El texto parecía una crónica habitual. Pero no lo era.
¿Por qué?
Porque las fuentes que utilizaba para abordar el suceso amén de las valoraciones del propio periodista reforzaban en realidad la idea que se pretendía instalar desde el título (el avance, no sólo metafórico, del ultranacionalismo judío) y desde el primer párrafo (Israel como apropiador de tierras y como manipulador de la política exterior estadounidense).
Así, dos de las fuentes eran palestinas: Hanan Ashrawi, notoria propagandista antisraelí (su ONG Miftah llegó a acusar a los judíos hace unos años de utilizar la sangre de cristianos como parte de sus rituales de Pesaj pascua judía); y Saeb Erekat, también conocido propagandista y fabulador. Es decir, dos declaraciones cuanto menos ideológicas.
Había, es cierto, una fuente israelí. Pero, como suele ser habitual, se trataba de la voz igualmente posicionada: Meir Margalit, fundador de una ONG israelí que apoya el BDS, que pretende suplantar al Estado judío con uno árabe, y que, según NGO Monitor, utiliza una retórica antisraelí que incluye las acusaciones más inverosímiles, como que el Estado judío es un apartheid, que practica la limpieza étnica y el genocidio. Es clara la posición ideológica de esta organización.
Ninguna manifestación cercana a la campaña de Netanyahu, o de algún analista israelí no activista. Es decir, ninguna expresión que se saliera de la horma del relato palestino acostumbrado injurioso contra Israel.
Así pues, lo que pretendía pasar por ser un texto informativo, era en realidad la exposición de una perspectiva muy particular: una que demoniza la política israelí, que exime de responsabilidades a los palestinos y que, a la vez, avanza su posición, su narrativa, su propaganda.
Por ejemplo:
Todos los asentamientos no son ilegales según el derecho internacional como se afirma en el texto. Léase los Acuerdos de Oslo respecto a la construcción en el Área C. Esta es, como mucho, una mera opinión que tenga más o menos consenso no la hace cierta (en realidad, es la repetición de uno de los puntos de la narrativa palestina que, sin negociar, pretende conseguir lo que tantas veces se ha negado a aceptar: la paz, la estadidad).
De tal manera, Jeffrey S. Helmreich, teórico del derecho, sostenía (Diplomatic and Legal Aspects of the Settlement Issue) que el acuerdo de paz alcanzado por Israel y los palestinos en Oslo, junto con el Acuerdo Provisional de 1995, permiten el crecimiento de los asentamientos así como el crecimiento – y la creación – de comunidades palestinas en los territorios disputados.
Y en 2014, la entonces Ministra de Exteriores de Australia, Julie Bishop, llegó a decir:
Me gustaría ver qué ley internacional los ha declarado ilegales.
El texto terminaba, como no podía ser de otra manera, con la siguiente valoración – que en definitiva fue promovida por los propios profesionales que cubren la región:
Si el gobierno actual fue etiquetado como el más ultra de la historia de Israel’ tras su constitución en 2015, el próximo podría superarle con la entrada de formaciones como Poder Judío.