opinión sino también en las respuestas emocionales que las personas manifiestan”.
Imagínese el lector en qué tipo de respuestas emocionales puede influir este tipo de “cobertura” y esa “labor” oenegista.
Máxime cuando se sabe que, como explicaba Robin Nabi (Exploring the Framing Effects of Emotion), “una vez que se evoca una emoción, su tendencia a la acción asociada, … sirve para guiar el procesamiento de la información, influyendo a qué información se atiende, y es probable que se recuerde, y qué se ignora”.