Se reintrodujo desde los márgenes en los que se había escondido, donde las convicciones avergonzadas prueban la resistencia de su apariencia verdadera, sin los afeites de ese mínimo escrúpulo. A través de personajes infames, ridículos, casi de la comedia del arte, histriones que llevaban al extremo la interpretación del prejuicio; medios y voces periféricos con su dosis de financiación totalitaria. Sondas para probar la aquiescencia, la predisposición, su consentimiento silencioso a volver a la práctica abierta del antisemitismo: para convertir el delirio en verosimilitud, primero; en verdad, finalmente; pasando del margen al centro, a los medios de comunicación masivos, a los organismos internacionales.
De la periferia al centro. O, dicho de otra forma, del trastorno puntual al colectivo, retratando al estado judío como una anomalía, una aberración entre el conjunto de las naciones, como el mal absoluto: como el judío de ayer mismo, de hace apenas unos minutos. Los libelos milenarios apenas actualizados, reciclados, para las nuevas generaciones – más inclinadas al videojuego que al libro de historia -; apenas si hizo falta mucho más para disimular (acostumbrar a la audiencia) la reintroducción desacomplejada del odio de siempre, para que este se volviera a aceptar como una reacción “lógica” a la “realidad” retratada. La credulidad general estirada como una masa obediente: la repetición, que ya había funcionado en igual sentido una vez, ejercida como sustituto de los hechos, aplicada como valor de “verdad” – cuando lo inconcebible sea admitido, todo lo que provenga de esa fuente determinada lo será.
Gran parte del trabajo ya está hecho. Después de todo, como decía Hannah Arendt (Lying in Politics: Reflections on The Pentagon Papers) las mentiras suelen ser muchas veces mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, “ya que el embustero tiene la gran ventaja de saber de antemano lo que el público desea o espera oír. Ha preparado su historia para el consumo público con un cuidadoso ojo para hacerla creíble, mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos a lo inesperado para lo que no estábamos preparados”.
Y nada más creíble que lo trillado. Que el judío intrigante, pérfido.
Efe reproducía – es decir, favorecía – una readaptación de un viejo libelo antisemita con el que los líderes palestinos vienen traficando de largo
Y si la afirmación resulta indigestible para la mayoría, pues no hay problema, se borra sin publicidad, subrepticiamente. Pero la idea ya ha quedado flotando incluso entre quienes la han rechazado como disparatada. Luego se volverá sobre una sentencia similar – siempre, en el fondo, es la misma: se trata con el paradigma de la iniquidad. Una y otra vez la reiteración: activando las exposiciones anteriores y sumando una nueva; creando la ilusión de certidumbre – o la espiral de silencio que mencionaba Elisabeth Noelle-Neumann -: que el público de por sentadas las premisas, la fabricación, la pretendida singularidad del ‘problema’; o que al menos crea que su incredulidad es atípica, minoritaria.
El objetivo es demonizar, es decir, crear un sujeto y una circunstancia en la cual la solución no puede encontrarse dentro del acervo de medidas, de restricciones morales; se instaura, pues, una situación y una entidad que requieren una respuesta única, definitiva, ejercida, por tanto, desde una superación de los escrúpulos presentes.
Atrás quedaron las máscaras. Los fatuos eufemismos. Las formas y los reparos. El periodismo. Queda el antisemitismo sin tapujos, sin complejos: ni nuevo ni redivivo; porque es el que era, porque nunca se fue. Bastaba el masaje de la iteración como método de “confirmación” para habituar a la audiencia y obtener el asentimiento o la apatía.
Como se señalaba en un artículo anterior, “el nombre, el término, ‘judío’ – sea como estado o como individuo – se convierte, otra vez, en anatema y sentencia: la más acabada diana. Después de todo, los judíos siguen existiendo en el mundo…”. Vaya desfachatez esa de persistir en la vida.