CONFLICTO Y GENOCIDIO
El 18 de octubre 2011, la columna de Orlando Castro Quesada en Panorama abordaba el conflicto israelo-palestino, se centraba en el dolor de las víctimas palestinas, y pedía a ambos bandos en disputa un abandono de la violencia. Sin embargo, al comparar la actual situación de los palestinos con la experiencia vivida por los judíos bajo el nazismo, el autor pone en un mismo saco dos acontecimientos en nada comparables.
Por un lado, el Holocausto o Shoah, el genocidio del que fueron víctima los judíos durante la Segunda Guerra Mundial a manos de la Alemania nazi, es un hecho históricamente singular, cuya finalidad era la de hacer desaparecer un pueblo entero de la faz de la tierra con una justificación biológica. Para ello, se los calificó de infra-humanos, se aplicaron técnicas industriales modernas y se construyeron campos de exterminio de una letal eficacia (en Auschwitz-Birkenau, cuatro cámaras de gas alcanzaron a matar hasta ocho mil judíos por día). El resultado fue de 6 millones de judíos asesinados: 1/3 de la población judía mundial.
Por el otro lado, no existen ni campos de exterminio, ni voluntad alguna de exterminio del pueblo palestino (la población palestina creció un 30% en la última década). Israel no persigue bajo ningún concepto la desaparición del vecino, sino que los dos se encuentran enfrascados en una disputa territorial. Sin despreciar el dolor de ninguna de las partes, los enfrentamientos entre ambos responden a una situación de conflicto, no más mortal que el de cualquier otro conflicto. Fueron los países árabes quienes en 1948 atacaron al recién creado estado de Israel, en lo que el propio presidente palestino Mahmud Abbas ha calificado de error, iniciando una espiral de violencia que ha llegado hasta ahora, y tal y como el propio autor explica en su columna, en todos estos años los palestinos han recurrido fundamentalmente a la violencia.
El sufrimiento siempre es sufrimiento, pero es importante que seamos fieles a la Historia y rigurosos a la hora de explicar lo que sucede a nuestro alrededor. De lo contrario, corremos el riesgo de desvirtuar el presente a través de la banalización del pasado.