Aunque lo parezca o aunque nos resulte más sencillo en términos de comprensión e, incluso, consuelo, la historia no se repite. La secuencia aleatoria – y la producida por las voluntades – de hechos mínimos, desconocidos, desatendidos, despreciados; de personalidades, circunstancias, discernimiento, tecnologías, es imposible o, más bien, improbable, de reproducir.
Así, lo que a priori parezca una reiteración, muy probablemente sea o bien una continuación, una adopción o readaptación no siempre consciente de elementos sociales que sirvieron en su momento para una finalidad similar para la que se pretende utilizar en una realidad distinta.
La historiadora Shulamit Volkov, daba cuenta Peter Jelavich (Anti-Semitism in Imperial Germany: Cultural Code or Pervasive Prejudice?), sostenía que a partir de finales del siglo XIX, en la Alemania imperial el antisemitismo funcionó como un “código cultural”.
Volkov explicaba que la creciente competencia que supuso la nueva industria para clase media baja la nueva industria exacerbó la larga depresión que comenzó en los 1870 y que castigó seriamente a este sector socioeconómico que apoyaba la ideología nacionalista liberal. En ese contexto nació, según Volkov, una novedosa ideología antisemita ideada por ex liberales, y que resultó atractiva a esa depauperada clase media por su aparente ataque selectivo al capitalismo y al liberalismo. Así, de pronto “era posible atacar no al capitalismo en sí, sino a su versión judía; … no al verdadero gobierno ‘nacional’, sino a sus asesores judíos”; a la vez que se preservaba “la vieja y tenaz tradición europea de antipatía contra los judíos” y se la adaptaba a la modernidad y a sus contextos sociales y políticos.
Es decir, era posible hablar sobre la realidad, pero hablando de una versión adulterada, autocomplaciente y benévola con los responsables de la mala situación.
Las metáforas y las frases que paulatinamente se crearon, fueron dotando al término de un atractivo envoltorio de fácil aceptación y consumo. La “cuestión social”, entonces, no podía entenderse sin los taimados judíos, con lo que pasó a ser la “cuestión judía”. Un cimiento fundamental de la nueva ideología antisemita.
No pasó mucho tiempo para que la “cuestión judía” dejara de comprender sólo el aspecto social, para abarcar todos los aspectos negativos de la vida alemana: los judíos devinieron, pues, en la esencia de todos los males, señalaba Jelavich. Y pasó menos aún para que estas ideas fueran adoptadas por el partido conservador alemán con los ojos puestos en ampliar su base electoral. El antisemitismo, así, funcionó como un puente entre la derecha y la izquierda. Y el término se convirtió, de acuerdo con Volkov, en la clave apara un “paquete ideológico y cultural” que consistía en un “nacionalismo militante, la expansión imperial, racismo, anti socialismo, militarismo y apoyo para un gobierno autoritario”.
Que traducido quiere decir algo así como: “Quien lleve esta insignia es un enemigo de nuestro pueblo”
Hoy, ese término – esa acción – parece funcionar igualmente como un código, como distintivo insoslayable, que marca una adhesión al antioccidentalismo, anticapitalismo, anticristianismo; el apoyo a la supremacía y expansión islamistas y/o rusa, la justificación del régimen chino; y, acaso como rasgo distintivo de estos tiempos, al auto desprecio. Hoy, como ayer, esa reducción de la realidad a breve lista de la fe, de la infamia, ese eslabón entre los extremos diestro y siniestro, sirve a los mismos inicuos propósitos: el gobierno y el beneficio de los pocos sobre los muchos. Vale la pena recordar que los primeros en caer en las purgas suelen ser precisamente los seguidores más conspicuos, los aduladores notorios y la turba que, estiman los caudillos, sólo sirvió para auparlos con ruido y desvergüenza.
La historia no se repite – acaso, pequeñas simetrías, parecidos. Pero su estudio sí enseña a no caer en los intentos de renovar herramientas que, habiendo servido anteriormente, con uno o dos retoques, bien pueden valer nuevamente para alcanzar fines indignos. Después de todo, la piedra con la que los cazadores mataban a sus presas cuando aún no habíamos aprendido los rudimentos de la palabra, sigue matando hoy en día. De la misma forma en que el antisemitismo sigue siendo explotado con el mismo propósito: coartada, voz para juntar rebaños, mentira, bajeza…
No falla: si se quiere imponer un absolutismo, justificar la ineptitud, tapar la corrupción, la irrelevancia política; alimentar con palabras y bilis; el antisemitismo (Israel, sionismo) sigue siendo un dispositivo excelso, un efervescente para las emociones.
Así pues, también debería serlo para detectar o sospechar la existencia de algo digno de la utilización de tal distracción – que congrega unas pasiones tan abrumadoras, un asentimiento tan acabado, que enajena a la moral y la monta en un pedestal de infamias. ¿No?