AMIA, 25 años

“Una cualidad de la Justicia es hacerla pronto y sin dilaciones; hacerla esperar es injusticia”, Jean de la Bruyère (filósofo francés; 1645-1696)

Vaya perogrullada.

Pasa y nos arrastra con él, sí.

Pero algo que no puede hacer, por sí mismo, es elaborar olvido. Es esta una prerrogativa humana. A lo sumo, el tiempo se enarbola como excusa, como inevitable e involuntario aliado que sirve a ese propósito de desmemoria.

Tiempo. 25 años. Desde el atentado contra la sede de la AMIA…

Y las víctimas esperando justicia.

Pero hasta ahora sólo han recibido el indisimulado intento de cubrirlas, precisamente, de olvido.

Un olvido que se disfraza de abrazo condescendiente, de guiño benévolo. Gesticular que tiene todo de oportuno y nada de sincero…

El olvido (como voluntad) es una forma de desprecio. Quizás, su forma más acabada.

Es también una forma de anular responsabilidades. Quizás el dispositivo perfecto para ello. Y, por ello, la herramienta predilecta de la impunidad.

El olvido actúa incluso aunque, paradójicamente y cínicamente, pronuncie lo que pretende suprimir: porque le da un carácter distinto del hecho que se va borrando. Redefinir, reencuadrar, son otras formas del olvido. Nombrar, además, es una forma de establecer control sobre las cosas, los sucesos y las personas; las impresiones que han de tenerse sobre ellas: una “memoria” que sigue las líneas del partido, del prejuicio o de la conveniencia, y que sirve para señalar al “otro” de turno.

Olvido. Indiferencia.

Tiempo. 9:53. 18 de julio de 1994. Allí se detuvo. Para las víctimas. Para sus familiares. Siempre marcando la misma hora. O no, no es la hora. Es la memoria, la que marca.

Memoria. 9:53. 18 de julio de 1994.

Olvido. Encubrimiento. Memorandum. Desidia…

Fuente: Memoria Activa