Existe un factor que está siendo completamente ignorado en la mayoría de las crónicas que llegan desde Gaza, un componente sin embargo esencial para poder comprender el horror al que se enfrentan los habitantes de Gaza: la opción criminal de Hamas hacia sus propios ciudadanos.
Atrapados por sus líderes en una espiral suicida, empleados como escudos humanos por aquellos que deberían protegerlos y bombardeados por un Israel que sí ha decidido defender a sus civiles, lo que se juega en Gaza es, en el fondo, una cuestión existencial, una visión nihilista frente a una fuerza vital. Pulsión vida contra pulsión muerte. Eros y Tanatos otra vez.
Y sin embargo, las crónicas que llegan desde Gaza apenas lo mencionan. En ellas sólo podemos encontrar un cierto regodeo en la miseria, una explotación del dolor. Testimonios desgarrados. Poesía de andar por casa al servicio del nacisimo autoral. Pero nunca una lectura completa de la situación. Un falso compromiso activista que no ayuda a la víctima a salir de su miseria sino que, ajeno a los motivos que realmente la causan, la expone con orgullo: yo estuve ahí. El corresponsal como protagonista.
Cierto, las guerras ya no son lo que eran. No asistimos a enfrentamiento entre dos actores estatales bien definidos, sino a una grupo terrorista yihadista que, consciente de su inferioridad militar, ha decidio emplear la fuerza del rival a su favor: cuanto peor, mejor. Hamas ni oculta sus objetivos ni esconde su estrategia.
Contrariamente a lo que querríamos escuchar, Hamas no busca la creación de un estado palestino, sino que persigue la destrucción del estado de Israel y de los judíos en general. Basta echar un vistazo a su carta fundacional para entender cuál es su razón de ser.
La estrategia es sencilla: ataca a un enemigo poderoso hasta que éste se sienta forzado a responder. Dispara desde colegios, convierte sus hospitales en arsenales, se esconde tras sus civiles, llama al martirio, etc… El empleo de escudos humanos le parece válido y exitoso porque sabe que mientras más sufra su pueblo más contará con la indignación de la opinión pública que saldrá a la calle a protestar contra Israel, nunca contra Hamás.
Y aquí es donde los medios de comunicación tienen que jugar un papel prioritario. Deben contar lo que sucede, deben traernos esos testimonios del horror, pero deben saber enmarcarlos. Deben abrir al lector al debate ético que este tipo de confrontaciones supone, y no intentar erigirse en jueces.
La pregunta que vuelve a surgir en este nuevo choque armado es ¿cómo combates contra un enemigo que busca tu muerte a través de la suya propia?
Nos enfrenatmos ante un debate ético demasiado profundo como para no querer mirarlo, puede que tarde o temprano occidente tenga que afrontarlo mucho más de cerca de lo que desearía.