La historiadora Deborah Lipstadt, que derrotó al negacionista David Irving en los tribunales, sostenía que no tenía ningún interés en debatir con un negacionista del Holocausto. ¿Para qué? ¿Cómo se podría tratar con alguien que distorsiona los hechos, motivado por su ideología, su opinión, su interés político?
Generalmente, el revisionista disimula su odio dentro de un discurso racional. Sus fabricaciones y opiniones derivadas se incrustan en hechos, ofreciendo así una versión distorsionada y/o fraudulenta de la realidad. El negacionista clásico busca plantear una verdad relativa según la cual, ni los nazis eran tan malos, ni los aliados tan buenos. Esto se corresponde a lo que Lipstadt definió como negacionismo hard core. Unrevisionista que apenas tiene ya cabida en medios respetables o en el mundo académico.
No obstante, y según alertaba la experta en negacionismo y sus múltiples formas de expresión, existe un negacionismo soft core. Una versión más suave que no niega los hechos. Más bien, hace falsas comparaciones, por ejemplo, afirmando que se está cometiendo un genocidio contra los palestinos o que acusando a Israel de utilizar tácticas “similares a las de los nazis”.”
Y este negacionismo soft core es el que podíamos encontrar en las páginas de El Periódico, más precisamente en un texto de opinión de título explícito: De Auschwitz a Gaza.
Gaza como el mayor campo de concentración del Israel racista y xenófobo de Binyamin Netanyahu o la mayor prisión al aire libre del planeta. (Nótese la figura hiperbólica: los israelíes siempre los mayores cometedores de maldades)
Sin duda, lugares comunes muy potentes que apelan a la emocionalidad del lector, aunque falsos. O bien la autora no ha visitado nunca un campo de concentración, o bien no ha leído un libro al respecto, o no entiende nada de Gaza y el conflicto árabe-israelí, o bien simplemente miente. Gaza comparte frontera con Israel y con Egipto, que, como cualquier país soberano, controlan las suyas propias. Los gazatíes, a pesar del bloqueo, obtienen regularmente permisos para entrar en Israel por razones médicas, humanitarias o incluso de negocios. ¿Imaginan a los nazis permitiendo salir a los judíos de los campos por razones humanitarias? Ello sin siquiera mencionar que quien controla la Franja es un grupo terrorista (Hamás), cuyas acciones, precisamente, han determinado el bloqueo sobre dicho enclave.
Se habla de los cortes continuos de electricidad, pero no se explica que fue Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, en abierto conflicto con Hamás, quien decidió dejar de abonar su provisión y le solicitó a Israel que cortara el suministro a la mitad. De hecho, el texto omite cualquier contextualización de lo que sucede en Gaza. Si bien hay referencias a las represiones de Hamás hacia su propio pueblo, estas se justifican: la dramática situación brutaliza a los que tienen algún poder. Es decir, si Hamás se comporta como el grupo terrorista que es y comete crímenes contra su propio pueblo, eso también es por culpa de Israel.
Tampoco se explica, como ya se adelantara, que la situación que se vive en Gaza y el bloqueo son el resultado de la sangrienta toma de poder de Hamas y sus continuos ataques a Israel (cohetes, misiles, incursiones, etc. ).
Pero volvamos al negacionismo del texto, que es en definitiva lo que lo distingue de otros artículos de opinión igualmente desinformados. En este caso, la autora emplea una imagen especialmente chocante por su regodeo en la falsificación y en el relativismo moral:
Los cortes de electricidad son continuos y el suministro de agua potable deficitario. En Gaza no hay carteles que digan, como en Auschwitz, que el trabajo dignifica al hombre’. El 52% de la población no tiene empleo
Más que metido con calzador, forzado como una pieza de un puzzle distinto, aparece el símbolo del cinismo nazi: el cartel de Auschwitz. Y ni siquiera es capaz de citarlo bien. No decía el trabajo dignifica al hombre sino el trabajo libera (Arbeit macht frei).
En su ignorancia, también hay sitio para emplear imágenes vinculadas al Antiguo Testamento – una vez más, mal citados:
La ley del Talión ciento por unose cumple con creces.
Pero la Ley del Talión no es ciento por uno, sino ojo por ojo, diente por diente, o sea uno por uno.
En la definición de trabajo de antisemitismo de la Alianza para el Recuerdo del Holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés), se pone como ejemplo moderno de antisemtismo: “Hacer comparaciones entre la política israelí contemporánea y la de los nazis”. Y no es la primera vez que esto sucede en las páginas de El Periódico. Hace casi cinco años, por ejemplo, publicaba una viñeta que era casi un resumen de este texto.
Retomando a la doctora Lipstadt, los negacionistas se dedican a disfrazar sus opiniones, retorciendo los hechos para que encajen en el prejuicio; en su emisión, en su difusión. La verdad se ve así amenazada por una serie de personas respetables o que inspiran confianza y honradez, que no llevan uniformes de la SS, ni cruces gamadas, pero que intentan ofrecer o, incluso imponer, una imagen relativista de los hechos. Son, en palabras de la historiadora, lobos disfrazados de corderos.
Pero no, por mucho que lo publique El Periódico, la verdad no es relativa, y Gaza no es Auschwitz.