“Sir Humphrey: Unfortunately, although the answer was indeed clear, simple, and straightforward, there is some difficulty in justifiably assigning to it the fourth of the epithets you applied to the statement, inasmuch as the precise correlation between the information you communicated and the facts, insofar as they can be determined and demonstrated, is such as to cause epistemological problems, of sufficient magnitude as to lay upon the logical and semantic resources of the English language a heavier burden than they can reasonably be expected to bear.
Hacker: Epistemological? What are you talking about?
Sir Humphrey: You told a lie.” Yes, Mr Prime Minister
“– ¿Cómo sabéis que he dicho una mentira?
– Las mentiras, hijo mío, se reconocen en seguida porque suelen ser de dos clases: hay mentiras que tienen las piernas cortas, y mentiras que tienen la nariz larga. La tuya, por lo que veo, es de las que tienen la nariz larga”. Las aventuras de Pinocho, Carlo Collodi
Refería Franco Castorina (Apariencia, creencia y engaño en Nicolás Maquiavelo) que en su Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo contaba que Savonarola convenció a los florentinos de que hablaba con Dios, y que “fueron infinitos los que lo creyeron, sin haber visto nada extraordinario que pudiera confirmar su creencia”. A ahí andan no pocos medios y sus trabajadores, entes internacionales, políticos occidentales y ONG, aceptando los dichos del régimen de la República Islámica sobre “reformismos” que prometen bondades y benévolos virajes que pasadas “moderaciones” desmintieron concienzudamente.
Sólo la tendencia de ciertos actores a creer a ciertos otros es lo que permite el engaño. Porque, como advertía en 2020 la activista iraní Shaparak Shajarizadeh, detrás de los simulacros, la “violación de los derechos humanos que se han ido ‘agravando’ … a pesar de las esperanzas suscitadas por los llamados reformistas en los últimos años”.
Es dable decir que el régimen teocrático de Teherán no engaña a nadie. Quienes lo hacen, son aquellos a los que el embeleco sirve de alguna manera, y que, repiténdolo con afán de validación, intentan imponer la apariencia por sobre la realidad. Es decir, quien, como apuntaba Andrea Catalina Zárate Cotrino en La mentira en política: entre la manipulación de los hechos y la pregunta por quién habla ahí, “mediante el decir mendaz [pretende] modificar la realidad, reescribir la historia o, al menos, generar confusión a conveniencia de un grupo o de una persona en particular”.
Zárate Contrino señalaba a su vez que la filósofa Hannah Arendt, refiriéndose a la mentira política moderna, destacaba justamente que esta apunta a “cosas que de ninguna manera son secretas sino conocidas de casi todos”. De este modo, apuntaba Contrino, “la historia contemporánea es reescrita ante quienes la han vivido y la manipulación de los hechos, de la verdad factual, se hace a gran escala. Asimismo, se destaca que las tecnologías y los medios de comunicación se han puesto a disposición de la creación o falsificación de imágenes y su cobertura masiva hace del no-hecho una realidad”.
De manera que en la República Islámica se han celebrado unas “elecciones” en las cuales, en la segunda vuelta, ha resultado “electo” el candidato “reformista”. Una fiesta de la democracia.
Claro que detrás del maquillaje mediático el rostro es otro. Los candidatos presidenciales deben ser previamente aprobados por el Consejo de Guardianes (de la Constitución) que no es elegido por los ciudadanos. De acuerdo a la cadena pública estadounidense PBS:
“Según la Constitución iraní, el Líder Supremo es responsable de delinear y supervisar ‘la política general de la República Islámica de Irán’, lo que significa que marca el tono y la dirección de la política interior y exterior de Irán. El Líder Supremo también es comandante en jefe de las fuerzas armadas y controla las operaciones de inteligencia y seguridad de la República Islámica; sólo él puede declarar la guerra o la paz. Tiene poder para nombrar y destituir a los dirigentes del poder judicial, de las cadenas estatales de radio y televisión y al comandante supremo del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica. También nombra a seis de los doce miembros del Consejo de Guardianes, el poderoso órgano que supervisa las actividades del Parlamento y determina qué candidatos están cualificados para presentarse a cargos públicos.
La esfera de poder del Líder Supremo se extiende a través de sus representantes, unos 2.000 de los cuales están repartidos por todos los sectores del gobierno y actúan como agentes clericales de campo del Líder. En algunos aspectos, los representantes del Líder Supremo son más poderosos que los ministros del presidente y tienen autoridad para intervenir en cualquier asunto de Estado en nombre del Líder Supremo”.
“El presidente es el segundo funcionario de mayor rango en Irán. Sin embargo, aunque el presidente tiene un perfil público elevado, su poder está en muchos sentidos recortado por la Constitución, que subordina todo el poder ejecutivo al Líder Supremo. De hecho, Irán es el único Estado en el que el poder ejecutivo no controla las fuerzas armadas.
El presidente es responsable de establecer la política económica del país. Aunque domina nominalmente el Consejo Supremo de Seguridad Nacional y el Ministerio de Inteligencia y Seguridad, en la práctica el Líder Supremo dicta todas las cuestiones de seguridad exterior e interior”.
Lo dicho, una fiesta de la democracia.
En la primera vuelta, según Chatam House, sólo el 39 por ciento de los habilitados para votar se presentaron a hacerlo. Un mínimo histórico. En la segunda vuelta, participó un 49,8 por ciento del electorado – “aún una de las participaciones más bajas en las elecciones presidenciales iraníes”.
Una fiesta de la falsificación – en la que la amplia mayoría de los iraníes no se implica.
No en vano, Contrino añadía que “en la actualidad las mentiras políticas son tan colosales que obligan a una consecuente acomodación del transcurrir de los hechos. Al servicio de esta modificación, la fabricación masiva de imágenes y su rápida difusión reemplaza y enmascara la realidad; destruye el archivo original y lo sustituye por lo que convenga”.
¿Había ya demasiados titulares, demasiadas imágenes de mujeres aprehendidas por la infame policía de la moral por no llevar velo; mujeres asesinadas, testimonios de torturas? ¿Era ya demasiada realidad colándose hacia occidente como para permanecer sin hacer nada? O, mejor dicho, ¿demasiada visibilidad como para no hacer de cuenta que algo cambiará o que algo puede ser cambiado – aunque los candidatos sean catados primero por lo más rancio del régimen?
Igualmente, entre los destinatarios a los que interesa vender la autenticidad de la máscara, su valor de rostro, de unicidad, siempre parece haber voluntariosas o necias aquiescencias, aunque las etiquetas mientan siempre lo que contienen – pregunten por el “moderado” Rohani, si no.
Comentaba Castorina que Maquiavelo develaba que lo que debe preocupar a un príncipe es el modo en que sus acciones aparecen, esto es, cómo son consideradas por el pueblo; o, modernizando el consejo, por los medios y, a través de estos, por las audiencias:
“De lo que se trata, en suma, no es ser sino ‘parecer piadoso, leal, humano, íntegro, religioso’”, explicaba Castorina. Parecer “moderado” o “reformista”. La etiqueta por sobre los hechos, por sobre la historia de la República Islámica, de su prontuario de brutalidades y engaños. Por ello, seguía Castorina, “el príncipe debe tener dispuesto el ‘ánimo de tal forma’ de poder ‘conducirse según qué vientos de la fortuna y qué variaciones de las cosas lo mandan’”.
Pero, como en un espectáculo de magia, donde todos saben que hay truco, que no se violan las leyes de la física, pero, aun así – o por ello mismo -, el público se dispone a suspender su escepticismo, a entregarse a la trampa como si esta fuese cierta; así parece entregarse buena parte de los medios de comunicación y no pocos gobiernos occidentales. La diferencia es que, una vez finalizado el espectáculo de magia, también caduca la credulidad (lúdica); y en el caso de medios y entes internacionales, la farsa se continúa, se agranda – y las consecuencias de esta negligencia, o de este colaboracionismo, son reales y siniestras.
“El príncipe debe saber adoptar la astucia de la zorra, convertirse en ‘un gran simulador y disimulador’, porque ‘son tan ingenuos los hombres, y hasta tal punto obran según las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar’. [..] la posibilidad de que el príncipe pueda fingir ser eso que no es y disfrazar su verdadera naturaleza se funda en el hecho de que el pueblo [el periodismo, la política, el cooperativismo] es pasible de ser engañado”, resumía Castorina.
Lo triste es que ya no hacen falta tantas astucias. Sólo un término ya vaciado (viciado), un silencio y la estupidez o el colaboracionismo.