Vaya.
Lo primero que hice luego de leer semejante titular fue buscar la palabra Hamás en el texto. A fin de cuentas, se estaba hablando de Gaza Hamás, ya saben, el grupo terrorista palestino que controla la Franja de Gaza. El mismo cuyo objetivo es la eliminación de Israel. Es decir, el genocidio de los israelíes.
Ni una vez mencionado el grupo terrorista que, según la revista Forbes (enero de 2018), tiene un patrimonio de unos 700 millones de dólares (cuyo origen es diverso: impuestos cobrados a los gazatíes – de hecho, una elaborada y sofisticada red impositiva redirige el capital que fluye hacia Gaza como ayuda, hacia las arcas de Hamas -, negocios hoteleros e inmobiliarios, financiación iraní y catarí). A fin de cuentas, según el texto de El País, Estados Unidos recortó una sexta parte de su aportación siendo el primer contribuyente del organismo de la ONU, con 360 millones de dólares anuales. Es decir, el recorte, según el diario, fue de 60 millones de dólares. Recordemos que Hamás cuenta con 700 millones. Hamás, que controla Gaza.
Por su parte, y tal como señalaba Gabriel, el editorial tampoco se molestaba en indicar las muchísimas controversias alrededor de la UNRWA. Una de ellas, salta a la vista: este organismo se hace cargo de aquellas cargas sociales de las que deberían responsabilizarse los líderes y gobernantes palestinos, mientras Hamás construye millonarios túneles y onerosos cohetes para atacar a Israel. Una organización terrorista que, además, sirve a sus líderes para llenarse los bolsillos.
Amén de borrar todo rastro de los motivos del bloqueo (los continuos ataques de Hamás y otros grupos terroristas palestinos desde la desconexión unilateral y total de Gaza por parte de Israel), el texto también omitía mencionar que el vecino del sur del enclave costero palestino también implementa un bloqueo sobre dicho territorio.
Había otras perlitas (como que los refugiados palestinos tuvieron que abandonar sus casas ante el nacimiento de Israel en 1948; de un plumazo, adiós a las guerras de agresión árabe que provocaron los desplazamientos, luego de su negativa a la partición de la parte restante del Mandato Británico). Otras de esas barrabasadas que se permiten los redactores cuando de hablar de Israel y del conflicto árabe-palestino se trata. Disparates que, claro está, se realizan en un único sentido: el que señala, apunta, acusa al Estado judío.
Y lo leí nuevamente. No para interiorizar ni analizar los lugares comunes del activismo que transpiraba el texto, sino para intentar recordar aquel otro al que me refería tan difusamente, una y otra vez.
Omitir y resaltar. Esos conceptos me venían con insistencia a la cabeza. Ya, me decía, pero eso es obvio. Yo quiero poder recordar el texto al que con tanta insistencia me lleva este editorial.
Y de pronto, otro concepto. Técnica del reflector. Eso era. Pero, dónde la había leído. Mi memoria es muy mala, así que conjeturé que era una causa perdida. Mas, de pronto, sin venir a cuento, di con el título de un artículo que parecía no venir a cuento de nada de esto: Voltaire en el Gulag, publicado en Letras Libres. Confieso que no lo leí. Lo que me llamó la atención fue el nombre del escritor y filósofo francés.
Voltaire, técnica del reflector ¡Claro! ¡Erich Auerbach! De la estantería cogí su monumental Mimesis. Allí, un breve pasaje de Cartas acerca de la nación inglesa, de Voltaire. Mas, el extracto en sí no importa Y aquí, sí, aquí un ejemplo de acreditada técnica de propaganda, escribía, y pasaba a describir Auerbach la técnica del reflector:
Consiste en iluminar potentemente una pequeña parte de un conjunto muy amplio, dejando de lado empero en la oscuridad todo lo restante, que podría explicar y ordenar aquella parte, y que acaso serviría también de contrapeso a lo que se hace resaltar. Así, parece que se dice la verdad, ya no que puede negarse que se dice [algo no siempre cierto en las coberturas del conflicto árabe-israelí por parte de los medios en español], y, sin embargo, todo está falseado, pues la verdad no puede ser más que enteriza y con la exacta coordinación de sus partes.
Es decir, el editorial no era periodístico. Era propaganda.