Reportaje sesgado sobre Jerusalén en la revista británica The Economist

¿Ha abandonado la revista británica The Economist incluso

la pretensión de reportar imparcialmente sobre el conflicto árabe-israelí?

La respuesta es un “sí” definitivo, a juzgar por el artículo del 6 de marzo de este año, titulado “La ciudad a compartir” (A City that Should be Shared). Aunque quiere pasar por nota informativa sobre la disputa por Jerusalén, el artículo propicia al gobierno palestino, y repite como un loro la posición de éste, a la vez que omite o distorsiona los puntos de vista israelíes.

Desde el subtítulo, que se refiere a la disputada parte oriental de Jerusalén como “suelo palestino”, hasta el último párrafo, que cataloga de “invasión vil” la presencia de viviendas para judíos en todas las áreas que los palestinos exigen para sí mismos, el artículo está saturado de prejuicios.

The Economist condena cualquier posición que Israel tome. El artículo vilipendia a los israelíes por todo: ya sea por “renovar” espacios de la ciudad o por “conservarlos”, por “invadir” las zonas habitadas por árabes o ignorarlas. Una zona arqueológica es considerada parte de un plan del gobierno israelí para reconstruir el antiguo Templo judío, la cual es una declaración escandalosamente falsa que hace eco a las denuncias más graves de quienes participan en una campaña de incitación contra Israel.

De lo que carece el artículo es de un argumento sobre la conexión histórica, religiosa y cultural de Israel con el sector oriental de la ciudad.

Se le resta importancia a la conexión judía con el Monte del Templo

El sitio más importante del judaísmo es el Monte del Templo, donde existieron dos antiguos Templos. Los judíos han venerado el lugar desde mucho antes que se construyeran allí dos santuarios musulmanes, el Domo de la Roca y la Mezquita de Al Aqsa. Han venerado el lugar incluso antes de la construcción del Primer Templo, construyéndolo, según la tradición judía, en la Even Hashtiya, la piedra angular sobre la que se creó el mundo. El lugar es considerado el epicentro del judaísmo.

Sin embargo, el artículo se refiere al sitio sólo por sus nombres árabes. Aunque a los lectores se les dice que el lugar es el “tercer santuario más sagrado del islam”, nunca se les informa que es el sitio más sagrado del judaísmo:

Temiendo que su mitad de la ciudad tenga cada vez más un carácter israelí, manifestantes de piedra en mano chocaron con fuerzas israelíes en el Haram al-Sharif, o Noble Santuario, donde los musulmanes veneran la mezquita Al Aqsa, el tercer lugar más sagrado del islam, y que judíos veneran por haber existido allí el Templo bíblico.

El párrafo anterior también distorsiona dramáticamente las pedreadas, y encubre e implícitamente justifica la violencia palestina. Los tirapiedras palestinos no solamente “chocaron con las fuerzas israelíes”, sino que apedrearon a feligreses judíos que oraban frente al Muro Occidental. Como informó la Associated Press el 5 de marzo, “cientos de fieles musulmanes que salían de orar arrojaron piedras a los policías y a los judíos que rezaban en la plaza situada abajo, frente al santuario judío conocido como Muro Occidental, según la policía israelí”.

Además, es inverosímil suponer que el incidente fuera una expresión espontánea de “temor” palestino. Que el incidente ocurrió cuando los palestinos salían de los rezos del viernes en el Monte del Templo, sugiere que los feligreses musulmanes reaccionaron a la incitación contra Israel que provocó un sermón o, incluso, a las instrucciones de clérigos para que lanzaran ataques, como ha sido históricamente el caso. (Ver, por ejemplo: Convocatoria al jihad en “defensa” de los lugares sagrados musulmanes )

Arqueología

Si a la conexión judía con el Monte del Templo se le resta importancia, sus profundos vínculos históricos con otras partes de la ciudad se presentan como afirmaciones dudosas que son parte de una táctica astuta para privar a los árabes de su derecho a la tierra.

“Los arqueólogos israelíes”, se les dice a los lectores, “están pelando la superficie del sector árabe de la ciudad en busca de un pasado judío”.

No sólo es el “pasado judío” de Jerusalén que se presenta erróneamente como algo dudoso que los arqueólogos están desesperados por probar, sino que la aseveración denigra el profesionalismo de la arqueología en Israel, y el de las entidades que supervisan las excavaciones, insinuando así que se centran en artefactos judíos a expensas de todo lo demás.

Según palabras de la Autoridad de Antigüedades de Israel, el objetivo de los trabajos arqueológicos en la zona no es probar lo que ya se ha probado —que Jerusalén tiene una historia judía antigua y rica— sino también tener “un mejor conocimiento de cada período”. Y de hecho, numerosas excavacionesen Jerusalen se centran en hallazgos no judíos.

Contrariamente a lo que escribe The Economist, no son los arqueólogos israelíes quienes están politizando la historia de la ciudad, sino son los líderes palestinos y los imanes que han negado la conexión judía con los lugares sagrados judíos. Yasir Arafat, dijo, por ejemplo, que “no hay una sola piedra que pruebe que el Templo de Salomón existió allí, porque históricamente el Templo no estaba en Palestina”. Asimismo, Ikrima Sabri, quien fuera hasta hace poco Mufti de Jerusalén, nombrado por la Autoridad Palestina y el clérico musulmán de más alto rango en ésta, insiste que los judíos no tienen nexos con ninguna parte del Monte del Templo, incluyendo el Muro Occidental. En 1997, dijo:

El Muro de Al-Buraq [Muro Occidental ] y su plaza son propiedad religiosa musulmana. . . Los judíos no tienen conexión con ella.

Aún hoy, el jeque Tayseer Tamimi, el máximo juez islámico de la Autoridad Palestina, enseña que no hay ninguna conexión judía con Jerusalén.(Ver aquí )

Estas declaraciones son claramente relevantes para el artículo de The Economist, en parte debido a que ayudan a explicar una (pero no la única), razón por la cual muchos judíos no pueden considerar cederles el control de sus lugares sagrados e históricos a los palestinos. Pero el aparente propósito del artículo es presentar a Israel como el villano y a los palestinos como víctimas. La negación de la herencia judía por parte de los palestinos, por lo tanto, no tiene cabida en esta versión sesgada.

Qué tan dispuesto está el autor a abandonar la ética periodística, engañar a los lectores sobre la arqueología de Jerusalén, y fomentar las denuncias palestinas más extremas e irracionales queda aún más claro con la siguiente declaración sobre una compañía de fomento manejada por el gobierno israelí:

Para cumplir con el milenario anhelo judío de restaurar el Tabernáculo, la compañía también está reparando lo que dice son antiguas piscinas rituales.

El autor parece referirse a las piscinas de Siloé (o Siloam), un descubrimiento arqueológico de suma importancia histórica no sólo para los judíos, sino también para los cristianos. Es extraña y ridícula la idea que la preservación de este antiguo lugar es un paso del gobierno de Israel para “restaurar” el anhelo tradicional de los judíos de reconstruir el Templo. Aunque en la tradición judía se espera con ansias una era mesiánica en la cual el Templo judío será reconstruido, sólo un grupo marginal de extremistas cree que el gobierno de Israel debe hacerlo realidad. Y, es más, el gobierno combate activamente cualquier intento de cambiar el status quo del Monte del Templo. Aunque los líderes palestinos hacen acusaciones falsas sobre los planes de Israel para la reconstrucción en el Monte del Templo, que es parte de una campaña de incitación contra Israel, no es ético que una organización de noticias profesional repita tan escandalosa difamación como si fuera un hecho.

Malo si se hace, malo si no se hace

The Economist, que en el pasado ha criticado a Israel por no destinar suficientes fondos para Jerusalén oriental, ahora condena precisamente al gobierno por lo contrario: asignar recursos a ese sector. Entre los pecados de Israel, según el artículo, es que “los estacionamientos y las áreas de conservación, pletóricos de símbolos israelíes, están surgiendo por todo Jerusalén oriental”. Increíblemente, incluso las obras de aguas residuales que Israel ha llevado a cabo en los barrios palestinos de la ciudad vieja de Jerusalén no han sido bien vistas:

Dentro de la propia ciudad vieja, la Compañía de Desarrollo de Jerusalén oriental, una entidad del gobierno israelí, ha comenzado a interrumpir la principal arteria palestina en el antiguo centro para las obras de alcantarillado. El Sr. [Nir] Barkat [alcalde de Jerusalén] dice que el proyecto permitirá mejorar los servicios, pero los palestinos temen que ello presagie nuevas excavaciones arqueológicas que tengan por fin mostrar los nexos judíos a lo largo de la ruta de los peregrinos al Templo, que grupos judíos de la derecha religiosa tratan de reconstruir.

En otros apartes, la revista señala que “a las ambulancias israelíes se les ha dicho a veces que no se aventuren en zonas palestinas para responder a llamadas de emergencia”, lo que implica que se les instruye para que no socorran a los residentes árabes que necesitan atención médica urgente. Pero, a pesar de la sugerencia del autor, a las ambulancias no se les indica no entrar a las zonas de Jerusalén oriental a evacuar o atender a pacientes árabes. Por el contrario, deben esperar una escolta de la policía antes de entrar a ciertos barrios peligrosos. La razón —que se omite por completo en el artículo— es que en los últimos años las ambulancias israelíes que han entrado sin escolta a esos barrios han sido objeto de ataques.

Tampoco los semáforos de Israel escapan a la censura de The Economist. Los semáforos, se les dice a los lectores, “apenas parpadean el verde para los coches de distritos palestinos, mientras que permanecen en verde largos minutos para los automóviles de asentamientos judíos”.

Debido a que esta acusación parece muy poco probable, ReVista/CAMERA le preguntó a The Economist que especificara cuáles son las intersecciones descriptas en el párrafo. La revista, como era de esperarse, no produjo pruebas de su argumento al momento de escribirse este artículo.

Los hechos en Jerusalén oriental

El artículo es igualmente falso cuando trata el tema de la vivienda judía y árabe en el sector oriental de Jerusalén.

Afirma que, mientras que E.U. está tratando de reiniciar las negociaciones, “los palestinos han ido literalmente perdiendo terreno”. La construcción de inmuebles judíos es descripta como “usurpación” por parte de “fanáticos” que se dedican al “robo” de “tierra palestina”. Por otra parte, la construcción de palestinos en la ciudad sólo se menciona en un breve párrafo que implícitamente critica a Israel por sus planes para demoler viviendas árabes que, aunque la revista no lo reconoce, se construyeron ilegalmente.

El artículo pone la verdad de cabeza. Lejos de “perder terreno”, los palestinos han obtenido logros significativos. El siguiente mapa muestra el crecimiento de los árabes en las zonas urbanizadas (marcado en rosa) en Jerusalén entre 1967, cuando la ciudad se reunificó bajo control israelí, y 2007.

Una monografía escrita en 1997 por el ex planificador de la ciudad de Jerusalén, Israel Kimhi, demuestra que durante los treinta años que siguieron a la reunificación de la ciudad (1967 a 1997), la construcción por parte de árabes en Jerusalén superó a la de los judíos. Fotografías aéreas revelan que 13,600 edificios fueron construidos en los barrios árabes entre 1968 y 1995. Entre 1971 y 1994, el municipio concedió licencias de construcción para 1,1 millones de metros cuadrados en el sector árabe. (Esto sólo representa la construcción árabe legal. Un número significativo de construcciones árabes se hizo ilegalmente, sin permisos). Registros de impuestos indican el aumento de cerca de 15.000 viviendas en el sector árabe de Jerusalén.

La única mención que se hace a las construcciones hechas por los árabes es cuando el autor escribe que el año pasado, “la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, reprendió a [el alcalde de Jerusalén] Barkat por querer demoler casas de propiedad de árabes para crear un parque turístico bíblico en el valle de parte baja de la Ciudad Vieja, donde se dice que David compuso sus salmos”.

La revista presenta este problema como si Israel hubiera decidido crear recientemente el parque para reemplazar viviendas construidas legalmente por árabes mucho tiempo atrás. De hecho, durante cientos de años, tanto bajo el gobierno turco como el británico, la zona en cuestión ha sido dedicada a la creación de parques y a la preservación. Fue sólo en los últimos años, bajo el gobierno israelí, que los palestinos comenzaron a construir ilegalmente en la zona, lo cual ha causado daños irreparables a las antigüedades que hay allí. (Para más información sobre la historia de esta zona y el contexto para el parque arqueológico, lea este artículo de Ha’aretz de Nadav Shragai.)

Que Israel no decidió construir este parque como un pretexto para desplazar a los habitantes árabes es un hecho confirmado también por la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), la cual, a su vez, de rutina se inclina fuertemente hacia la versión palestina de los hechos. Un documento de la OCHA explica que “desde finales de 1970, la municipalidad de Jerusalén ha declarado ‘abierta’ o ‘verde’ toda la zona de Al Bustan, en el barrio de Silwan, al sur de la ciudad vieja, y en la cual se prohíbe toda construcción”. Las viviendas ilegales que se planea demoler fueron construidas después de que la zona en cuestión fuera protegida oficialmente.

Si la revistaThe Economist quiso educar a los lectores sobre la complejidad de la disputa sobre Jerusalén, fracasó miserablemente. Si, por el contrario, su objetivo fue presentar una versión inexacta, injusta y unilateral de los acontecimientos actuales, lamentablemente tuvo éxito. Pero al hacerlo demostró que ha abandonado toda pretensión de integridad periodística en asuntos del Oriente Medio.

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