Evidentemente, la realidad de los niños soldado no ha escapado a este ímpetu de encasillamiento – que persigue “explicarlo”, “contarlo” todo (amansarlo); es decir, que la audiencia tenga la sensación de conocimiento global. La imagen encapsulada de estos niños como concepto, como algo que tiende de manera ruin a la abstracción, es la de un menor de algún lugar del continente africano (en menor medida, del sureste asiático) vestido con remedos de prendas y con un arma que casi lo iguala en tamaño.
Esa reducción a idea – breve, por lo demás -, a instantánea, de una espeluznante tragedia, no sólo excluye al propio niño, sino a otros que se encuentran en una situación similar: aquella en que un grupo de adultos los utiliza como herramientas en un conflicto. Es el caso de los niños palestinos que son usados ya sea como combatientes, escudos humanos, terroristas – con cuchillo, con un chaleco de explosivos). Ellos son desterrados de esa categoría; ergo, nadie hará nada porque su circunstancia cambie en el futuro cercano.
Pero ya no es sólo la responsabilidad mediática, sino de la miríada de ONG – que asegura tiene entre sus prioridades el bienestar de esos mismos niños…
Así, ha venido a normalizarse como algo de lo más natural, ver a los niños palestinos convertidos en elementos necesarios y fundamentales del conflicto, ya sea como herramientas para la propaganda o al frente de enfrentamientos o de “marchas” violentas. En el mundo de compartimentos, lo que sería un escándalo, no sólo se acepta, sino que, cínica y miserablemente, incluso se aplaude – elevándolo a esa categoría que se reserva a quien o a lo que, de una u otra forma, es, aunque sea provisionalmente, beneficioso de alguna manera. Y señalar a Israel… es una tentación que parece justificar no pocas bajezas.
Y no es que el aparato que convierte a los niños en herramientas – que los cosifica, vamos – del liderazgo palestino no sea evidente. Si es que, por evidente, está a la vista de todos. Sólo quienes no quieren verlo, ni oír sus expresiones, pueden afirmar que no existe o que no es lo que parece, que la idiosincrasia, que la traducción, que la mar en coche. Pero la incitación oficial y sistemática al odio y a la violencia está ahí. Como también la glorificación de los terroristas – convertidos en modelos morales, sociales; y la remuneración que reciben quienes están presos en cárceles israelíes por atentar contra israelíes o intentar hacerlo, o sus familias, si son abatidos durante o luego del ataque, suman a la exaltación de su figura, la promesa de una recompensa económica, de un ascenso social y económico. Esto, sostenido muchas veces con la ayuda financiera internacional.
No en balde, y de acuerdo a como daba a conocer en noviembre de 2017 la organización Palestinian Media Watch, el director del Accountability Program la ONG Defence for Children International – Palestine (DCI-P) llegó a decir en una entrevista en la televisión oficial de la mismísima Autoridad Palestina que, de hecho, los menores palestinos cometen atentados terroristas, y que lo hacen no necesariamente porque quieran atacar a israelíes, sino para aumentar o mantener su estatus en la sociedad palestina.
El 3 de octubre de 2019, según daba a conocerPalestinian Media Watch, transmitía un video musical que además de anticipar una Palestina ocupando el actual Israel, decía:
En medio de una ola de atentados terroristas palestinos contra israelíes, el alto funcionariode Fatah (miembrode su Comité Central y ex director del servicio de Inteligencia General de la Autoridad Palestina) Tawfiq Tirawi, contabacon orgullo (27 de octubre de 2015) que:
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En este mundo de celdillas, ni todo parece ser mundo, ni, mucho menos, todo es igual. Los nidos son, de hecho, el último subterfugio, o la expresión acabada del relativismo: las casillas serían, justamente, mundos distintos, con sus peculiares valores, éticas.
Pero la realidad no se aviene a los cerquitos mediáticos y políticos que le porfían. Un niño combatiente es un niño combatiente, esté donde esté, y si uno lo tolera en uno de los casilleros, lo está tolerando en todos, porque el entramado de parcelas pretendidamente morales (pero, claro, desde una superioridad moral) no separa absolutamente nada, es una ilusión: cuando se cierra el periódico, la red social o se apaga el televisor, la realidad está como siempre estuvo, allí, intacta, sin solución de continuidad. La decisión que uno tomó respecto del niño palestino explotado por sus líderes – de apoyo, de aceptación (a la decisión de sus explotadores), de aplauso – no sólo no lo auxilia lo más mínimo, sino que lo deja indefenso ante la degradación de su humanidad al mero y horroroso empleo que de su vida hacen sus líderes.
Porque, como escribía el filósofo español Fernando Savater (Invitación a la Ética), para la voluntad de moral, no todo vale; en la vida hay cosas que no vale hacer. Y lo valioso para el hombre es aquello que preserva su vida, aumenta su capacidad de acción y lo confirman en su condición racional y libre. Precisamente lo opuesto que las circunstancias les imponen a estos niños palestinos, y que medios y organizaciones termina validar con su silencio cómplice.
Fathi Hamad – que fue “ministro de Interior y seguridad nacional de Gaza” entre 2009 y 2014 -, en un discurso transmitido por el canal de televisión Al-Aqsa (MEMRI) en febrero de 2008, reconocía, o, más bien, se vanagloriaba de que:
“[Los enemigos de Alá] no saben que el pueblo palestino ha desarrollado sus [métodos] de muerte y de búsqueda-de-la-muerte. Para el pueblo palestino, la muerte se ha convertido en una industria en la cual, las mujeres sobresalen, de la misma manera que todos los que viven en esta tierra. Los ancianos sobresalen en ello, lo mismo que los muyahidines y los niños. Es por esto que hemos formado escudos humanos de mujeres, niños y ancianos y muyahidines, para desafiar la máquina de bombardeo sionista. Es como si le estuviesen diciendo al enemigo sionista: ‘Deseamos la muerte como tú deseas la vida‘”.
Y más recientemente (16 de mayo de 2018), el líder del grupo terrorista Hamás en Gaza, Yahya Sinwar, afirmaba durante una entrevista televisiva:
“Cuando decidimos embarcarnos en estas marchas, decidimos convertir lo que nos es más querido – los cuerpos de nuestras mujeres y niños- en un muro de contención que impida la deriva muchos árabes hacia la normalización de los lazos con [Israel]”.
Para ello hace falta incitación (al punto que esta se encuentra en los libros escolares de la Autoridad Palestina e, incluso, en los de la UNRWA) y adoctrinamiento. Y, claro está, entrenamiento. Por esto mismo, y como publicaba el diario estadounidense Washington Post el 29 de enero de 2015, el grupo terrorista palestino Hamás congregaba a “más de 17.000 adolescentes y jóvenes, de entre 15 y 21 años… en una docena de campos en la Franja de Gaza para [entre otras cosas] disparar rifles Kalashnikov; prometiendo defender el enclave costero y estar dispuestos a luchar en la próxima guerra contra sus enemigos sionistas”. El grupo terrorista Yihad Islámica Palestina también dirige a los menores su adoctrinamiento y sus “campamentos de verano” en Gaza para recibir entrenamiento “militar”.
Muros. Soldados. Instrumentos de propaganda. Trozos de existencia comercializados para el provecho de los balances siniestros y obscenos de una “causa”, de un “fin” – igualmente siniestro: acabar con el estado judío. Niños convertidos en medios. En nada. Al punto que ni Unicef parece enterarse de su sufrimiento…
Quién sabe, quizás este 12 de febrero el organismo internacional por fin se acuerde de ellos. Después de todo, es la fecha elegida para conmemorar el Día Internacional contra el Uso de Niños Soldado. Quizás… Una expresión que en este caso para tener menos de esperanza y más de resignación. A fin de cuentas, toda fecha conmemorativa termina teniendo, precisamente, mucho de compartimento: se decide su significado y su alcance no se sale de esa delimitación.
Quién sabe, quizás entonces la Corte Penal Internacional se decida a echarle un vistazo… Después de todo, ha decidido que tiene “jurisdicción territorial en la situación en Palestina”.