Así, en el caso de la cobertura de estos últimos asuntos, puede igualmente hablarse de encuadres específicos – que, es de esperar, habrán de variar de un medio a otro -. Sin embargo, el abordaje periodístico en español del conflicto árabe-israelí presenta, acaso como en ningún otro asunto (internacional, local, político, económico, etc.), un marco casi estándar compartido por la casi totalidad de medios. De suerte que si uno quisiera estudiar las distintas formas de encuadrar un tema, el acercamiento que hacen a este conflicto estos medios, sin dudas no sería propio para ello: la conspicua uniformidad informativa al respecto traicionaría dicho intento de análisis.
El propio Iyengar proponía entonces que, cómo la gente piense sobre un asunto, depende de la forma en que se encuadre (o defina) el mismo.
De manera que el framing (encuadre), como explicaba el profesor Robert M. Entman (Framing: Toward Clarification of a Fractured Paradigm), determina si la mayoría de la audiencia advierte – y cómo entiende y recuerda – un problema; así como la manera en que lo evalúa y decide actuar al respecto. Lo que lógicamente implica que los marcos apartan la atención de otros aspectos. Así, concluía el profesor, “la mayoría de los marcos se definen por lo que omiten, así como por lo que incluyen… para guiar a la audiencia”.
Encuadrar, concluía Entman, implica esencialmente “seleccionar algunos aspectos de una realidad percibida y resaltarlos en un texto comunicativo, de tal manera que se promueva una definición particular del problema, una interpretación causal, una evaluación moral y/o una recomendación de tratamiento para el elemento descrito”. Típicamente, continuaba, los marcos diagnostican, evalúan y prescriben: diagnostican causas, al identificar las fuerzas que crean el problema; hacen juicios morales al evaluar agentes causales y sus efectos, y sugieren remedios; y ofrecen y justifican tratamientos para los problemas, a la vez que predicen sus efectos probables.
Y el diagnóstico termina siendo también, en el caso que nos compete, el tratamiento, el dictamen; de manera que la noticia deviene una sentencia, y la audiencia, una “opinión” dirigida, un asentimiento a la línea editorial del medio.
Porque, como indicaba Claes H. de Vreese (News framing: Theory and typology), los marcos mediáticos pueden afectar efectivamente el aprendizaje, la interpretación y la evaluación de asuntos y eventos. De manera que una consecuencia de la exposición a ciertos marcos, a nivel individual, puede llegar a ser la alteración de las actitudes sobre un tema basado en la exposición a ciertos cuadros. En tanto que a nivel social, los marcos pueden contribuir a dar forma a procesos como la socialización política, la toma de decisiones y las acciones colectivas.
No en vano, William Gamson y Andre Modigliani (Media discourse and public opinion on nuclear power: A constructionist approach) se referían a los marcos como “paquetes interpretativos” que dan sentido al asunto que se trate. De hecho, Todd Gitlin (The whole world is watching) se refería a los marcos como “patrones persistentes de cognición, interpretación, selección, énfasis y exclusión”. De esta manera, Cappella y Jamieson – citados por De Vreese – sugerían que los marcos estimulan justamente “stocks de valores culturales”. Es decir, el marco actúa en el tiempo: es su repetición la que naturalmente lo hace efectivo.
Claves del encuadre
Robert Entman sugería algo de lo que tanto en CAMERA como en ReVista, hemos dado cuenta a través de los análisis de las coberturas del conflicto en inglés y español respectivamente. Esto es: que los marcos en las noticias pueden ser examinados e identificados a través de la “presencia o ausencia de ciertas palabras clave, frases comunes, imágenes estereotipadas, fuentes de información y oraciones que proporcionan grupos de hechos o juicios que refuerzan el tema”.
Justamente, James W. Tankard (The Empirical Approach to the Study of Media Framing) proponía una lista de mecanismos de encuadre o puntos de focalización para identificar y medir los marcos noticiosos. Entre ellos:
1. Titulares
Estos, pueden, además de ofrecer la clave de cómo debe interpretarse la información que les sigue, cambiar sentido artículo. Norbert Bilbeny (Ética del periodismo) decía que la distorsión “es también el recurso a titulares de prensa meramente interpretativos de la noticia”.
José Francisco Sánchez, profesor de Redacción Periodística en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra, indicaba que:
“Al contrario de lo que sucede con los demás títulos, el titular periodístico nos da el texto desde el final, por decirlo así. Nos dice de antemano qué es lo que vamos a encontrar en él y, como consecuencia, cómo debemos leer ese texto.
[…]El lector puede omitir la lectura del texto, precisamente porque el titular le dice de antemano qué es lo que va a encontrar en él: no sólo una indicación general del contenido, sino el contenido mismo.
[…]El titular periodístico, por lo tanto, determina la interpretación del texto, pero no sólo en el sentido descrito. También lo determina en la medida en que el titulador juega con el saber compartido con los lectores”.
Además un artículo de la Universidad de Columbia, de Nueva York explicaba que:
“La gente… analiza el periódico contemplando fotos, titulares y pie de fotos para decidir si quieren comprometer más tiempo en leer las crónicas que les interesan. Las fotos, pie de fotos y títulos, por lo tanto, son puntos de toma de decisiones importantes. De hecho, pueden ser más importantes que cualquier párrafo en una crónica normal. Probablemente más consumidores de noticias ven los títulos y pie de fotos en una página que, incluso, de los que leen el primer párrafo de la historia principal”.Israel “bombardea Gaza” (lo que da una imagen de indiscriminación). Los ataques palestinos no son tales, puesto que sus cohetes meramente “caen” en Israel.Hamás había roto el alto el fuegocon el lanzamiento de tres cohetes contra Israel.2. Selección de fuentesEn la tercera parte trataremos más detenidamente este asunto; pero a modo de adelanto, se puede mencionar la utilización de una mayoría de fuentes palestinas o pro-palestinas (o anti-israelíes); entre ellas, la infaltable ONG que repite la “narrativa” palestina). Por otro lado, las voces israelíes, cuando aparecen, son siempre oficiales, frías, lejanas, sospechosas. El resultado es evidente: el lector recibe la “narrativa” palestina como si esta fuese la descripción exacta o, cuanto menos, más aproximada, de la realidad.3. Selección de citas
En el caso de la cobertura en español del conflicto árabe-israelí, este punto está muy relacionado con el anterior: las fuentes seleccionas da la casualidad de que siempre tienen un señalamiento contra Israel para ofrecer y una justificación para la parte palestina (aunque, usualmente, se omite toda mención a acciones de esta última). De esta guisa, las citas casi siempre terminan siendo, justamente, una acusación (sin verificar; y en muchos más casos – en muchísimos -, evidentemente sin más prueba que la propia aseveración). Así, las peregrinas afirmaciones de Abbas o Erekat se publican sin aclaración alguna, sin contraparte. A la vez que se silencian aquellas que muestran el verdadero rostro de los líderes palestinos y su “causa”.
Por ejemplo, El Diario Vasco reproducía el 27 de junio de 2018, sin más, las palabras de Abbas:
“El presidente palestino, Mahmud Abás, que recibió hoy al príncipe Guillermo de Inglaterra en la Muqata (palacio presidencial) de Ramala, defendió la seriedad de los palestinos por alcanzar la paz con Israel y su apuesta por los dos estados.
‘Necesitamos lograr la paz a través de la negociación, esta idea no ha cambiado’, dijo a los periodistas Abás, quien expresó su compromiso ‘para que ambos países vivan en paz y estabilidad…’”.
Pero el 11 de marzo de 2016, en televisión oficial de la Autoridad Palestina, Abbas le había vuelto a decir a su gente:
“Hemos estado bajo ocupación por 67 o 68 años [es decir, desde el establecimiento de Israel en 1948]. Otros se habrían hundido en la desesperación y la frustración. Sin embargo, estamos decididos a alcanzar nuestro objetivo porque nuestro pueblo está con nosotros”.
Y la constitución de la organización que encabeza, Fatah, cuenta, entre otros interesantes artículos, con los dos siguientes:
– artículo 12: “completa liberación de Palestina, y a la erradicación de la existencia económica, política, militar y cultural sionista”
– artículo 8: la “existencia israelí en Palestina es una invasión sionista”.
Sólo se elige la acusación contra Israel y la elegía para el pueblo palestino para que lleguen al público occidental.
¿Cómo actúan los marcos?
El Dr. L.J. Shrum (Media Consumption and Perceptions of Social Reality) afirmaba que los constructos que se activan con frecuencia tienden a ser fácilmente recuperados. Y añadía que si se activan con suficiente asiduidad, determinadas construcciones pueden volverse crónicamente accesibles, de tal manera que se activarán espontáneamente en muchas situaciones diferentes.
Y sostenía que la frecuencia, la actualidad (recency; lo reciente) y lo vívido tienen un papel destacado en los efectos mediáticos, por lo que parece razonable decir que los retratos que los medios masivos de comunicación hacen de un suceso o evento en particular pueden llegar a ser más vívidos incluso que experiencias del mundo real.
Es decir, que los medios terminan por crear imágenes arquetípicas que el público puede recuperar fácilmente de la memoria no sólo para emitir un juicio, sino también para establecer un posicionamiento emocional.
Lo cual no es de extrañar, ya que “uno de los atributos de las representaciones de los medios de comunicación – advertía Shrum -, es la manera relativamente consistente y formulista en que se presentan conceptos específicos (por ejemplo, la ira y la agresión; clases particulares de personas, etc.). Estas representaciones pueden proporcionar ‘guiones’ o ‘modelos de situación’ de lo que representa un constructo y cómo reaccionar ante el mismo. Dadas las relaciones entre los constructos accesibles, la activación de uno en particular (por ejemplo, la agresión, la ira) puede activar de manera similar los ‘guiones’ de comportamiento que están estrechamente relacionados con estos constructos (por ejemplo, el crimen, la violencia)”.
En el caso del conflicto árabe-israelí y, más específicamente, de los actores israelíes, esa presentación mediática – exagerada (al punto que más pronto que tarde termina en la falsedad), estereotipada – termina por ser un “enjuiciamiento” que, reiterado casi a diario, ofrece sus políticos como ejemplos acabados de “extremismo”, “derechistas”, “militaristas”; y a sus políticas, de “obstaculizaciones para la paz” y de “colonización”, de “agresión” etc. No proceden así, en cambio, con los líderes palestinos, a quienes a lo sumo se los propone como ejemplos de “moderación” e “impotencia”.
Estos atributos, a fuerza de ser repetidos, obran de dos maneras: por un lado, se instalan en el lector, oyente o televidente como un fiel reflejo de la realidad; y, a su vez, terminan por ser transferidos, atribuidos, a los israelíes en general…
Después de todo, “los ejemplos más vívidos o frecuentes son más fáciles de recordar que los menos vívidos o infrecuentes – afirmaba Shrum -, y por lo tanto tienden a ser usados para construir juicios (actitudes, estimaciones de probabilidad, etc.)”. Es decir, en este caso, de acuerdo a lo que artículo tras artículo se ha transformado en memoria (accesible sin esfuerzo), en algo siempre presente, una suerte de hoy continuo.
La mente y la información: por qué cuela el producto del sesgo periodístico
“Teorema de Thomas: no reaccionamos a los hechos sociales, sino al modo en que los ‘percibimos’ (en realidad, al modo en el que los imaginamos, conceptuamos y evaluamos)”. Mario Bunge (A la caza de la realidad)
Es fácil, entonces, imaginar cuáles serán ser las consecuencias si los errores son sistemáticos. Es decir, cuando ya no se trata de fallos, sino más bien del producto de la voluntad de intervenir en la realidad, de modificarla, de convertir el suceso del que se dé cuenta en una mera herramienta para avanzar la propia agenda ideológica o los propios prejuicios. El fin, crear un parecer y un estado de ánimo en la audiencia, respecto a al asunto del que se trate, favorable al que tiene el periodista.
La insistencia mediática sobre el tema provocará que la audiencia termine por examinar evidencia relevante de manera consecuentemente sesgada; llegando a aceptar únicamente aquella información que confirme su opinión: la que misma que construyeron y construyen para ella los medios. Lectores, pues, “fieles” al medio que les brinda la “confirmación” a su juicio – que así queda “autorizado”, “garantizado” -. Un bucle nada grácil.
A su vez, los mencionados investigadores afirmaban que:
“…la perseverancia de la creencia es mayor cuando los sujetos son explícitamente inducidos a explicar las pruebas que les han sido presentadas, ofrecidas. […] Estas explicaciones son, por definición, construidas selectivamente para encajar las pruebas o los resultados observados. Una vez creadas, estas explicaciones se hacen, en gran medida, autónomas de los datos iniciales que llevaron a su postulación. De ahí que pueden permanecer disponibles y seguir insinuando la existencia de determinadas relaciones o resultados, aun si los datos en los cuales estaban al principio fundados, posteriormente resultan ser completamente carentes del valor probatorio”.
Algo común a casi todos los textos o reportajes televisivos y radiales en español sobre el conflicto. Los periodistas que lo cubren suelen recurrir a las mismas fórmulas (y fuentes) que los llevan a repetir la misma crónica o, más bien, la misma acusación y sentencia contra Israel.
Y es que, como describían Charles Lord, Lee Ross y Mark R. Lepper (Biased Assimilation and Attitude Polarization: The Effects of Prior Theories on Subsequently Considered Evidence), “los datos relevantes para una creencia no se procesan de forma imparcial. En cambio, los juicios sobre la validez, la fiabilidad, la pertinencia y, a veces, incluso el significado de las pruebas ofrecidas se ven sesgados por la aparente coherencia de esas pruebas con las teorías y expectativas del receptor”.
Tratando más específicamente sobre cómo las noticias influyen en las evaluaciones de la audiencia, Vincent Price y David Tewksbury (News Values and Public Opinion: A Theoretical Account of Media Priming and Framing) decían que este efecto se produce activando unas ideas en lugar de otras, de manera que las noticias pueden estimular ciertos hilos de pensamiento sobre el tema que conduzcan a la audiencia a llegar a conclusiones más o menos predecibles.
Las noticias, sostenían, entran en el pensamiento y en las evaluaciones de la gente como un conjunto de estímulos que son particularmente relevantes para el mundo político, puesto que esta esfera, como la de los asuntos internacionales, es un mundo que se conoce casi exclusivamente a través de los medios de comunicación.
Para finalizar con este inciso, Dietram Scheufele y David Tewksbury (Framing, Agenda Setting, and Priming: The Evolution of Three Media Effects Models) explicaban que tanto la agenda-setting (idea de que existe una fuerte correlación entre el énfasis que los medios masivos colocan en ciertos temas y la importancia atribuida a estas cuestiones por las audiencias masivas) como el priming (cuando el contenido de las noticias sugiere a las audiencias que deben utilizar asuntos específicos como puntos de referencia para evaluar el funcionamiento de líderes y de gobiernos, países, etc.) suceden por dos motivos:
“(a) Los juicios y la formación de actitudes se correlacionan directamente con ‘la facilidad con que los casos o las asociaciones pueden ser traídos a la mente’;(b) al hacer que algunos temas sean más destacados en la mente de la audiencia (agenda-setting), los medios de comunicación también pueden dar forma a las consideraciones que las personas tienen en cuenta al emitir juicios (priming)”.
Conflicto árabe-israelí: el marco compone la imagen
“…la siniestrez de ese fetiche ideológico que se designa como el Bien Común, y que parece tener por cometido distraer y desviar constante y sistemáticamente la mirada -casi como en un puro automatismo defensivo- de cualquier mal particular hacia un bien general que eternamente aplaza su promesa de revertir sobre sus únicos posibles beneficiarios: los sujetos singulares o, mejor dicho, los sujetos… […] Pues bien, lo mismo pasa, a mi entender, en la circunscripción de los asuntos internacionales. En efecto, cada vez que en cualquier parte del mundo vuelve a surgir el cada vez más rico y más sofisticadamente armado -y, por ende, más cruento y más frecuente- espanto de la guerra en un nuevo conflicto local, tampoco falta casi nunca la inmediata consideración de la capacidad de tal conflicto para llegar a convertirse en ‘amenaza contra la paz mundial’. La tan sistemática y constantemente apelada Paz Mundial es fácilmente reconocible como otro cínico títere verbal de la misma camada que el Bien Común”. Rafael Sánchez Ferlosio (La Humanidad y la Humanidad, El País, 1982)
Además, resaltaba que con frecuencia se omite importante información contextual y de fondo, omisión que puede llevar a alimentar los sentimientos anti-israelíes.
En cambio, los palestinos son presentados, las más de las veces, apenas como intérpretes de un papel secundario, sólo necesario para revelar, patentizar, la representación que se hace del Estado judío.
Así, los sujetos de la noticia – del conflicto, en este caso -, son retratados como si fueran personajes de una simple narración maniquea, de una suerte de truculento cuento infantil adaptado para un público adulto: donde los palestinos, infantilizados (por ende, incapaces de responsabilidad alguna sobre sus actos ni sobre el inicio, devenir y resultado del conflicto; ¿se desprenderá de esta concepción la suerte de normalización mediática del macabro papel asignado a la infancia palestina?), son los buenos que acaso, y de tanto en tanto, reaccionan a las agresiones del malo desde una posición siempre “davidiana”, “justo”; en tanto que los israelíes, obvia antítesis, son una especie de “ogros” sin humanidad, sin sentimientos (nobles), los “goliatianos”, los “arbitrarios” de esta historia, “opresores” que siempre están maquinando malicias.
Es este un retrato deliberado, puesto que implica necesariamente una labor de selección y de cuidada redacción: se ha de seguir el léxico impuesto por los líderes palestinos y las organizaciones que apoyan sus políticas, su “causa” – y gustosamente suscrito por los periodistas.
Y entre el trabajo que requiere esta transformación, esta modificación, de la realidad, se encuentra la omisión (que trataremos más adelante) de las muchísimas acciones, decisiones, declaraciones palestinas – pasadas y presentes – que deshacen el papel que se les ha asignado; amén de la supresión (e invención) de grandes porciones de la historia.
Sólo así puede llegarse a una dualidad como la que ofrecen los medios: palestinos víctimas vs. israelíes victimarios.
De esta manera se construye el personaje “sionista”: como un sinónimo o símbolo del colonialismo, la ocupación, la opresión e, incluso, banal, cruel y siniestramente, del “nazismo”: algo doblemente anti-semita, si tal cosa existe, pues se pretende deslegitimar y negar el estado judío, y se equipara a éste con su pasado verdugo nazi.
Por ejemplo, el 26 de abril de 2018, el diario español ABC publicó un artículo que posteriormente, tras varias quejas a través de diversos canales, decidió retirarlo; en el cual se llegaba a afirmar que “los mismos métodos con los que fueron tratados durante toda la Historia; los proyectarían con el pueblo palestino”. Sin que importara que la población árabe ha aumentado drásticamente, tanto en Israel como en Gaza y Cisjordania.
De este proceso resulta un personaje rodeado, o enmarcado, mejor dicho, por unas palabras o expresiones clave. Entre ellas:
“Territorio palestino ocupado”: que automáticamente, y sin el incordio de negociaciones, le otorga la titularidad del territorio a los desposeídos palestinos, a la vez que permite mostrar a Israel como un estado ocupante.
“Derecho internacional”: expresión vacía utilizada muy a menudo con el acompañamiento previo de “violación del”. Se utiliza, sin especificar a qué acuerdo, precepto o tratado se hace referencia, para mostrar al Estado judío como un habitual infractor de las normas. Es de remarcar que en rarísimas ocasiones se hace referencia al “derecho internacional” en otra situación de conflicto. Así, se convierte en una suerte de comodín “incontestable” para señalar al Estado judío.
“Colonos”: reservado a los israelíes, este calificativo los muestra como extraños, ajenos en la tierra; usurpadores sin derecho. Por otra parte, palestinos que se asientan en territorio en disputa, no son así retratados: el colono es ajeno a la tierra, un usurpador.
“Refugiados palestinos”: la palabra refugiado tiene un significado totalmente diferente en este caso (de hecho, se ha creado una definición ad hoc y una agencia ad hoc – caso único en el mundo -, siendo una condición hereditaria), del que comúnmente tiene en mente el lector (desplazados viviendo transitoriamente en tiendas de campaña hasta tanto sean reasentados o la situación – en un tiempo razonable – en su país permita su regreso. Sus descendientes no son refugiados. Son, los “refugiados palestinos”, según Sahar Habash, uno de los consejeros de Arafat, “la carta ganadora, que significa liquidar a Israel”.
“Derecho de retorno”: No se trata de ningún derecho. Es una mera declaración o recomendación política de la Asamblea general de las Naciones Unidas, que en realidad sigue la línea que confesaba Habash.
Jerusalén Este: En realidad, la división de la ciudad fue consecuencia del ataque lanzado por los ejércitos árabes contra Israel en 1948, y la posterior ocupación por parte de Jordania de dicha parte de la ciudad.
Mientras se pinta así al “personaje Israel”, se borran los trazos con que los líderes palestinos pintan, para su propia gente, al mismo sujeto. Estos hacen la tarea de ofrecer un relato dualista imposible. Así, este año, se omitía, entre otras cosas, que Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina y líder de Fatah, decía ante el Consejo Central de la OLP que Israel “es un proyecto colonialista que no tiene nada que ver con los judíos”. Y afirmaba que “Israel ha importado escalofriantes cantidades de drogas para destruir a la generación más joven” de palestinos. Libelos. Uno tras otro. Silencios mediáticos. Uno tras otro. Que la realidad no empañe el cuento del nativo (que sólo quieren su tierra y su dignidad restituidas; y que tal circunstancia, se ven arrastrados a una situación de conflicto impuesta de la que no pueden escapar, como no sea a través del exilio, la resistencia o la muerte) contra el invasor.
Ello resulta en una suerte de beatificación de los palestinos (su milagro, ninguno; del prodigio se encargan los medios – véase sino, el caso Tamimi) y una paralela demonización y deslegitimación de Israel; operación necesaria para que lector esté predispuesto a aceptar el trato informativo desigual (y desproporcionado) dado a Israel.
Este es el recuadro (falaz) que se le ofrece a la audiencia – el cual, por otra parte, y como ya fuera mencionado, es crítico para determinar la manera en que la gente pensará sobre el tema.
En resumen, una simplificación grotesca del conflicto, una sensiblera versión de sobremesa más parecida a un póster para crear culto que a una crónica informativa. Para crear culto y rechazo. Porque, como decía Ferlosio, “si se establece que hay un mal supremo…, ese mal se verá abocado, de modo inevitable, a ser temido [y odiado] y reputado como el único mal”.
Personalización de la noticia
Referían Vincent Price y David Tewksbury (News Values and Public Opinion: A Theoretical Account of Media Priming and Framing) que los periodistas tienden a menudo a centrar sus reportajes y crónicas en la perspectiva personal de los acontecimientos y los problemas. Es decir, a personalizar.
De tal guisa, en el asunto que nos concierne se suele presentar a Binyamin Netanyahu, Naftali Bennett o Avigdor Liberman como un resumen o ejemplificación de la “(ultra) derecha israelí”; “halcones”, “belicosos”, “extremistas”, “ultra nacionalistas”. Por el contrario, las pocas veces que se personaliza a los palestinos – en general mostrados como un todo oprimido -, suele recurrirse a benévolas representaciones, de manera que MahmoudAbbasresulta ser un entrañable señor mayor, y el líder del grupo terrorista Hamás, Ismael Haniyeh, como se mencionara más arriba, un “moderado”. Sí, el líder de un grupo terrorista es “moderado” siempre y cuando, al parecer, ese grupo terrorista sea palestino y atente exclusivamente contra israelíes… entonces el “terrorismo” es eso que cada cual “define según su conveniencia”; aquello de que “el terrorista de unos es el luchador de otros”. Relativismo que no se sostiene ante un análisis serio. Como decía el filósofo argentino Ernesto Garzón Valdés (El terrorismo político no institucional. Una propuesta de definición), “el terrorismo es un método de ejercicio de la violencia, toda persona o grupo de personas que lo utilice se transforma en terrorista”.
Pero esa caracterización que se hace de los líderes termina por transvasarse a la sociedad. Basta recordarque antes de las elecciones de 2013, la prensa en español hablaba de una “derechización” del electorado israelí. La realidad contundente, en forma de resultados electorales, dio al traste con esa afirmación mediática que respondía, más bien, al discurso acusador del liderazgo palestino, que busca deslegitimar a Israel presentando a sus líderes y sus políticas como “extremistas”, y a la voluntad de los medios que pretenden representar de dicha manera al Estado judío.
Pero volvamos a la personalización de la cobertura del conflicto. Y para hacerlo, es inevitable mencionar a la última estrella de la benevolente cobertura en español: Ahed Tamimi – sí, la misma que llamaba en un vídeo a “liberar Palestina”, ya sea mediante “apuñalamientos u operaciones de martirio o arrojando piedras”, y que en las páginas y pantallas y radios en español se proponía como ejemplo del desamparo, la inocencia (y la juventud política) palestina; y se ensalzaba su blonda bravura vis a vis Israel.
Price y Tewksbury indicaban que un énfasis en el lado personal puede tener el efecto de desviar la atención pública de una comprensión temática y sistemática amplia de los acontecimientos hacia interpretaciones más centradas en la persona. De manera que la audiencia se vuelve más propensa a recurrir a las características personales que a las posiciones establecidas alrededor de determinado asunto para formar su opinión.
Además, la personalización de las noticias, decían Price y Tewksbury, anima a la audiencia a atribuir la responsabilidad de las consecuencias, de los resultados, a individuos; en lugar de atribuirla a causas sistemáticas más amplias.
Salvo, como ya es indicara, el caso de palestinos, que son presentados como víctimas, como luchadores por su dignidad; éstos son retratados como un todo, donde es imposible, justamente, encontrar, reconocer a individuos responsables (es decir: sus decisiones, sus acciones). A esto hay que añadir que se ha “infantilizado”, y se “infantiliza”, tanto al palestino (sus acciones, su papel, su voluntad), que, lógicamente, sería ridículo pedirle cuentas.
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No es razonable pensar que la laxitud profesional se pueda mantener relegada a un ámbito tan particular. La cómoda práctica de no contextualizar, no profundizar, no contrastar fuentes (acaso, ni siquiera buscar las que se citan a menudo: probablemente sean éstas las que busquen al periodista o se le hagan muy accesibles), no ajustarse a la realidad, es fácilmente asimilable. Sobre todo, cuando comienzan a producirse crisis políticas más cercanas, o internas.
En alguna que otra oportunidad, desde los propios medios de comunicación se ha hablado de las llamadas fake-news – noticias falsas -, de “posverdad”, como algo procedente de fuera de los propios medios – blogs, redes sociales, algún que otro gobierno. Lo cierto que el problema lo tienen en casa. Es sistemático y muy visible (¿es alentado, entonces, por los propios directivos, equipos editoriales?). Estas advertencias sonaban más bien al lobo gritando que venía Pedro.
Pero volviendo al encuadre. Es este un marco que, en realidad, pinta mucho – demasiado, acaso -, de la imagen que enmarca. Pedacitos de narración. Casi siempre iguales. Desconectados unos de otros. Como si todo comenzara cada vez – sin más causa que la arbitrariedad israelí. Todo fragmentado, el conflicto no se presenta como un proceso, un sistema: sino como definición o resumen del “conjunto agresiones” Israel
Y es que, de acuerdo Price y Tewksbury, los temas, al ser presentados como una serie de historias que se desarrollan sin un contexto político o social más amplio y coherente, rara vez ofrecen al público el panorama general detrás de las historias, sino sólo los fragmentos más actuales, dramáticos y personales.