Lo que sigue a continuación provocará seguramente en el lector la sensación de que ya ha leído lo que se dice. No una, sino varias veces. Que lo ha leído aquí. O, acaso, en alguna otra plataforma puntual. Con suerte, no se quedará con esa mera, y más que probablemente, fastidiosa percepción. Este lector vaya tal vez más allá, y no vea en la reiteración una flaqueza en sí misma, el obligado estribillo de lo que relata un comportamiento o una actividad que se repite con la insistencia de la intención, de la propaganda.
Así, se ha señalado aquí en más de una ocasión, que el marco en el que se ofrece un hecho (una “información”), no depende sólo de aquello que se incluye sino, acaso más relevantemente, de aquello que se excluye. De lo que se silencia. Y, quizás más aún, de lo que se acalla sistemáticamente; con el proceder ya no del informador, del comunicador, sino con el del cómplice, del involucrado.
Este silencio parece más acabado en los principales medios en español. En la prensa en inglés, por ejemplo – y en aquella que no puede ser sospechada de afinidades con Israel -, de tanto en tanto, como una pérdida de agua que labra su camino irreversiblemente, algo escapa a ese círculo de mutismo periodístico.
Así, el 6 de enero de 2023, el diario Los Angeles Times publicaba un artículo en el que un hilillo de realidad – de hechos sin ideología, más bien; sin ese activismo parasitario que se ha permitido instalar en el periodismo como si fuese un adorno o un honroso galardón – llegaba al lector:
“Cada vez más gazatíes se ahogan en el mar en busca de una vida mejor en el extranjero. La devastadora procesión ha provocado un inusitado estallido de ira contra los gobernantes militantes de Hamás en el territorio, varios de los cuales están realizando su propio – aunque muy diferente – éxodo”.
El medio es incapaz de describir del todo la realidad; por ello, le ofrece al grupo terrorista el velo de la “militancia”. Pero sigamos.
“En los últimos meses, altos cargos de Hamás se han trasladado discretamente a hoteles de lujo en Beirut, Doha y Estambul, provocando el resentimiento de los residentes, que consideran que llevan una vida de lujo en el extranjero mientras la economía se hunde en el país y 2,3 millones de habitantes de Gaza permanecen atrapados en el pequeño territorio devastado por el conflicto”.
El lujo en el que viven los jefes del grupo terrorista (así considerado, entre otros, por la Unión Europea) palestino y sus allegados no es, ni mucho menos, novedoso. Ni siquiera su propensión a residir fuera de la Franja. Pero, al menos algo de la realidad se le escapa al control del operador ideológico que es el activista. Al menos el medio hacía algo que los medios en español son incapaces de realizar: la mímica, siquiera, de una dignidad profesional.
“‘Culpo a los gobernantes de aquí, al gobierno de Gaza’, dijo la madre de Shurrab, Um Mohammed, desde su casa en la ciudad sureña de Khan Yunis. El cuerpo de su hijo nunca se recuperó del mar Egeo. ‘Ellos viven en el lujo mientras nuestros hijos comen tierra, emigran y mueren en el extranjero’”.
Precisamente, una entrega del proyecto “Susurrado en Gaza”, del Center for Peace Communications – que da cuenta de la realidad gazatí tal como es vivida, con miedo, por sus habitantes – aborda la cuestión de la emigración como una consecuencia de las políticas de Hamás.
Prosiguiendo con el diario estadounidense, este señalaba que la indignación pública estalló el mes pasado en un funeral multitudinario por los jóvenes gazatíes que se ahogaron camino de Europa. “Las familias consternadas culparon a Hamás de contribuir al colapso y al caos de la vida en Gaza y acusaron al grupo militante islámico de nepotismo y corrupción”, indicaba. Además, indicaba que “Hamás no ha ofrecido disculpas. Atef Adwan, legislador de Hamás, denunció recientemente que quienes intentan huir a Europa hacen una peregrinación perversa a una tierra de ‘deterioro y regresión’”.
Finalmente, el medio añadía que varios de los hijos de los líderes del grupo terrorista “dirigen lucrativos negocios inmobiliarios en nombre de sus padres en Estambul, según un empresario palestino familiarizado con sus empresas”. Todo en familia, los gazatíes en la pobreza y el periodismo en español haciendo de una suerte de publicista.
En español, con suerte, podía el lector encontrarse con alguna forma sino innovadora, al menos interesante de silencio – si es que tal cosa puede existir en tales prácticas. Un silencio que, contrariamente a lo que se le supone, se hace notar: la complicidad deja, muy a pesar de quienes la ejercer, un rastro.