“Presos palestinos en cárceles israelíes” (y su “sufrimiento”).
Así, sin más. Dejando abierta la puerta para la entrenada interpretación de arbitrariedad del Estado judío. A lo sumo: “considerados terroristas por Israel”. Según ese país, que, ya sabe el lector como es – después de todo, la cobertura en tal sentido es prácticamente sin fisuras.
El silencio:
De acuerdo con la organización Palestinian Media Watch, la Autoridad Palestina aumentó el “salario” de los dos terroristas que prepararon de los cinturones suicidas que se utilizaron en los atentados en el Café Hillel y en Tzrifin en 2003 que asesinaron a 16 personas.
Más ruido:
“Israel viola el derecho internacional según la ONU”. “Israel mal, según la ONU”.
Las Naciones Unidas tienen más de organismo político e ideológico que de cualquier otra cosa. Incluso, de instrumento de mayorías automáticas y de bloques con peso económico y/o político.
Rosalyn Higgins, exjuez y presidente de la Corte Internacional de Justicia (Problems & Process: International Law and How we Use it) decía que “es deseable que el Consejo de Seguridad [de la ONU] desempeñe un papel en la defensa de derecho internacional, e invocar el derecho internacional es un elemento importante en la aplicación. Pero… cuando se realizan determinaciones que pretenden pronunciarse con autoridad acerca del derecho internacional… es importante que se hagan con cuidado, con asesoría legal apropiada, con una comprensión de las cuestiones y no sólo como una descripción casi casual para fines políticos. Se ha observado que llamar a un gobierno ‘ilegal’ de la misma manera en que se lo denomina ‘racista’ implica utilizar el término adjetivalmente, pero no seriamente. Aun así, se dice que se desprenden graves consecuencias legales… [En este sentido, hay que remarcar que] no existen demasiadas pruebas en los debates que [indiquen que] el Consejo de Seguridad haya alcanzado sus determinaciones a través de un cuidadoso análisis legal”.
Además, sostenía que “una cosa es que el Consejo de Seguridad insista en que un estado no puede utilizar la fuerza para resolver cuestiones fronterizas con otro estado. Y otra cosa es pretender determinar, en una frase o dos, dónde debe trazarse dicha frontera.”
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Y, aún así, de tanto en tanto, algún comité se olvida de señalar a Israel y se centra en los hechos.
Entonces, más silencio:
“El Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de las Naciones Unidas expresó un raro criticismo por el discurso de odio de la Autoridad Palestina en los libros de texto escolares y en sus medios de comunicación, y expresó su preocupación por el uso de lenguaje racista por parte de los funcionarios del Estado”, informaba el Jerusalem Post el 1 de septiembre de 2019.
Ese mismo discurso de odio, esa sistemática e institucional incitación a la violencia que los medios en español invariablemente ocultan.
¿Por qué estas dos omisiones juntas?
O, dicho de otra manera, qué las vincula.
La política de recompensas (“salarios”; o más eufemísticamente, “ayudas”) implementada por la Autoridad Palestina para aquellos que llevan a cabo ataques terroristas contra israelíes/judíos, es probablemente la forma más acabada y concreta de incitación a la violencia porque avanza un modelo de ascenso económico – principalmente para las familias de los terroristas – y promoción social a través del ejercicio del terrorismo.
La violencia convertida en un símbolo, un medio y un fin.
Tal es así, que según refería en noviembre de 2017 Palestinian Media Watch, el director del Accountability Program laONG Defence for Children International – Palestine (DCI-P), de la que no puede sospecharse un sesgo pro-israelí, precisamente, llegó a decir en una entrevista en la televisión oficial de la Autoridad Palestina que, de hecho, los menores palestinos cometen atentados terroristas, y que lo hacen no necesariamente porque quieran atacar a israelíes, sino para aumentar o mantener su estatus en la sociedad palestina.
Esto, es decir, la versión más macabra de la incitación – aquella que tiene como objetivo la instrumentalización de los niños en el conflicto (como sujetos activos y como medios de propaganda) -, es revelador de cómo este andamiaje de recompensas económicas y sociales (reputación, honor), incide en la decisión de los jóvenes y niños de optar por el camino de la violencia.
Por otra parte, un sólido sedimento de palabras – siempre nutrido – promueve dichas acciones. Un poso que, por lo demás, permite ya que los líderes no tengan que decir más de lo necesario.
Así, cuando Mahmoud Abbas dice (agosto de 2019) “aquellos que son extraños a esta tierra no tienen derecho a ella. Así que les decimos: Cada piedra que has [usado] para construir en nuestra tierra, y cada casa que has construido en nuestra tierra, está destinada a ser destruida, si Alá quiere”, la audiencia sabe muy bien quiénes son los “extraños” que “no tienen derecho”, como también a qué se refiere con “esta tierra”. Porque él mismo, en una carta escrita por Abbas a los residentes de Gaza, en 2012, escribía:
“Nuestra tierra fue conquistada y no es territorio en disputa, y esto es así para toda la tierra que Israel conquistó antes de junio de 1967”.
La Constitución de Fatah es más clara:
– Artículo 8: la “existencia israelí en Palestina es una invasión sionista”.
– Artículo 12: “completa liberación de Palestina, y la erradicación de la existencia económica, política, militar y cultural sionista”
De manera que cuando inmediatamente antes del inicio de la llamada “intifada de los cuchillos” la televisión oficial de la Autoridad Palestina emitió (16 de septiembre de 2015) las siguientes palabras de Abbas, todos sabían a qué se refería, qué pedía:
“Bendecimos cada gota de sangre que se ha derramado por Jerusalén, esta sangre es limpia y pura, es sangre derramada por Alá… Cada mártir (Shahid) alcanzará el Paraíso, y todo quien ha sido herido será recompensado por Dios”.
Mucho ruido.