¿Cómo analizar la cobertura de buena parte de los medios en español sobre Israel y el conflicto? Porque esa buena parte ya no es tal “abordaje periodístico”. Es decir, no está vinculada, más que en engañoso formato, al periodismo. Ya no responde al afán de fidelidad, al compromiso con la realidad, con enmendar errores. Porque donde la mentira se ha emparejado con la verdad, no hay erratas.
Y el análisis precisamente busca subsanar, mejorar, aumentar el grado de certidumbre; en definitiva, el acuerdo fundado en los hechos, no en el dictado de los caprichos, de las conveniencias, de los pareceres. Pero ese ejercicio es ya casi impracticable justamente porque no hay yerros. O son muy pocos. Hay, sí, en cambio, la deliberada intención de morderle a la realidad pedacitos al gusto del “periodista”, de incrustarle mentiras y difamaciones y censuras y lo que sea que ordene quien realmente subvenciona la infamia, o lo que la ideología que le mueve los engranajes de la estupidez y el cinismo reclame. Hay, pues, la propaganda. Y contra esta, y contra la necedad, hasta los dioses luchan en vano, y los argumentoso se deshacen.
La cuestión es que, como el formato de noticia, y los medios tradicionales, aún otorgan credibilidad, allí intentan publicar – y así lo hacen – los propagandistas, activistas y chambones su comercio ideológico. De esta simbiosis, lo que acaso resulta más llamativo es precisamente la claudicación de buena parte de los medios en español a convertirse en parte del sistema de difusión del mensaje islamista, entre otros. Que sujetos con afán o coartada de “corresponsales de guerra” y de “iluminados de la justicia social” ejerzan la connivencia con los totalitarismos es más comprensible: un tonto, un fanático, un mercenario, no se tienen más que así, y a los convencidos como él con los que trata, como referencia. Pero en una redacción, en una dirección, a kilómetros del conflicto, del centro de los sucesos, de la ideología, del signo de la tontería, resulta más llamativa la aparente ausencia de apreciación del fenómeno.
Resulta muy difícil adjudicar a la negligencia y a la estulticia esa sumisión que, invariablemente, termina por extenderse más allá de ese tema en concreto, de esa esquina oscura de la redacción, a todo el medio. Algo que debería preocupar a los medios de comunicación. Y, si no, que le pregunten a un gran diario español que hoy en día es una caricatura que, ya bochornosamente, insiste en representar una dignidad que hace tiempo que el viento se llevó.
¿Qué es lo que lleva a más de un medio a tolerar el fanatismo ideológico, o la necedad, la incapacidad profesional crónica, cuando estas apuntan siempre a un mismo actor? ¿Qué conveniencias o, más bien, qué compromisos sostienen ese vínculo?