Israel es, para los medios de comunicación occidentales en general, el sujeto activo de la noticia. Es decir, ocupa un lugar central tanto en el titular como en el cuerpo de la crónica, donde los otros actores pasan a un segundo plano – no sólo en el aspecto “participativo”, sino también en cuanto al peso de sus acciones -. De esta manera, y en el caso que nos ocupa, Hamas y los grupos terroristas que operan desde Gaza adquieren un rol secundario, casi pasivo, con lo que el lector válidamente puede interpretar que es Israel quien controla el desarrollo de los eventos y, como tal, en quien reside la decisión de terminar o no los enfrentamientos.
Esta forma de representar la realidad ubica a Israel como responsable, en tanto que libera a los grupos terroristas de toda responsabilidad; a la vez que iguala moralmente a los grupos terroristas que atacan indiscriminada y conscientemente a la población civil israelí, con un ejército que sigue la obligación y el derecho de proteger a sus ciudadanos.
La situación desemboca, inexorablemente, en el señalamiento de Israel, no sólo como culpable de la actual situación, sino como agente desestabilizador de la región; a la vez que se lo presenta como un estado militarizado y bélico que no respeta la “legalidad” internacional y que reacciona de manera “desproporcionada” a unos ataques que la prensa ha minimizado (o, mayormente, de los que ni siquiera informó) previamente.
En definitiva, se pervierten los hechos: la consecuencia se convierte en la causa y, creando, así, una historia muy distinta de la realidad.