Buena parte de la cobertura mediática sobre Medio Oriente parece haberse reducida a mera muchedumbre – es decir, no a la suma de los individuos que la componen, sino a “una especie de animal sin lengua ni verdadera conciencia”, como decía Gene Wolfe en La sombra del torturador –, que marcha por la conciencia colectiva cotidiana en forma audiovisual, de texto o de ondas de radio, propalando el último capricho, la distracción más reciente, el odio de turno envuelto en benévola ideología de la solidaridad y la complicidad más descarada con aquello que se dice despreciar y denunciar.
Es decir, ha devenido la mayoría de la estructura noticiosa en una máquina de generar libelos, reproducir estereotipos y embarrar la realidad; hecho que cuenta con la ventaja de que su producto es de consumo sencillo – las más de las veces se reduce a un eslogan, a una acusación horrorosa – y de ardua comprobación, sumado al hecho de que tantas veces quienes deberían llevarla a cabo, es decir, los informadores, no quieren realizarla siquiera: la mentira es más jugosa.
Así, todo suceso termina por ser utilizable – manipulable; material para fabricar una violación moral excepcional – para encajar a en el marco preconcebido de “ocupación”, “intencionalidad criminal”, “genocidio”. Poco tiempo se permitió transcurrir entre la barbarie perpetrada por el grupo terrorista Hamás y la puesta en marcha de esta suerte de campaña de relaciones públicas y propaganda para menoscabar la realidad e imponer en su lugar el constructo ominoso del islamismo palestino.
De tal guisa, el tratamiento inmediato, casi automatizado, dado al misil caído en el estacionamiento del Hospital gazatí de al-Ahli, no fue el error, la negligencia, el apresuramiento propios de un evento en desarrollo del que se está dando cuenta; sino, antes bien, fue el modelo y la oportunidad de introducir la voz del terrorismo como fuente legítima, la mentira como “punto de vista”, el engaño como “periodismo moral, comprometido”, y la complicidad como “solidaridad con la ‘víctima’”. En resumen, de relegar la realidad a su posición de, como mucho, fuente de inspiración para la elaboración del material fraudulento.
Como se señalara en CAMERA Español el pasado diciembre, el evento – un lanzamiento fallido del grupo terrorista Yihad Islámica Palestina que cayó en el predio del hospital el 17 de octubre de 2023 – fue aprovechado por Hamás (en su ropaje burocrático y aceptable de Ministerio de Salud de Gaza), con la inestimable colaboración o credulidad de la mayoría de medios occidentales, para adjudicar el ataque a Israel y para establecer por arte de magia la cifra de 500 muertes, y, de esta manera, “empatar” o, mejor aún, de “dar vuelta” la percepción emocional del conflicto: rebajar hasta hacer desaparecer el brutal del ataque palestino contra el estado judío.
De hecho, tal como se mencionaba en este artículo, Kobi Michael, profesor e investigador del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de la Universidad de Tel Aviv, proponía que el punto de partida para evaluar la información distorsionada y errónea de Hamás sobre las víctimas es, precisamente, “su informe mendaz y premeditado en el que acusa a Israel de bombardear el Hospital al-Ahli… Minutos después de que el cohete mal disparado de la Yihad Islámica Palestina cayera en el aparcamiento de ese hospital, el Ministerio de Sanidad se apresuró a denunciar al ejército israelí como responsable”, atribuyéndole 100 muertos. “En menos de una hora, la cifra de muertos ascendió a 500”. Todo era mentira: autoría y número de víctimas. Pero Hamás, evidentemente, no corrigió su “informe”. Michael añadía que posteriormente quedó claro que las víctimas de ese cohete fallido palestino no superaban las 40. Muy lejos de las 500 de las que el Ministerio de Hamás había dado cuenta originalmente.
De ahí, vez tras vez – impuesto el “ministerio de sanidad”, las “fuentes sanitarias”, los “funcionarios gazatíes”, como rúbrica de autenticidad, de validez -, se fue repitiendo el procedimiento: Hamás decía, los medios obedecían – altavoces, hiperbólicos en su adjetivación y en sus titulares. Y de esta guisa, una figura se iba imponiendo para describir, o más bien, mentir resumidamente, las acciones israelíes: “genocidio”, “limpieza étnica”. De eso iba – va – todo: demonizar y deslegitimar; es decir, negar el derecho de respuesta. O, en definitiva, y, dicho de otra manera, el derecho a existir.
Es más, cada hecho parece devorar al anterior (lo que, a su vez, alimenta al sistema) en términos del efecto que podría tener su desmentido o su simple puesta en seria duda: ya pasó, no importa, este de ahora es “real”, y es aún “moralmente más repugnante” – repulsión que se ha ido construyendo en base al agregado de esos titulares, de esas cifras no verificadas, de la adjetivación y opinión colada como factos, la censura descarada, el activismo sin creatividad. Vamos, que la ligereza no tiene que ver con un torpe afán de primicia o de empatarle el titular a la competencia, sino de complicidad con quienes ponen en circulación los criterios “narrativos”.
Un ejemplo reciente es el ataque israelí a una instalación civil en Gaza utilizada por los terroristas palestinos: una práctica tan evidente como colosal es su disciplinado silenciamiento mediática.
Sobre el sistemático usufructo de infraestructuras civiles para fines terroristas por parte de Hamás, es interesante echar un vistazo al detallado informe del Centro Meir Amit del 12 de agosto de 2024, donde este centro ofrece numerosos ejemplos de la utilización de instalaciones de UNRWA, escuelas, universidades, mezquitas, viviendas residenciales, zonas humanitarias, centros sanitarios y hasta hoteles y cementerios – vamos, absolutamente toda infraestructura civil y todo ciudadano – explotados por Hamás y Yihad Islámica Palestina. Además, hacía hincapié en el hecho de que:
“La estrategia de construir activos terroristas dentro del espacio civil permite a las organizaciones terroristas reducir los daños que se causan a sí mismas, sabiendo que tendrán una especie de inmunidad frente a las operaciones de las FDI, incluidas las actividades antiterroristas, ya que en la medida de lo posible las FDI no dañarán a civiles ni atacarán instituciones como hospitales, escuelas y zonas de refugio de civiles. La estrategia también permite a las organizaciones terroristas difundir incitación y propaganda falsa como parte de su batalla regional e internacional por los corazones y las mentes, al presentar que Israel ataca a instituciones civiles y a civiles inocentes”.
Esto, para los periodistas de rápida “moral” – más que el disparo Lucky Luke, aquel personaje de Morris –, cuando se trata de dispararle al prestigio internacional de Israel, se vuelven tan lentos que sus sombras son más rápidas que ellos y tapan todo crimen de Hamás.
Pero, volviendo al referido suceso, la Foundation for Defense of Democracies (FDD) explicaba este 10 de agosto, que ese mismo día “Israel bombardeó un cuartel general terrorista oculto en un refugio para palestinos desplazados en la ciudad de Gaza, y posteriormente refutó las acusaciones de Hamás de que el ataque aéreo había matado a decenas de civiles [unos 100]. En la operación de la mañana, se lanzaron tres pequeñas municiones guiadas sobre la sección masculina de una mezquita situada dentro del complejo escolar Tabeen, que ha estado albergando a palestinos desplazados por la guerra”. Y añadía que las Fuerzas de Defensa de Israel habían asegurado entonces que “semejante número de víctimas no podía deberse a la munición utilizada y acusó a Hamás de inflar el número total de muertos”.
La amplia mayoría de medios de comunicación reprodujo, otra vez – sin verificar, claro está -, el guion de Hamás; que, por otra parte, siempre es el mismo, lo que cambia de uno a otro es el número de víctimas.
Pero ya el mismo día la realidad porfió presencia, aunque no tocó, como suele ser costumbre, a buena parte de los medios. El analista Eitan Fischberger advertía en su cuenta de X que el propio grupo terrorista Hamás ya había reducido la cifra a 40.
En tanto, CAMERA UK ofrecía un resumen cronológico de los eventos, entre ellos, la cínica danza de números:
A las 5:45, la oficina de prensa de Hamás ya había calculado el número de muertos, situándolo en más de 100.
A las 8:00, Associated Press (AP) afirmaba que el número de muertos era de 60, basándose en una declaración del servicio de ambulancias de Gaza,
A las 12:20, el director del hospital al-Ahli, el Dr. Fadel Naim (que promovió el libelo del hospital al-Ahli en octubre) concedió una entrevista y afirmó que el número de muertos que llegaron a su hospital era de 80, entre los cuales 70 ya habían sido identificados.
A las 14:00, la defensa civil controlada por Hamás dijo, en Telegram, que había 93 muertos.
Por su parte, Hen Mazzig, investigador del Tel Aviv Institute, también en su cuenta de X (11 de agosto), decía que unas 7 horas después del incidente, los medios occidentales dieron cuenta de “un gran ataque contra una escuela, en el que supuestamente mueren cientos de personas, compartiendo una vez más la información de Hamás y sin distinguir entre hombres armados de Hamás y civiles”. Cuatro horas después, Israel publicaba una lista de 19 terroristas muertos en ese ataque, “probando que una habitación del complejo estaba siendo utilizada por Hamás como centro de control”. Una hora más tarde rebajaba Hamás la cifra de víctimas fatales. Seguidamente, Israel difundía imágenes del ataque, “probando su extrema precisión, con municiones que no podría haber volado la escuela y la mezquita. Sólo la habitación donde se escondían los terroristas fue alcanzada. Y la escuela no estaba en actividad”.
Ya el 12 de agosto, el Jerusalem Post publicaba que:
“Las Fuerzas de Defensa de Israel dieron el lunes el nombre de otros 12 terroristas que, según afirman, murieron en su ataque aéreo del sábado contra el complejo escolar de Al-Taabin, en la zona de Daraj-Tuffah, en el norte de Gaza, con lo que el número total asciende a 31.
… las IDF no han dicho cuántos civiles pueden haber muerto, limitándose a decir que era poco probable que sus tres bombas más pequeñas y precisas hubieran podido matar a tanta gente”.
Es decir que, de la cifra final de Hamás (40), 31 eran, según los identificó Israel, terroristas… Del titular inicial a la realidad, no es que haya un mundo, hay un ingobernable caudal de odio que se ha visto incrementado por la pretendida por la cobertura mediática que obra como “justificación” o “corroboración” de eternos prejuicios. Cobertura, por otra parte, no en el sentido de descubrir, desvelar, sino, justamente, de ocultar, encubrir.
A la luz queda el producto del engaño. La siniestra connivencia.
A la intemperie quedan las miserias. La rebaja del periodismo. El activismo burdo. La huidiza lealtad.