A cada cual lo suyo: la parte de la audiencia

No te mientas a ti mismo. El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de él, ni a su alrededor, y por lo tanto pierde todo respeto por sí mismo y por los demás“,Fiodor Dostoyevski, Los hermanos Karamazov

Que sí, que muchos medios y su personal son a la profesión de la información lo que el reggaetón a la música. De hecho, nos enfocamos casi exclusivamente en los medios de comunicación y sus mediocres, cuando no interesadas, “coberturas” sobre Israel. En breve, en la propaganda ya sin afeites. Algo que, sin duda, es de suma importancia, puesto que no sólo dirige la atención de la “opinión pública” hacia ciertos temas particulares, sino que influyen sobre la percepción de cuáles son los temas más importantes del día, qué indignaciones corresponden.

Pero nos detenemos poco o nada en la actitud complaciente, cuando no cómplice, de buena parte de las audiencias de ese material adulterado, como si estas fueran meros elementos maleables, ayunos de ideología, prejuicios y conveniencias. Sujetos inocentes, que no pueden evitar se afectados y utilizados.

Es muy probablemente de similar relevancia el papel del público en el cuadro desinformativo: su credulidad tantas veces interesadas, tantas otras, producto de un cultivado desinterés; en suma, la comodidad de recurrir a ciertas “narrativas” que concuerdan con sus animosidades y sus emociones más elementales, como es el persistente antisemitismo – el afán por contribuir a una atmósfera de violencia y segregación.

Y es que, en última instancia, la desinformación precisa necesariamente de un receptor acrítico, de su voluntad de creer y convertirse en amplificador del mensaje, jugando un papel activo en redes sociales, en las calles.

Porque, después de todo, como ya se señalara en textos publicados precedentemente en CAMERA Español, y de acuerdo a Francisco Carlos Ribeiro (El mapa no es el territorio: Un análisis de las limitaciones del conocimiento científico), “una interpretación… depende de la capacidad del lector y de un conocimiento previo para hacer la lectura correcta de los símbolos y señales. Depende de la perfección de las señales y de una capacidad adecuada de quien hace la interpretación”. Sin la obediencia o connivencia del lector, sin la traducción adiestrada del código, la manipulación de muere en esa lectura.

No en vano, y como también ya se publicó en esta organización, Don Fallis explicaba que la desinformación proviene, efectivamente, de alguien que está activamente involucrado en un intento de engañar (ya sea la fuente de información o el propio periodista o medio). Mas, la audiencia debe ser receptiva: o bien debido a su credulidad, o bien por tener una inclinación ideológica, política preexiste para la cual ese material resulte afín, útil.

Cómo se explica, sino, esa cuasi fe en verdaderos charlatanes que venden, en definitiva, aquello que, supuestamente, aborrecen en sus propias sociedades: homofobia, misoginia, supremacismo religioso, imperialismo, totalitarismo…; el paquete del islamismo actual.

Es decir, ya más que de una audiencia, se habla de una feligresía de activistas y chambones.

Sea cual sea la razón que, tanto muchos medios como parte de su audiencia practican con ostensible desparpajo la exaltación de la mentira, el libelo y el afán por repetir históricas lobregueces como si fuesen modernas muestras de superioridad moral y cultural.

Ah, la moral… Y es que, como apuntaran Francesca Gino, Michael Norton, y Roberto Weber (Motivated Bayesians: Feeling Moral While Acting Egoistically), “las personas que parecen mostrar una preferencia por ser morales pueden, de hecho, estar en realidad valorando el hecho de sentirse morales, y a menudo logran este objetivo manipulando la forma en que procesan la información para justificar la realización de acciones egoístas mientras mantienen esta sensación de moralidad”. Al punto que “las personas parecen preocuparse menos por la moralidad de sus acciones o los resultados que producen, y más por lo que las acciones que realizan revelan sobre ellos como seres morales. La gente quiere creer que es moral y prefiere las acciones que apoyan esta creencia, a veces independientemente de si esas acciones son realmente morales…”.

Ahí van los coqueteos con el régimen de los ayatolás o Catar o China; o el silencio cómplice – que equivale a una ovación de pie – con Bashar al-Asad (inmune al derecho internacional tan mentado, a las protestas masivas tan selectivas, a la afectada ‘congoja’ periodística).

A esa superioridad se aferra buena parte de la audiencia palmera, como si ese simulacro de moral fuese un bien real y transferible; a su énfasis para crear la falaz impresión de que las suyas son las opiniones o asuntos dominantes en la sociedad. La voz cantante. De manera de aplicarles a los díscolos, a los escépticos, a quienes se ciñen a los hechos y a la razón, el ostracismo, el ultraje. De manera de obligar al silencio a los tímidos, a los dudosos, a los ecuánimes, a los desinteresados: lo que contribuye a ahondar en la aparente unanimidad o mayoría de opinión.

Así, la famosa “opinión pública”, no sería otra cosa que, siguiendo con Noelle-Neuman, la opinión dominante que obliga a cumplir con la actitud y el comportamiento dados, ya que amenaza al individuo discrepante con el aislamiento, o con el escarnio público – y actualmente, las redes sociales presentan un territorio ideal e inmediato para ejecutar la humillación y difamación del contrario. En resumen, un sinónimo de prepotencia ignorante, pero vocinglera y determinada.

Ahí, precisamente se entiende la magnitud de la complicidad o la estulticia de buena parte de la audiencia que aúpa a similares mediocres, cómplices o necios al rango de una suerte de “intelectuales morales del acontecer diario”: es una forma de fe, un fanatismo artificioso que, gustosamente o no, apaña, disimula, exalta, o lo que sea, un extremismo muy real, muy inmediato; amén de un odio ya harto conocido y ejercido por necios e intrigantes pasados.

En El sujeto y el poder, Michel Foucault hablaba de dos “enfermedades del poder” – el fascismo y el estalinismo; y actualmente, acaso deba incluirse el islamismo – que justamente utilizaron y difundieron mecanismos que ya estaban presentes en la mayoría de las otras sociedades y que utilizaron ampliamente las ideas y los procedimientos de nuestra racionalidad política. Elementos que estaban ya en las audiencias a las que se dirigían.

Comments are closed.